El dinamismo del mundo moderno crea nuevos problemas a ritmo vertiginoso. El derecho y la academia siempre terminan corriendo detrás intentando buscarle soluciones. Esa metáfora es la más repetida entre los técnicos cuando analizan los delitos informáticos y aquellos que tratan el derecho a la intimidad, en una época de híperinformación e hiperconectividad. ¿Hasta donde los terceros tienen derecho a saber? ¿Hasta dónde uno tiene derecho a controlar la información que se divulga sobre uno?
Esta nota es exclusiva para suscriptores.
Accedé ahora y sin límites a toda la información.
¿Ya sos suscriptor?
iniciá sesión aquí
Inicio de sesión
¿Todavía no tenés cuenta? Registrate ahora.
Para continuar con tu compra,
es necesario loguearse.
o iniciá sesión con tu cuenta de:
Disfrutá El Observador. Accedé a noticias desde cualquier dispositivo y recibí titulares por e-mail según los intereses que elijas.
Crear Cuenta
¿Ya tenés una cuenta? Iniciá sesión.
Gracias por registrarte.
Nombre
Contenido exclusivo de
Sé parte, pasá de informarte a formar tu opinión.
Si ya sos suscriptor Member, iniciá sesión acá