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Vientre subrogado: el incansable deseo de ser madre y el calor del útero prestado

Uruguay debate si abre la posibilidad de subrogar un vientre hasta el cuarto grado de consanguinidad y hay dos propuestas complementarias; el plan es votarlo este año
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26 de noviembre de 2022 a las 05:00

Esto no lo sabe casi nadie. Pero cuando Martina estaba en quinto de escuela, le empezó un dolor en la panza. Era tan fuerte que más de una vez sus papás la llevaron a que le pasaran calmantes por vía intravenosa. Podía ser psicológico: que no quisiera ir a la escuela o que la pusieran nerviosa las presentaciones al frente de la clase. Los padres la mandaron al psicólogo. Podía ser, capaz, apendicitis. No importaba qué analgésico tomara, qué intravenosa le dieran: los dolores se repetían, una, dos veces por mes.

En primero de liceo, casi todas sus amigas se habían desarrollado. Ella, nada. ¿Por qué no sangraba? Tenía 14 años y la ansiedad la ponía impaciente. 
Un día le pareció que sí, por fin, y se lo contó a sus amigas. Aunque después se dio cuenta de que en realidad no había sido la menstruación, nunca lo rectificó.

Ese verano, cuando pasaba a segundo de liceo, los estudios empezaron a dar noticias más contundentes: lo que tenía, el ya histórico dolor de panza, era el síndrome de Mayer-Rokitansky-Küster-Hauser: un útero diminuto, ovocitos que no pueden entrar en el remanente uterino y golpean, entonces, el peritoneo. De ahí el dolor. Al diagnóstico le siguió la pregunta a sus padres:

—¿Cuándo voy a menstruar?
La respuesta fue que nunca.

 Y después siguió la que demolió todo:
—¿No voy a poder tener hijos?

Un desplome de lágrimas los fundió a los tres. 

Desde entonces, Martina se sentía la rara, la incompleta, la que nunca iba a ser suficientemente mujer. La que cuando sus amigas empezaban a hablar de la menstruación ni siquiera podía esconder su angustia y corría al baño a llorar. Porque ella era la Susanita cantada: a la que le gustaban los bebés y tenía la paciencia para jugar con ellos, la que iba a tener —muchos— hijos.

Pero había algo de optimismo en todo esto: tenía óvulos. Podría no tenerlos. 

El síndrome Mayer-Rokitansky-Küster-Hauser había sido, dentro de todo, generoso.  

Uruguay prohíbe el vientre de alquiler, pero sí da una alternativa. En 2013 se promulgó la ley de reproducción asistida, que incluyó la posibilidad de subrogar un vientre hasta el segundo grado de consanguinidad. Habilita a gestar a la madre, la suegra, la hermana o la cuñada de la mujer que, por problemas en su útero, no puede tener bebés.

Estaba claro: su madre lo iba a hacer por ella. 

Hasta que la vida se empecinó en volver a torcer los planes con un cáncer en los ovarios y en una trompa, que hizo que a la mamá de Martina la tuvieran que vaciar

Como no tenía hermana —todavía no sabía que tampoco tendría cuñada— su posibilidad de tener un hijo que fuera su descendencia volvió a desdibujarse. Hasta ahora, ningún bebé nació amparado en este aspecto de la ley.

En el medio, y por varios años, los padres de Martina investigaron sobre la posibilidad en el exterior de un trasplante de útero. Pero llegaron a que los riesgos son altos, los precios caros; y las chances de éxito, pobres. 

***
En el Parlamento el tema vuelve a hervir. El diputado del Partido de la Gente Daniel Peña impulsó una iniciativa para cambiar la ley actual y habilitar la subrogación en general, solo cuando la madre biológica no pueda gestar al bebé en su panza. Eso habilitaba a amigos de la vida, cuyo vínculo fuera comprobado y donde se garantizara que el gesto fuera sin dinero de por medio. 

