Nadia Morales, la niña asesinada por una bala perdida en abril de 2021

Nacional > AVANZA EL JUICIO ORAL

El homicidio de la niña Nadia: el juicio en el que acusados lloran por "el angelito" y la Fiscalía denuncia amenazas

El Observador presenció las primeras audiencias del juicio de Nadia Morales (12 años), que murió por una bala perdida en 2021
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25 de febrero de 2023 a las 05:01

—Necesito que me cuentes, pedacito por pedacito, lo que pasó esa noche —les pide una voz lenta y tranquila, con la cadencia de quien le pide algo a un niño. 

El Gordo (32) le pidió prestado el auto a un amigo, en la tardecita del 9 de abril de 2021. Era un Chevrolet Aveo azul. Él no lo pensó demasiado y le pasó las llaves por la ventana de la pizzería en la que trabajaba. Para eso están los amigos. 

Para El Boniato, todo arrancó cuando El Gordo le golpeó la ventana de su humilde vivienda con un arma en La Unión. Lo acompañaba El Moco (25) y al menos dos personas más, a las que no reconoció. 

En la casa de al lado a la de El Boniato —hecha de chapa y palos—, Marcos se había ido a su trabajo de recolector y Lucía cuidaba a los niños con la ayuda de la abuela de los niños, Marita. La mujer le había dicho que le hacía el dos haciéndole compañía con los chiquilines, como todas las noches. Al final de la tarde, miraban Caso Cerrado y tomaban mate. "Sentimos griterío y Lucía me pidió que no salga", contó. 

—Sacá a tu hijo p'afuera que te lo vamo' a matar —le gritó El Gordo. 

—A mi hijo no me lo va a matar nadie —le contestó El Boniato. 

—Bueno, entonces salí vos. 

—Más firme que salgo.

Ese breve intercambio selló el destino de Nadia Morales, de 12 años. La hija de Marcos y Lucía vivía en la casa lindera donde ocurrió el conflicto. En el juicio por el homicidio que comenzó este febrero, y que aún está inconcluso, la fiscal Mirta Morales –de voz lenta y tranquila– busca justicia por la muerte de esta niña. 

Nadia estudiaba en la UTU y, antes de que arrancara el tiroteo que la mató, estaba haciendo los deberes que debía entregar el día siguiente. Le apasionaba el fútbol y quería jugar de grande en la Selección Uruguaya. Pero mientras perseguía ese sueño, era delantera en Las Leonas de Malvín Alto. En su casita de chapa y palos, había "mucho espíritu de superación"y Nadia lo llevaba con ella. 

Para Juana —tía de Nadia— la diferencia con el hijo de El Boniato, por el que El Gordo y El Moco decidieron ir a vengarse, partió de unos mensajes de Instagram. Para el abogado de El Moco, Cristóbal González, el motivo fue algo que había pasado en un partido de fútbol que habían jugado días antes.

Testigos, acusados y familiares de Nadia contaron ante la Justicia cómo empezó todo la tarde del 21 de abril de 2021. 

"Me rodearon El Gordo, El Moco y otros dos", contó El Boniato. Todos estaban armados y El Gordo lo golpeó varias veces con el arma. "Sentí prrram y me escondí atrás de la pared. Había un descontrol de tiros para todos lados", complementó. 

"No tiren para ahí que ahí vive Marcos y su familia", escuchó la madre de Nadia, a través de la chapa, de una voz que no reconoció. 

En la casa de Nadia vivían el matrimonio y cuatro de sus hijos. Marcos y uno de los niños se habían ido a trabajar. El resto estaba allí, junto con Marita, la abuela. Juana, la tía de Nadia, llegó cuando el crimen ya había ocurrido. 

Pese al pedido de la mujer de que se quedara adentro, Marita salió. "Salgo a mirar por el portón y lo vi al Moco disparando", relató. Él, que también la vio, le hizo un gesto para que se corriera. "Lo identifico claramente, de eso no me olvido más", continuó. 

A Marita los atacantes le pidieron que se metiera para adentro. Mientras ella entraba, arrancó la balacera.

La madre de la niña, que estaba parada en el comedor, les pidió a sus hijos que se tiraran al suelo. 

Pero por detrás suyo apareció Nadia. "Salió de su cuarto y me dijo: 'Mamá, ¿qué está pasando? Siento ruidos", recordó la madre, nerviosa. La niña la abrazó y ella –buscando protegerla– la tiró al piso.

El hermano mayor, Marquitos (17 años), se acuerda de que, en ese momento, él estaba con su madre en el comedor. "Cuando Nadia sale del cuarto, me dice '¡hermano!, ¡me dieron!, ¡me dieron!, ¡me dieron!'". 

