Te iba a preguntar si es verdad que tu casa es una mansión", anunció, ya preguntando, un niño que este lunes participó del
Consejo de Ministros abierto en San José. En la pregunta dirigida al presidente Tabaré Vázquez se adivina la inocencia del menor que, probablemente, sacó el dato de alguna conversación familiar de esas en la que alguno comenta "qué linda casa que tiene Tabaré, parece una mansión" o, con un poco de malicia, "este Vázquez habla mucho de los pobres pero tiene una mansión".
El niño ni siquiera está seguro de lo que dice -¿es verdad?, interroga- y Vázquez resbala imprevistamente. "Es como la de los uruguayos", responde y se equivoca el presidente borrando toda diferencia social y juntando en pocas palabras la opulencia de algunos barrios con la precariedad de otros.
"Pero es más grande", insiste el niño que es niño, no tonto. Vázquez podría haber dicho que su casa es una casa grande, más grande y lujosa que la de la gran mayoría de los uruguayos, no una mansión, y que se la ganó trabajando. No lo hizo y el asunto quedó en la anécdota.
Pero la pregunta envenenada del título no fue esa. Fue la que minutos después hizo otro niño al que, probablemente alguien, sin ninguna inocencia, le mandó a poner la cara en un debate que suele exponer el peor rostro de las personas.
"¿Por qué la gente que no trabaja tiene más beneficios que la que trabaja?", dijo el niño reproduciendo palabra por palabra lo que, al parecer, algún adulto le mandó preguntar. Porque ningún niño es capaz de razonar las dudas que esconde la formulación de esa interrogante cargada de intenciones.
¿Quiénes son –quiénes le dijeron al niño que eran- esas personas sin trabajo y presuntamente mejor tratadas que los trabajadores?, ¿las personas en el seguro de paro?, ¿aquellos que buscan trabajo sin encontrarlo?, ¿quiénes? Estas preguntas, claro, son retóricas. No se necesita demasiada sagacidad para darse cuenta de que hay gente a la que no le gustan nada los planes de
emergencia con los que el
gobierno intenta combatir la pobreza más extrema.
Cualquier persona es libre de considerar que esos pocos miles de pesos que el Estado reparte entre los más pobres de la sociedad es plata perdida. Cualquiera es libre de transmitir a sus niños más cercanos que las personas que reciben esos esmirriados billetes deberían quedar libradas a su suerte que casi nunca es la mejor.
En todo caso, la solidaridad o la piedad no son asuntos obligatorios para nadie. Pero la imagen de ese niño, delante de un montón de adultos, exponiendo una pregunta que suena ajena, da lástima.
"La aseveración que usted hace no se ajusta a la realidad", respondió Vázquez recuperándose de la incomodidad de aquella mansión del principio, y evitando el tuteo porque, como casi todos los que escucharon la pregunta, suponían que no la estaba formulando la boca infantil que la repetía.
La política y sus arduos asuntos no son propicios para los niños, esos individuos más dados a la pelota, a la escondida, a las figuritas y más recientemente (qué se le va a hacer), a los juegos de computadora l