En la inolvidable escena de Los diez mandamientos (quien la vio no se la olvida más, pues es de esas que quedan grabadas a fuego en la memoria), Moisés (Charlton Heston) logra dividir las aguas del Mar Rojo para que el pueblo elegido pueda cruzarlo sin ahogarse ni siquiera mojarse los pies. Cuando la religión y el cine se unen, todo puede ser posible. Las decisiones divinas terminan siendo filmadas divinamente, con la suficiente capacidad de convencimiento visual como para que nadie piense que es ficción. Por el contrario, la película se transforma en referente de verosimilitud.
La realidad en ocasiones supera a la ficción y hay pueblos que hacen un éxodo sin la misma suerte que otros. Miles de centroamericanos, unos siete mil, anónimos y desesperados, emulan en estos días a las diásporas masivas que hubo en la historia, sin que nadie sepa cuánto y de qué forma podrá intervenir la ayuda sagrada para que logren conseguir su objetivo de entrar a territorio estadounidense. Por ahora, y seguramente mañana también, luce como imposible.
La realidad en ocasiones supera a la ficción y hay pueblos que hacen un éxodo sin la misma suerte que otros.
Van en estos momentos recorriendo a pie la geografía mexicana y en el camino hacia la misión imposible que les espera algunos caen como moscas, agotados por el calor, por las interminables distancias, y por los efectos no tan colaterales de ese tipo de desesperanza por la cual realidad y utopía se cotejan, y la segunda sale perdiendo. Van solos, cada uno con su soledad a cuestas, a la desesperada, sin un Moisés que los guíe y tenga en la manga más de un milagro. Son miles, y como el General Quiroga en el poema de Borges, van “al muere”, aunque el militar iba en coche y estos van a pie, algunos, descalzos. La pobreza extrema en movimiento.
Van en estos momentos recorriendo a pie la geografía mexicana y en el camino hacia la misión imposible que les espera algunos caen como moscas, agotados por el calor, por las interminables distancias, y por los efectos no tan colaterales de ese tipo de desesperanza por la cual realidad y utopía se cotejan, y la segunda sale perdiendo.
Estos centroamericanos, impulsados por la desesperación y por la miseria con varios rostros, tienen planeado entrar a territorio estadounidense por la frontera que separa a las ciudades de Matamoros, México, y Brownsville, Estados Unidos. Estuve en ambas años atrás en plan de turismo de guerra, y debe ser de los peores lugares fronterizos (y no fronterizos también) que he conocido, sobre todo Matamoros, nido de narcotraficantes y que cobija a una de las cárceles más cargadas de criminales de México. Ahí no hay nada, como tampoco la había en el miserable pueblo mexicano que aparecía en Luvina, el notable cuento de Juan Rulfo. En Matamoros, hay menos que en Luvina. La única razón por la cual quieren entrar al “sueño americano” por ahí, es porque resulta la puerta de entrada más corta tras el interminable periplo que comenzó en Honduras, y al que aún le falta mucho para concluir. Hay viajes en forma de diáspora que terminan mal antes de terminar.
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