"Cuando la trato de tirar al piso la lastimó una bala. En el estómago le dio", agregó la madre.

Nadia se desvaneció en los brazos de su hermano. 

Así fue el homicidio de Nadia Morales, de acuerdo a la teoría de la Fiscalía

Otro de sus hermanos, Diego (14 años), se acuerda de los gritos de Nadia y de que le salía sangre. También, de que su madre, Lucía, les gritaba que por favor no abrieran el portón y que fueran a tirarse al piso al cuarto del fondo. Tenía miedo, pero él pedía a grito pelado que sí abrieran el portón, para poder sacar a su hermana. 

“Yo salgo con mi hermana en brazos, sangrando, yo pido ayuda ¿viste? y a mí nadie me ayudó ¿viste? Y justo mi hermana se cae al piso conmigo y mi hermano (Gustavo) los vio a El Moco y a El Gordo”, contó Marquitos. 

Fue Diego el que tocó el vidrio del Chevrolet Aveo azul que estaba estacionado en la entrada del asentamiento. Lo golpeó del lado del acompañante, donde ellos dicen que viajaba El Moco.

–Yo estaba en la punta de la rueda derecha, arrodillado y con mi hermana en las manos. Diego golpea el vidrio del acompañante, les pedimos que me ayuden y no me querían ayudar –describió Marquitos.

–Yo golpeo la ventana del auto para que nos lleve hacia un hospital. Me hacen seña (de) que no con el dedo y se van" –declaró Diego. Reconoció al Moco del lado del acompañante y al Gordo del lado del conductor. 

Todos corrían y gritaban en la entrada de ese asentamiento en La Unión. "Pasamos para la casa de un vecino para que nos lleve al hospital porque Nadia se me estaba muriendo en los brazos del hermano. Yo gritaba que me mataron a Nadia", culminó el relato su madre. 

La sucesión de hechos también la contaron dos vecinas que llamaron al 911. Una de las señoras, semiahogada de la angustia, le gritaba a la operadora: "Eran como seis, eran todos gurises, tipo menores de edad (...) como si esto fuera el lejano oeste". Cuando del otro lado del teléfono le preguntaron si la niña a la que había mencionado estaba herida, la mujer se largó a llorar. 

"Estaba como muerta", le contestó.

La otra mujer le contó a la operadora que tenían una ametralladora y que habían disparado fácil 50 tiros.

Cuando los abogados de El Gordo y El Moco le empezaron a hacer muchas preguntas, Marquitos —que ahora es mayor de edad—, se puso muy nervioso. A los cuestionamientos, respondió enojado. 

—Todas las balas pegadas en el portón quedaron.

Una se cobró la vida de su hermana Nadia. 

***

En los juicios todo puede pasar, repiten los fiscales. Un testigo que declara mal, un juez que admita un hecho nuevo del que desconocían o un buen interrogatorio de la defensa pueden sembrar en el decisor una mínima duda sobre si los hechos fueron tal y como la Fiscalía los relata. Y si los cometieron quienes la Fiscalía señala. Si surge esa mínima duda, habrá absolución. El año de trabajo construyendo su teoría estará perdido y, a los ojos de la fiscal, campeará la impunidad. 

Por eso, la fiscal de Homicidios Mirta Morales intenta contener su emoción —aunque no lo logre del todo— cuando un testigo, después de declarar algo incompleto o que no les es favorable, encarrila su relato. Le pasó con Marquitos: estaba muy nervioso, se enojaba fácilmente y contaba por la mitad lo que vivió, omitiendo hechos y cambiando levemente otros. Morales le preguntaba minuciosamente por detalles de lo que sucedió esa noche: quién, cuándo, en qué momento y dónde.

Pero a Marquitos, nada de eso le importaba. Solo hablaba de su hermana y cómo sangraba esa noche.

Eso a la fiscal no le servía. Tenía que ubicar a El Moco y a El Gordo en el lugar, necesitaba que describiera cómo era el auto en el que viajaban y tenía que contar que les negaron la asistencia, tal y como lo había declarado espontáneamente en Fiscalía. Por eso, le releyó lo que contó en ese momento y, como a un niño, le preguntó detalle por detalle. “Yo sé que esto es horrible, pero tenemos que hacerlo”, se disculpó ella. Cuando Marquitos lo logró, no pudo evitar felicitarlo exultante: "¡Eso, bien!". 

