Pocas veces en la historia de la humanidad debemos de haber escrito tantas veces las palabras “encierro”, “cuarentena” y “aislamiento”. Al punto de que uno se pone a pensar si lo mejor no será sentarse a escribir de otra cosa. De cualquier cosa. Pero no, los números y la audiencia dicen que el camino es este. Entonces, bien: “encierro”, “cuarentena” y “aislamiento”. Tres palabras que, cuando aparecen flotando en la mente, enseguida se alinean con otras que surgen a medida que las circunstancias de esta pandemia se desenroscan en el mundo. La primera de ellas es, obvio, “coronavirus”. Después, “comida”. La comida aparece enseguida. También, si es el caso, “niños”. Qué hacer con los niños después de tres semanas de aislamiento es todo un tema. Y por ahí, junto con “aburrimiento”, “yoga en casa” y “Netflix”, llega el instinto. El impulso primitivo de mantener en pie a la especie. Llega el placer. Aparece, como un cartel de neón en un callejón oscuro y lluvioso, esa palabra. Sexo.
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