El plan prosperó solo en parte. Tanto Cabildo Abierto como el Frente Amplio estuvieron dispuestos a abrir la ley pero dar un pasito más corto: permitir la extensión del vientre subrogado hasta el 4° grado de consanguinidad. Si se aprueba en las cámaras, eso va a permitir que las primas de la mujer que quiere ser madre, o de su pareja, puedan gestar en su útero bebés ajenos. 

La propuesta, dice Peña a El Observador, parte del clamor popular, debido a una ley inicial que está mal hecha. Y argumenta: la infertilidad en Uruguay está entre el 10% y el 20%, y muchísima gente está subrogando fuera del país. 

Estos últimos datos se contraponen con los que plantean algunos expertos, que sostienen que quienes no pueden gestar a sus hijos en la panza son una pequeña excepción. 

Pero también está, remarca Peña, el enorme peso de que una familia que piensa en un vientre subrogado ya pasó por varios fracasos antes. Entonces, el tema pasa a ser tu vida.
Martina pensó en alguna amiga en algún momento, y también pensó en sus primas, aunque nunca se lo pediría. Es más: nunca les dijo nada de esto.

Para el diputado blanco Álvaro Dastugue, abrir la posibilidad a la subrogación más allá del 4° de consanguinidad es abrir el universo a lo desconocido, porque, se pregunta: qué pasa con los bebés que nacen con alguna discapacidad, qué pasa cuando la persona que gesta al bebé se arrepiente de entregarlo. Y enfatiza: la amistad abre muchas puertas, se amplían derechos a un mundo peligroso y mercantilizado. El país no está preparado. 

En el Frente Amplio, la diputada Cristina Lustemberg dijo en la última sesión de la comisión: si se abre más, la ley deja de ser una garantía. 

El diputado nacionalista Rodrigo Goñi lidera la mirada más restrictiva. Su batalla es por el desequilibrio que se da entre la madre biológica y la mujer gestante. Hasta ahora, señala, la mujer que lleva adelante el embarazo está totalmente desprotegida, incluso siendo familiar de la solicitante. 

El legislador propuso un complemento al proyecto para que se trate en la cámara y que contemple que la gestante ya tenga al menos un hijo propio y que nunca haya subrogado su vientre antes, que todas las partes estén radicadas en el país, que la futura gestante pueda arrepentirse de entregar al bebé hasta diez días después del nacimiento o incluso que pueda interrumpir el embarazo bajo la ley vigente. El complemento también establece que debe estar previsto qué pasa si la pareja se separa o muere, y deja plasmadas penas de cárcel de hasta cuatro años para quien saque provecho —económico o de otro tipo— de la gestación. Otro aspecto del aditivo que presentará Goñi indica que la identidad de la gestante podrá ser revelada a partir de una resolución judicial, si así lo tramita la persona nacida mediante la gestación subrogada. 

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Al final, todo lleva a la misma pregunta: qué es ser madre. ¿Es aportar los ovocitos? ¿Es gestar ovocitos donados? ¿Es el cuidado y la construcción que empieza una vez que la mamá y el bebé se encuentran por primera vez? Las respuestas pueden ser todas. Para las madres que reciben ovocitos donados para quedar embarazadas, ser madre empieza con el cuidado en la panza. Las mujeres que adoptan niños ponen el foco en el amor como construcción, y las que quieren subrogar un vientre ponen el énfasis en los genes y en el cuidado. 
Pero aparece otro dilema. Si ser madre es recibir ovocitos donados para llevar adelante un embarazo, ¿cómo puede defenderse después que una madre que alquila su vientre para gestar a un bebé con otros ovocitos no es, también, la madre?

La discusión no está saldada en casi ninguna parte del mundo. Ni siquiera en Uruguay, ni siquiera en la Sociedad Uruguaya de Reproducción Humana, que nuclea a 69 socios médicos vinculados con la ginecología y la obstetricia y con la ciencia. 

***
Antes de cumplir 18 años Martina conoció a Juan Pedro, que era una generación menos que ella. A los tres meses de que empezaron a salir, Martina se sintió con el peso de que tenía que transparentar las eventuales complicaciones de un futuro en equipo: ella no iba a poder quedar embarazada. Fue prematuro —hoy se ríe—, pero así le pesaba. 