El Gordo —rubio, corpulento y de ojos bien claros— habla mucho. Un poco a sus abogados y otro poco con comentarios al aire. Que la fiscal haya tenido que releerle su declaración inicial lo hizo quebrar por primera vez una fachada que hacía horas estaba construyendo. Los respetuosos pedidos de permiso, los deseos de buenas tardes y la exagerada disposición a colaborar se vio interrumpida por una queja, que fue lo suficientemente alta como para que la jueza la escuchara. Por eso, se lo recriminó y El Gordo —que se mostraba tranquilo y colaborador— fue quien gritó por primera vez en la sala de audiencias:  “¡Esta es mi vida también! ¡23 años me quieren dar!”.

Del Moco, quienes estuvieron presentes en audiencia solo pudieron notar lo que estaba a la vista. Que es un joven alto, castaño y con ojos negros, de rasgos angulosos y cuyos gestos parecen inmutables: el ceño fruncido y los labios apretados. Nadie le conoce la voz, porque —por orden de su abogado— no habló en ninguna de las cuatro audiencias. Pero algo le generaba lo que escuchaba: se le humedecían los ojos cuando los familiares de Nadia contaban el calvario que vivieron esa noche. 

A los acusados, la fiscal no los mira ni les habla. A pesar de eso, los tiene muy presentes. Durante las horas de audiencia se centra en sus abogados, quienes tienen por único objetivo destruir su teoría del caso. Morales lo sabe y por eso se vale de los recursos que tiene a la mano para impedirlo: una diversa cantidad de testigos y objetándoles aquello que entiende que está fuera de la normativa.

Lo que siente, más allá de lo que dice, a veces se le nota. Cuando escuchó decir al abogado González que El Moco no sabe lo que pasó esa noche, no pudo evitar levantar las cejas de la incredulidad —y rabia— de lo que estaba oyendo. Ella no tiene ninguna duda de que él, junto con El Gordo, mataron a Nadia.

Además, Juana —la tía de Nadia— contó que El Moco se lo reconoció. La mujer relató que después de enterrar a su sobrina, cuando en el barrio ya se rumoreaba que habían sido ellos dos, fue a visitar a El Moco. Se lo encontró, en el frente de su casa, recostado en una reposera y con su hijo al lado. 

—Te juro por mi hijo que no tiré para lo de tu hermano —contó Juana que le dijo. Le comentó que habían ido cuatro personas a arreglar esa diferencia que habían tenido con el hijo de El Boniato y que quien había disparado había sido El Gordo. 

La fiscal, en otras contadas ocasiones, —cuando el recuerdo de la niña está más en carne viva o cree que los abogados están actuando de forma desleal— se enoja y lo hace saber, ya no por lo bajo, sino a viva voz. Cuando Diego Etcheverrito —que junto a Lorena Mercurio representan a El Gordo— le preguntó a Marita a cuántos metros vio el auto, la fiscal aprieta los dientes y pone la frente contra la mesa, remordiéndose para no interrumpir. “¡Cuándo pasó todo eso la señora no salió con el metro a medir!”, exclamó, y enseguida se cubrió la boca con las dos manos. Le tomó menos de dos segundos darse cuenta que no debería haberlo dicho. 

Pero, más allá de los arrepentimientos fugaces, queda satisfecha cuando siente que pudo ilustrar con pruebas lo que realmente son. Por eso, batalló en la audiencia de control de acusación para poder ingresar a juicio declaraciones preliminares de El Gordo. Lo logró y la jueza de juicio pudo escuchar, de la voz del acusado, lo que pensaba. 

—Nadie va a traer al angelito que partió. Yo fui a solucionar un problema pacíficamente. No sé qué pasó en el medio ni cuáles son los otros problemas. Yo fui, como la gente que me conoce, a hablar —había dicho el acusado en ese entonces. En la escena se recuperaron más de 20 casquillos de bala por los que, a juicio de la Fiscalía, él debe responder.

*** 

La jueza Blanca Rieiro, que será quien tenga la palabra final, analiza en silencio cada testimonio y cuando la discusión entre los abogados sube el tono, trata de componer.

Cuando intervienen los abogados González, Etcheverrito y Mercurio lo hacen sin prisa, como los animales que se van acercando lentamente a la presa que quieren cazar. La cuestión es que, a ojos de Rieiro, lo hacen muchas veces sin acierto. Por eso hizo lugar a la mayoría de las objeciones que realizó la Fiscalía, sobre todo, basándose en que las preguntas eran redundantes —no se le puede preguntar a un testigo por lo mismo más de una vez— o que estaban fuera de la normativa. Por eso, muchas veces la jueza pedía que reformularan.

