Walter Díaz vivía en La Floresta –Canelones– y se dedicaba a la recolección, procesamiento y comercialización de hongos, para lo cual viajaba con frecuencia al litoral norte, hasta que hubo un clik en su vida: la aparición en Uruguay del brote de fiebre aftosa a inicios de este siglo. Las restricciones que derivaron de ese emergencia sanitaria, cuando la movilidad de personas y producción en el país se limitaron, terminaron por afincarlo lejos del sur, en la localidad sanducera Orgoroso, donde sigue ejerciendo esa actividad.
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