Por Francisco Vernazza - Especial para El Observador
De todos los mitos que habitan la política, el más difundido es que la cotización de un candidato o partido en la opinión pública es resultado de mejor o peor comunicación.
Esta manera de ver las cosas presta un invalorable contribución a la autoestima de los actores políticos porque implica decir, en voz baja o alta: “Somos mejores que nuestra apariencia. Tenemos un buen globo, solo falta inflarlo".
Esta convicción puede tener un lugar en los textos de autoayuda para la clase política pero, como toda simplificación aguda, implica el peligro de hacernos creer que tenemos la llave teórica del asunto cuando solo tenemos un llavero vacío.
La llave del éxito de Lacalle Pou no han sido las horas sumadas de comunicación por la pandemia ni la prolijidad escenográfica de las conferencias de prensa, sino su capacidad de construir un personaje que luce serio, responsable, sensato, más bien inteligente y sobre todo auténtico. ¿Lo será? A efectos del análisis importa poco. Lo central es que se lo puede escuchar sin sentir que está diciendo lo que el libreto le dicta. Las muchas horas frente a las cámaras le dieron la oportunidad de que tirios y troyanos aceptaran el personaje, quizás más como ejemplar de un biotipo humano que como un gran líder o pensador político.
La valoración estuvo en atributos personales por fuera de la discusión política. Quizás por eso mismo se hizo tolerable para la parte más blanda del espacio frenteamplista. No para las hinchadas pesadas, de los que tienen cuatro vacunas de Pfizer contra los partidos tradicionales, sino de las amplias capas de simpatizantes del FA no blindadas a reconocer méritos ajenos.
Probablemente es en esa pecera que Lacalle consiguió los encuestados que le proporcionan sus buenos números. Lo mismo rige para Salinas, alguien que se exhibe con mucho encanto personal, mucha competencia profesional y nada de militancia.
¿Estos éxitos son obra de la comunicación? Si de la comunicación personal no de la de los aparatos ni de los presupuestos.
Impugnar los superpoderes de la comunicación en política, no implica subestimar al aparato haciendo su trabajo. Un día sí y otro también, el aparato divulga las fotos correctas, los giros verbales inteligentes, los diseños gráficos de buena calidad. Todo eso redondea y confirma, pero no cambia la historia.
Casi todo lo dicho vale para quienes tienen la visibilidad asegurada. Mucho más duro lo tienen los que deben buscar día y noche que los medios les abran alguna rendija para mostrarse ante la opinión pública. Para ellos sí, los aspirantes a una carrera política, la comunicación en el sentido de la visibilidad es la vida o la muerte.
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