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El reto de la energía nuclear en América Latina

Aunque no existen riesgos de un accidente como el de Chernóbil, los expertos están preocupados por el robo de fuentes radioactivas y el destino de residuos
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15 de junio de 2019 a las 05:04

Por María García Arenales
 

La aclamada serie de HBO Chernobyl que relata la mayor catástrofe nuclear de la historia, ocurrida en 1986 cuando explotó un reactor de la central Vladímir Ilich Lenin al norte de Ucrania, ha vuelto a poner en el centro del debate los riesgos de este tipo de energía.
Tan solo otro accidente es equiparable al ocurrido en Chernóbil: el sufrido en 2011 tras un tsunami en uno de los reactores de la central japonesa de Fukushima. Ambos han sido los únicos en ser calificados de máxima gravedad. Sin embargo, la lista de accidentes nucleares es bastante más extensa.

Según datos del Organismo Internacional de Energía Atómica (IAEA, por su sigla en inglés), Estados Unidos, Francia, China, Japón y Rusia, son los cinco países que tienen más reactores nucleares en operación.  Por regiones, se destacan América del Norte, Asia Oriental y Europa Occidental; América Latina , con siete reactores, ocupa el penúltimo lugar.

En la región, pese a que solo Argentina, Brasil y México cuentan con plantas nucleares para abastecer sus redes eléctricas, también se han producido accidentes, todos ellos posteriores al de Chernóbyl y de mucha menos gravedad. Los dos más destacados ocurrieron en 1987 en la ciudad brasileña de Goiania, en el centro-oeste del país, y en 1997 en Ciudad Juárez, al norte de México. En ambos casos se trató de incidentes de contaminación radioactiva relacionados con el robo de maquinaria abandonada que fue desmantelada y vendida como chatarra. Esas máquinas contenían en su interior sustancias altamente radioactivas y nunca se supo el número exacto de personas afectadas.

El accidente de Goiania, donde hubo contaminación con Cesio-137, dejó cuatro muertos y más de 200 heridos, mientras que en el caso de Ciudad Juárez, en la que se dispersó Cobalto-60, el gobierno ocultó información y nunca se supo el número exacto de afectados.
De hecho, “el riesgo del robo de fuentes radiactivas para uso industrial o médico constituye un riesgo considerable al que se debe dar mayor atención, ya que normalmente los ladrones no saben lo que están robando y eso incrementa el riesgo”, señaló a El Observador Julio Herrera-Velázquez, investigador del Instituto de Ciencias Nucleares de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). 


Más allá de esos accidentes radiológicos, los reactores nucleares en América Latina están lejos de sufrir un incidente semejante al de Chernóbyl, que tenían un diseño muy particular debido a que su objetivo era doble: generar electricidad y producir plutonio para las armas nucleares de la URSS. El tipo de reactor que explotó en Chernóbil, un RBMK de alta potencia, estaba refrigerado por agua en ebullición y moderado (frenado) por grafito, material con mayor riesgo de incendiarse.“Hoy en día no se otorgarían licencias a un reactor con esas características”, explica el físico nuclear.


En cambio, los reactores latinoamericanos están moderados por agua y son, por tanto, más seguros. “El accidente del reactor 4 de Chernóbil se debió a una pérdida de control que provocó un pico de energía. Al sobrecalentarse el agua que debía enfriar el reactor, se evaporó en las tuberías. En un reactor que emplea agua como moderador, esto disminuiría la moderación de los neutrones, y con ello disminuiría también su reactividad. En un reactor moderado con grafito esto no ocurre y se desestabiliza. Esto es lo que los expertos llaman en inglés un “positive void coefficient”, un error de diseño, que no se presenta en reactores moderados por agua ligera o pesada”, añade Herrera Velázquez.

Panorama regional 

Argentina cuenta con tres centrales: Atucha I y II, ubicadas a unos 100 kilómetros de Buenos Aires en la localidad de Lima, y El Embalse, situada en Córdoba. Los tres reactores son del tipo PHWR (Pressurized Heavy Water Reactor), que utilizan agua pesada a alta presión como moderador de neutrones y como refrigerante, y hay un reactor más -de agua ligera PWR (Pressurized Water Reactor)- en construcción.
Atucha I, que comenzó a funcionar en 1974, fue la primera instalación nuclear de América Latina para la producción de energía eléctrica.
En Brasil existe una central nuclear con dos reactores de agua ligera: Angra I y II, en el estado de Río de Janeiro (sudeste), más uno en construcción.

México cuenta con la planta nuclear Laguna Verde, qué está ubicada en el estado de Vera Cruz (sureste) y tiene dos reactores, también de agua ligera. Ambos son de agua ligera tipo BWR (Boiling Water Reactor).


Más seguridad

Nada tienen que ver los antiguos protocolos de seguridad que había en las centrales nucleares con los actuales. Tras el accidente de Fukushima, por ejemplo, se tomaron medidas que previenen una pérdida prolongada de energía eléctrica, señala Herrera Velázquez. Además, añade, se maneja el concepto de “defensa a profundidad”, de modo que existen una serie de barreras que procuran evitar la fuga de material radiactivo en un eventual accidente. 

Por otro lado, la supervisión de las centrales nucleares latinoamericanas no depende solamente de organismos nacionales. Periódicamente el Organismo Internacional de Energía Atómica supervisa las instalaciones y estas también son auditadas por la Asociación Mundial de Operadores Nucleares (The World Association of Nuclear Operators WANO), de modo que, a diferencia de lo que ocurrió en Chernóbil, es poco probable que pasen desapercibidos errores de operación que no se puedan corregir.

Sin embargo, pese a la existencia de reactores más seguros y eficientes y a las mejoras en los protocolos de seguridad a raíz de los graves incidentes que ha habido en los últimos 40 años, no se puede asegurar que la energía nuclear sea 100% segura. Siempre puede haber fallos en algún componente de la infraestructura nuclear, ya sea el suministro eléctrico, las bombas o las válvulas. “Por ello, imaginar y prever los posibles escenarios en los que pudiera ocurrir un accidente, y cómo actuar en caso de que ocurra es fundamental”, concluyó el experto.
Otro de los temas pendientes es cómo solucionar la disposición de residuos radiactivos de vida media larga y evitar la proliferación de armas nucleares mediante el desvío de uranio altamente enriquecido y plutonio. 

Una obra de una premio Nobel

El éxito de la serie Chernobyl ha sido tan destacado que ha disparado el turismo en la zona contaminada donde ocurrió el fatídico accidente. El fallo en el diseño del reactor que explotó sumado a los errores humanos del equipo de la central y a la forma en la que el gobierno de la antigua URSS intentó ocultar la catástrofe nuclear lograron cautivar al público. Lo que tal vez muchos espectadores desconocen es que la serie de HBO está inspirada en gran parte en el libro Voces de Chernóbil. Crónicas del Futuro, de la escritora bielorrusa Svetlana Alexiévich, galardonada con el premio Nobel de Literatura en 2015.

En una entrevista con el diario El País, la autora aseguró estar sorprendida por el hecho de que su nombre no aparezca en los créditos de la serie. El contrato que firmó con los productores permitía usar varias historias del libro, pero la escritora aclaró que “utilizan también su filosofía”, motivo por el que le resulta “muy extraño” que su nombre no figure. 
Más de tres décadas después del accidente nuclear, Alexiévich sigue manteniendo el contacto con varios de los supervivientes protagonistas del libro, que se publicó por primera vez en ruso en 1997, y cuyas ventas también han aumentado significativamente tras la serie. 

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