Opinión > EDITORIAL

El asesinato de Langhain

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18 de diciembre de 2019 a las 05:01

El asesinato a balazos de Lucas Langhain, de 24 años, en la noche del domingo pasado, en las inmediaciones de 8 de Octubre y Presidente Berro, que estaba festejando el triunfo de Nacional ante Peñarol, es un ejemplo más de la violencia en el fútbol, un estertor de una sociedad fracturada que debería ser un asunto medular en el próximo período de gobierno.

Los primeros “indicios” del fiscal del caso, Juan Gómez, son estremecedores y muestran con crudeza lo que supone que una parte de la sociedad uruguaya se desarrolle con códigos culturales que destruyen la convivencia: se habría tratado de un ataque premeditado, de una  emboscada planificada.

Matar a un joven de varios disparos de un arma de fuego porque está celebrando el triunfo deportivo del equipo de fútbol de sus amores, refleja una intolerancia radical y una pasión absurda, como dice una nota sobre el hecho de El Observador, un comportamiento atroz sobre la que debería haber alguna explicación social, sin que esto suponga una justificación.

En una cultura marginal, lo que representa una conducta atroz desde el punto de vista moral y jurídico –sustancial en un estado de derecho–, es un motivo de reconocimiento y legitimidad social.

Creemos que nos está hablando de una parte de la sociedad que se desenvuelve en paralelo a otra de civilidad y cultura cívica de la ciudadanía como la que el país exhibió con orgullo en la reciente etapa electoral y que ha merecido el reconocimiento de buena parte de la comunidad internacional.

Junto al país de la convivencia pacífica hay otro muy distinto, en el que cabe la muerte de Langhain, pero también la insanía de una barra de jóvenes desaforados que en las inmediaciones de Kibón rompió vidrios de automóviles, perpetró algunos robos y aterrorizó a los lugareños. O las pedradas a ómnibus o la imposibilidad de que ambulancias o hasta patrulleros tengan dificultades para ingresar a determinados barrios de Montevideo.

En un sentido histórico, estamos hablando de un fenómeno nuevo, lo que explica que no nos reconozcamos en él.

Pero en un sentido llano, hace un tiempo ya que sufrimos de este dañino flagelo para la convivencia social y la marcha de la economía.

Como hemos escrito en otras oportunidades, la mejora de la economía durante una larga década contribuyó a una baja de la pobreza, pero no así para resolver problemas asociados a la marginación social que explican hechos de la sinrazón como el del asesinato del hincha de Nacional. Es una prueba de que el crecimiento económico es necesario, pero no suficiente como tampoco las políticas sociales meramente asistenciales.

El país necesita una mirada renovada de las políticas sociales que jugaron un papel significativo para atender las necesidades de los hogares más carenciados, que fueron muy golpeados por la crisis de 2002, pero luego dejaron de ser un instrumento adecuado para atacar fallas más profundas que no se resuelven con un asistencialismo o mal concebido o mal ejecutado.

La tan manida reforma educativa también tiene una función relevante que jugar si queremos zurcir de buena manera los problemas derivados de las brechas sociales. Sin una enseñanza de calidad, con escuelas y liceos como un instrumento educativo y también de construcción de ciudadanía e integración social, seguiremos corriendo de atrás.

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