Juan Pedro es con quien ahora, ocho años después de esa confesión, planea que sus hijos sean realidad. Aunque su suegra tiene 60 años y tampoco es una opción para cargar en su cuerpo al bebé.

Porque: cómo resolver el vínculo. Cómo sería si la suegra pudiera —y aceptara— gestar al bebé. Qué pasaría después. Cómo frenar el hecho de que ese vínculo es un poco —o mucho, o muchísimo— más que solo de abuela-nieto. Dónde empiezan y terminan las potestades. Cómo se hace para que ese lazo, que se gestó desde la panza, después corte y todo vuelva al cauce previsto. La hermana, la suegra, la prima: siempre serán familia. Qué pasa si ellas quieren tener sus propios hijos. Qué pasa si después se arrepienten y no pueden sobrellevar el hecho de que el hijo que tuvieron en la panza no es de ellas. Cómo pedirle tanta responsabilidad, comprometer a un ser querido a los nueve meses más largos para cuidar una vida que, apenas después de todo, tendrán que entregar. ¿Cómo terminan los vínculos familiares después del terremoto de maternidades que quieren y no pueden y que no quieren pero pueden y después sí quieren, o no? 

Martina ya lo pensó todo: 
—La mejor opción sería no tener un lazo afectivo con la persona.

Desde que es esa niña adolescente sabe que congelará óvulos, porque sabe que su proceso será más largo que el del resto. Es una ansiedad que aprendió a calmar desde hace años, pero ahora, que tiene 25, decidió que en seis meses, con su próxima consulta con la ginecóloga, empezará ese camino.    

Después vendrá el viaje al exterior —Estados Unidos, donde el mercado está regulado y es el país con más experiencia en estos tratamientos—, el vientre de alquiler a una mujer que, una vez que su hijo nazca, nunca volverá a ver. Para eso, tiene que juntar entre US$ 80 mil y US$ 100 mil, algo que, con el mayor de los esfuerzos, le llevará al menos cinco años. 
Ella, quizá, podrá pagarlo. Y será parte de lo que algunos —otros, los que están en su vereda de enfrente— califican como el mercado de los bebés: ¿comprar y vender hijos?

*** 
Los detractores del vientre de alquiler lo ven como una mujer que se convierte en una cosa —un cuerpo como contenedor—, y se forma un mercado en el que tener —contener— un hijo es un negocio: lo compran o lo venden con un precio acordado. El riesgo sube si la regulación no existe y el intercambio del bien –el bebé– queda a criterio de un contrato entre privados. Los destinos regulados comercialmente se vuelven criaderos que suman otro atractivo: el turismo de vientres de alquiler. Es, para esta parte, la degradación de la dignidad de la gestante y del bebé. 

En esa compra y venta, hay dos partes que se benefician. La familia de Martina conoció la historia de una mujer estadounidense que subrogó su vientre tres veces, uno por cada hijo que había tenido, para pagarles la universidad.

Y acá es donde entra en juego la línea divisoria entre un derecho y otro: qué pesa más, ¿el derecho de la mujer que tiene óvulos y quiere tener su descendencia o el de la mujer que pondrá su cuerpo para el embarazo? Algunos médicos se aferran al argumento de que el embarazo es la situación médica normal que más se complica. Y que, no en vano, los partos se acompañan desde una sala de internación. 

Y también empieza el efecto spaghetti bowl. Depende de dónde se alquila el vientre, las potestades y los equilibrios cambian. Algunos países reconocen como madre legal a la persona gestante; en otros, a los padres biológicos. 

Para evitar estos vericuetos, la exrelatora de la ONU Maud de Boer-Buquicchio recomendó en 2018 a los países dar garantías para impedir la venta de bebés, que se establezcan requisitos y que se regulen a todos los intermediarios, así como también las cuestiones financieras, médicas y de contratos para resguardar a las partes involucradas. 

La pregunta para algunos es, entonces, por qué no, mejor, adoptar un niño y dejar a un lado los tratamientos, la invasión del cuerpo ajeno y el mercado de hijos. 