Pero la Fiscalía también supo perder. Pidió que El Boniato y su hijo declararan en otra sala por el miedo que les tenían a los acusados, principalmente a El Gordo. Sus abogados no tuvieron problema en aceptar el pedido, pero el de El Moco se opuso. Terminó siendo El Gordo quien dejó la sala y El Boniato declaró en presencia del otro imputado. 

Lo que para la Fiscalía era la satisfacción por una buena declaración del testigo, el abogado de El Moco lo transformó en una guiñada cómplice a sus colegas, luego de que se anunciara que el hijo de El Boniato había desistido de participar. 

En dos oportunidades, Rieiro puso en tela de juicio la honestidad de los abogados para con el proceso (la buena fe procesal). La primera vez fue cuando González le enrostró al Boniato que, tiempo atrás, había ido a verlo a su estudio para pedirle seguridad. No terminó de quedar claro si ese pedido tenía como contrapartida que el hombre cambiara su declaración en el juicio. La jueza le preguntó a González si él había enterado a la Fiscalía sabía que eso había ocurrido.

En un juicio oral, se supone que todas las partes tuvieron acceso a toda la evidencia que se va a analizar. No puede haber pruebas sorpresa. Si un hecho relevante hubiera surgido después de eso, debería ser debatido en audiencia si debe ingresar al proceso o no.

El abogado no contestó la pregunta de la jueza. 

La fiscal del caso, Mirta Morales

La fiscal no buscó —como en otras oportunidades— disimular su enojo. "¡Esa declaración previa nunca, jamás, formó parte de la carpeta investigativa! ¡Jamás! ¿Tenía oportunidad? ¡Sí, tenía, no la utilizó! ¿Tenía oportunidad de haber ampliado el objeto declaración? ¡Podía! no lo hizo. ¿Podría haberlo utilizado como testigo propio? ¡Podía!", se preguntaba y se contestaba en forma vehemente. "Lo que el señor habló en forma íntima con un abogado, la verdad, no es objeto de este proceso. No lo es. Y acá no se vulneran garantías", aseveró Morales. 

La jueza le dio la razón, argumentando que "rayaba los principios de la buena fe procesal". 

La última audiencia por el caso —el viernes 17 de febrero— arrancó casi una hora tarde. No era raro, había pasado lo mismo en las anteriores. Lo raro era el motivo. Etcheverrito —el abogado de El Gordo— no aparecía. Pese a que Rieiro le tuvo tolerancia, decidió comenzar la audiencia igual, dado que sí estaba presente Mercurio, que también defiende a ese imputado. 

La abogada Mercurio, que hasta ese momento era quien menos había confrontado con la jueza, desató el punto más álgido del juicio cuando pidió hacer uso de la palabra previo a comenzar. "Vengo a dar a conocer un hecho nuevo", dijo la mujer, mientras se deshacía en explicaciones de que era algo de lo que había tomado conocimiento recién. Era la grabación de audio de uno de los testigos, que supuestamente iba a echar luz sobre lo sucedido. 

A la voz calma de Mercurio no la afectaba la tensión que la circundaba. Todos sabían perfectamente lo que estaba pasando. 

El martes 14 de febrero, antes de la primera audiencia, Morales había denunciado que tres personas cercanas al Gordo habían ido a buscar al Boniato. En una de esas oportunidades, a punta de pistola, le habían hecho grabar un audio en el que brindaba una declaración falsa, contraria a lo que él le había dicho a la Fiscalía que sucedió. El hombre se asustó tanto que inicialmente había desistido de declarar en el juicio, hasta que lo terminaron convenciendo de que lo hiciera. Según denunció, estas tres personas que no se identificaron le leyeron las declaraciones de lo que él contó en sede policial, lo que demuestra que se filtró información reservada. 

—Mi cliente está preso bajo siete llaves. No va a convencer a tres personas de que vayan a amenazar al Boniato —había dicho Etcheverrito cuando la fiscal reportó el hecho. 

La jueza —que por primera vez se mostró molesta— descartó de plano el planteo de Mercurio. No solo porque no surge cómo el audio "fue realizado, en qué contexto, la fecha y la circunstancia", sino porque pretendieron ingresarlo a través de la declaración de un testigo (la exnovia de El Gordo). "Pretenden ingresar una prueba que, por supuesto, es ilegítima, ilegal, impertinente, inconducente y que viola el principio de lealtad procesal que usted le debe a todas las partes de este proceso", le contestó, tajante, a la abogada. 

Lo que pasó después, al Gordo lo hizo llorar. El iris de sus ojos claros ya no predominaba sobre el blanco de su pupila: se había ido tiñendo de rojo.

