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El gran cuento chino: un documental se mete con la polémica Política del hijo único

De 1979 a 2015, China implementó la política del hijo único; en One Child Nation, que se puede ver en Amazon Prime, la cineasta Nanfu Wang explora las atrocidades que se cometieron en su nombre
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03 de octubre de 2020 a las 05:00

Está claro que el cáncer de este planeta es el ser humano. Como bacterias que no paran de reproducirse y depredar, arrasamos con todo lo que nos ponen por delante y es probable que no dejemos de exprimir los recursos hasta que alcancemos la extinción. Y buena parte de la razón detrás de este comportamiento, entre otras cosas, es que el planeta nos está quedando chico. Según estimaciones de Naciones Unidas, para el año 2100 vamos a ser casi 11.000  millones de personas en la Tierra y la cifra aumentará de forma exponencial. Por ese motivo, son varias las oenegés del mundo que se han dedicado a llamar la atención sobre este problema y a tratar, a través de la educación y concientización, de reencauzar una situación que parece tener una línea de meta clara: el fin de la humanidad. O, al menos, un planeta casi inhabitable en el que los humanos que queden tratarán de vivir a los ponchazos. 

La superpoblación, entonces, es un problema grave, un problema actual para el que se están buscando medidas reales. Pero así y todo, no es un tema inédito. Hace ya décadas que un país lidia con el control de la reproducción de sus habitantes, pero a diferencia de las oenegés que están trabajando hoy en el tema, este país prefirió hacerlo de manera más radical. O, mejor dicho, totalitaria.

En 1979, China llenaba los titulares del mundo. Para esa fecha la población del gigante asiático había pasado los 1.000 millones de personas y si el ritmo promedio de nacimientos se mantenía –unos tres hijos por familia–, para 2050 se pronosticaba una gran hambruna que mataría a buena parte de la población. Además de los terribles pronósticos, la realidad china de ese entonces tampoco era la mejor: la crisis económica estaba partiendo al país en dos y las zonas pobres se empobrecían todavía más.

Fue en ese entonces cuando el gobierno chino decidió intervenir y crear la política del hijo único, una medida que restringía la posibilidad de tener más de un hijo a aquellas familias que vivieran en zonas urbanas. Para ponerla en práctica se desplegó un aparato de multas, incentivos económicos y propaganda masiva que les lavó el cerebro a sus habitantes y que, entre otras cosas, habilitó un montón de situaciones dolorosas y turbias. 

Seis años después del día en que la política se instauró y un año antes que entrara en la constitución china, Nanfu Wang nació en una pequeña aldea rural de la provincia de Jiangxi. Hasta los 26 años, Wang vivió y se crio bajo la sombra de la política, avergonzada de tener un hermano menor y escuchando las alabanzas de su familia y sus vecinos al gobierno. En su pueblo campeaba la ignorancia y la atención estaba centrada en el quehacer rural, y así se mantuvo ella también. Sonriendo en los desfiles, agitando la banderita roja, cerrando los ojos y diciendo, como el resto, que la política del hijo único era lo que había convertido al país en una potencia, el cerebro de Wang también se acorchó. Pero un día se fue de China. Se fue a estudiar periodismo en Nueva York. Y cuando su vida en Occidente se asentó, abrió los ojos. Volvió a su país, investigó, charló con vecinos, con sus tíos, con su madre, con especialistas, con artistas. Y descubrió el horror. 

Control total

“Crecí viendo recordatorios de la política por todas partes. Estaban pintados en los muros, impresos en las cartas para jugar, en calendarios, cajas de fósforos, cajas de aperitivos, afiches, en todas partes. Todo estaba mezclado en el trasfondo de la vida en China. Nunca pensé lo que significaba, hasta el día en que supe que sería madre”.

Esas son las primeras palabras de Nanfu Wang en One Child Nation, un documental que se estrenó con éxito en el festival de Sundance en 2019 y que desde hace algunas semanas está disponible para Latinoamérica en Amazon Prime Video. En este largometraje –que Wang produjo, dirigió, escribió, editó e investigó–, la documentalista aborda los entretelones de la política del hijo único y, casi que al mismo tiempo que el espectador, empieza a darse cuenta del control total al que sus compatriotas fueron sometidos durante años.

Entre otras cosas, Wang pone en evidencia que la política tuvo reversos oscurísimos que implicaban, por ejemplo, esterilizaciones masivas y obligatorias, abortos a la fuerza y a término, jefes de aldea que lideraban purgas regionales, familias hostigadas y dejadas sin hogar y más castigos ejemplares para quien se negara a acatar. 

Peor es, quizá, el momento en que el sistema de “prevención” se muestra aceitado y con una eficacia excelente. Una matrona local, por ejemplo, asegura haber hecho más de 60 mil abortos en su vida, la mayoría de ellos a mujeres atadas, sedadas y secuestradas. Ahora purga su pasado ayudando a parejas infértiles. Otra se muestra orgullosa de haber hecho más de veinte esterilizaciones forzadas por día durante más de cuatro décadas.

De esta manera, el desfile de atrocidades se vuelve una bomba que explota en pantalla y engloba a todo un país al que, directamente, le lavaron el cerebro con eslóganes pintados en las paredes. Porque todos repiten lo mismo y sonríen: “La política era exigente, pero necesaria”. 

Pero hay más. Las tripas se le encogen a uno cuando, por ejemplo, el propio tío de la cineasta le cuenta sin tapujos que abandonó a su segunda hija en un mercado para que se pudriera al sol por el mero hecho de que había nacido mujer. Y otra de sus tías le revela que en algún lugar del mundo tiene una prima que vendió a una organización de traficantes. Porque así como el sistema habilitó que en los basurales de todo el país aparecieran cientos de fetos de ocho o nueve meses descartados, también impulsó de manera colateral un mercado de adopción en el que varios orfanatos se llenaron los bolsillos a costa de bebés robados. 

One Child Nation no da tregua al horror y al asombro. Pero, a la vez, deja entrar la luz –cuando aparece una pareja de estadounidenses que se dedica a unir hijos robados con sus familias, por ejemplo– y ciertas reflexiones que son valiosas y hacen que el paseo por más de 40 años de dolor tenga sentido. “A los 26 me fui de un país que hacía de los abortos algo obligatorio y pasé a vivir en uno que los restringe. Si bien parecen posturas antagónicas, en el fondo son lo mismo: dos gobiernos que coartan el derecho de la mujer a decidir sobre su propio cuerpo”, dice Wang sobre el final.

En el año 2015, China flexibilizó la política del hijo único. Empezó a permitir dos por familia, con trámite de solicitud mediante. Los eslóganes cambiaron, la propaganda se renovó, los aires de control masivo se suavizaron. Y, sobre todo, todas las huellas de aquello que empezó en 1979 se borraron. Es por esto, dice Wang, que One Child Nation existe: porque funciona como recordatorio del dolor de un país diezmado que todavía sangra. Una prueba de que, por el bien común, a veces se cometen los atropellos más grandes.

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