Martina piensa en voz alta: 

—Uno siempre quiere tener sus hijos. Tener un hijo en la panza me da seguridad porque al bebé lo estás cuidando desde que se gesta. Son muy importantes los hábitos que tiene la mamá en ese momento. Preferiría poder tener mis propios hijos mediante alquiler, por el miedo que implica tener un hijo que viene con su historia. Es egoísta el pensamiento de no darle la oportunidad a un niño que de verdad lo necesita, pero también pienso que quiero tener mis propios hijos y debería tener derecho. Ver los gestos de uno en ellos, todas esas emociones…

Martína dice que debería tener derecho. Un estudio académico presentado por la exjueza y docente Dora Szafir y el abogado Horacio Bagnasco plantea otro caso real: el de una mujer joven, casada, a quien le diagnosticaron cáncer de útero y se lo tuvieron que sacar. Tenía óvulos, pero no tenía, ni ella ni su esposo, ningún familiar de los que contempla la ley para poder subrogar un vientre. ¿Es justo y razonable?, se preguntan los autores. 

El planteo es que la ley es en parte inconstitucional porque viola el principio de igualdad. De dos mujeres que están en una misma situación —tienen óvulos, no pueden tener un embarazo y quieren subrogar—, solo una de ellas podrá acceder al tratamiento. Lo que las diferencia es que una tiene un familiar específico y la otra no. El trabajo cita el ejemplo de Brasil, donde se prevé que quienes no tienen ese familiar específico puedan presentar alguna otra persona para que cumpla el rol de subrogante.

Ser madre de alguien es mucho más que un lazo de sangre. Va mucho más allá, Martina lo tiene claro: tiene que ver con los cuidados, con el vínculo que crece día a día, con lo emocional. 

Pero no puede evitar ver a una mujer embarazada, en la calle o en la televisión, y emocionarse. Emocionarse bien, en el buen sentido. Lo valora más —está segura— que la persona que sabe que puede gestarlo, y que no sabe lo agradecida que tiene que estar de poder hacerlo. 

Hace poco se mudó con Juan Pedro a una casa más cómoda que la que manejaban en un principio. Ahora gastan más. Porque si no para qué trabajo tanto, si no lo puedo disfrutar. 

No entiende cómo por un momento se olvidó de que sí tenía un motivo para ahorrar. Para salir de ese lugar de sentirse incompleta.  

Para poder tener sus propios hijos. Habla en plural porque, ojalá, el vientre subrogado pueda gestar más de un bebé al mismo tiempo, más allá de lo difícil que pueda ser después criarlos. Porque no va a pagar dos tratamientos. Porque no se ve pasando por todo eso dos veces.

Solo ahí va a cerrar su círculo. Solo así se va a animar a compartir su historia y ayudar a otras mujeres a que también puedan cerrar los suyos.

 

*Los nombres de los testimonios son ficticios a pedido de los involucrados, que quieren preservar su identidad.

 

Propuesta para homosexuales hombres
Cuando se discuta en el plenario el proyecto para ampliar el vientre subrogado, también se tratará un aditivo del diputado Felipe Schipani para permitir la subrogación de vientre para homosexuales hombres.  Para Schipani “es de extrema justicia” permitirle a los homosexuales varones algo que las parejas mujeres sí pueden hacer.
Dastugue hace el contrapeso: “Los grandes debemos dejarnos de caprichos, el niño tiene que tener un padre y una madre”. Lo de Schipani está “fuera del espíritu de la ley”, dice. 
Goñi, coincide, porque entiende que se quiebra el principio de excepcionalidad por patología. Como los homosexuales hombres no tienen una patología, entiende que se abre la puerta a la subrogación comercial, lo que puede ser una tentación para las tres clínicas de fertilización instaladas en Uruguay. Puede convertirse en un gran negocio, sin que prime la necesidad médica.
El Observador consultó al colectivo Ovejas Negras, que dijo que el tema no estaba en su agenda y por tanto no tenían una postura al respecto. 

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