Dos días antes, cuando Mauricio —el amigo que le prestó el auto— declaró a pedido de la Fiscalía, le pasó lo mismo. Si bien el joven fue a contribuir con la teoría del caso de Morales, sobre el final dijo tener algo para aportar al esclarecimiento del crimen. Era evidente que lo quería ayudar, pero la fiscal lo cortó en seco: "El objeto de este proceso es quién mató a Nadia. ¿Usted estaba ahí o sabe quién la mató? ¿No? Entonces no tiene nada que declarar". Mauricio se levantó, abrazó al Gordo y el Gordo lloró. 

Pero el llanto fue más fuerte cuando, luego de que la jueza rechazara el ingreso del audio, entró a declarar la exnovia de él. La joven se ahogaba en su propio llanto y habló con dificultad. Contó que el Gordo "es una persona de un corazón muy grande"sobre la que nadie valora que se hizo cargo de lo que sí hizo: golpear al Boniato. "Es muy injusto, está viviendo situaciones inhumanas", dijo, con la respiración entrecortada. 

***

Bala alojada en el segundo espacio intercostal izquierdo, de manera superficial, incluso sobre el esternón. Pulmones colapsados. Herida asfixiante en el derecho, que le produjo el proyectil al pasar.

La fiscal proyectó en pantalla las decenas de fotos que en el Instituto Técnico Forense le tomó al cadáver Nadia y le pidió al perito –joven y de acento caribeño– que contara uno por uno los órganos que esa bala le había perforado.

—Lo mínimo que podía hacer en su juicio es pasar sus fotos —reflexiona la fiscal en diálogo con El Observador. Antes, en los alegatos de apertura, había contado quién era Nadia Morales, más allá de esas fotos horribles en la camilla de una morgue.

La niña Nadia, con un trofeo obtenido con su cuadro de fútbol

La niña encontró la muerte cuando El Gordo y El Moco quisieron "ponerle fin a la controversia que tenían con el hijo de El Boniato de la peor forma posible. De la manera más irracional y antisocial que se pueda uno imaginar en una ciudad civilizada", argumentó entonces Morales. Tras una breve pausa, continuó: "Todo esto como que fuera una película de Hollywood, de gangsters, porque no hay otra forma para describir la cantidad de disparos que se hicieron en ese lugar". 

Para el abogado del Gordo, el relato de Fiscalía es propio de "una película de terror" y fue hecho con "una emotividad importante", pero "pese al desastre", él no tuvo nada que ver. Cuando vio que otras personas comenzaban a tirar contra lo del Boniato —a quien acusaron de vender droga—, el Gordo le dijo al Moco que debían irse porque los iban a matar a todos. El abogado del Moco se expresó en el mismo sentido: que ellos no fueron quienes mataron a Nadia. 

Pero la fiscal no tiene dudas de que fueron ellos quienes "de manera absolutamente irracional e irresponsable comenzaran a tirar disparos a diestra y siniestra en el callejón" y dispararon la bala que mató a Nadia. Pero, ¿quién? La abuela Marita dijo que vio al Moco con el arma. El Boniato dijo que el arma la tenía el Gordo. La Fiscalía no tiene forma de saber quién disparó. Por eso, pidió la condena de los dos como coautores del juicio. A su entender, la participación de ellos fue necesaria para el desenlace fatal, pero no tiene al autor de los disparos. Tampoco pudo identificar a las otras personas que iban en el auto. Los testigos describen que eran dos o tres más, presumiblemente menores de edad. 

La pericia balística tampoco las ayuda. Si bien los casquillos recogidos corresponden a una pistola 9 milímetros, por el modelo, no se puede hacer coincidir con un único ejemplar. Es decir, no se puede probar de qué pistola de ese modelo salieron los disparos. En la casa del Gordo solo se incautó un arma blanca. 

También, deberá batallar para que la jueza entienda que —como sugirió por lo bajo en una de sus múltiples intervenciones el Gordo— lo ocurrido fue un accidente. Fue un accidente que en medio de una balacera quedara una niña. La Leona de Malvín Alto que corría todas las pelotas. 

La jueza Rieiro deberá escuchar tres declaraciones más y los alegatos de cierre antes de dar su veredicto final. Pero la madre de Nadia, le pidió que haga Justicia por la muerte de su hija. Su sufrimiento tiñó toda su declaración y lo resumió ante todas las preguntas de los abogados, a quienes les dijo:

–Me encantaría que usted estuviera en el momento de que yo pasé, que no fue nada fácil. Somos una familia luchadora, trabajadora, que no nos metíamos con nadie y pagamos una tragedia así, con la muerte de una niña que hasta el día de hoy, doctor, discúlpeme, la estoy sintiendo. 

 

 

Los nombres de los familiares de Nadia fueron modificados para proteger su identidad.

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