El secretario general de la OEA, Luis Almagro.

Nacional

El segundo tiempo de Almagro en la OEA: de la cruzada democrática a la moderación

El secretario general transita su segundo término en la OEA lejos del conflicto y con la tranquilidad de haber leído a tiempo, una vez más, el vaivén político.
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19 de octubre de 2022 a las 14:21

Cuando con Gonzalo Ferreira investigamos para escribir Luis Almagro no pide perdón concluimos que uno de los atributos más notorios del secretario general de la Organización de Estados Americanos era su capacidad de leer hacia donde sopla el viento. 

El excanciller de José Mujica ha desarrollado un olfato político que, como el jugador de ajedrez que es, le permite anticipar jugadas para colocar su cuerpo estratégicamente cuando un nuevo viento se levanta en una dirección distinta a la que venía. Por eso, como animal político, Almagro es un sobreviviente con una interesante capacidad de adaptarse al cambio. Y su segundo mandato en la OEA constituye una nueva prueba de ello.

Durante sus primeros cinco años al frente del organismo hemisférico el uruguayo lideró una cruzada por el cambio democrático y la protección de los derechos humanos en Venezuela y Cuba. Su preocupación por empujar la agenda como ningún otro líder regional lo llevó a un enfrentamiento directo con el gobierno de Nicolás Maduro y con La Habana, con quienes mantuvo un intenso, frecuente y acalorado intercambio público. El ida y vuelta tuvo momentos de dureza atípica y fiel a las lecciones que aprendió en el recreo de una escuela pública de su Paysandú natal, Almagro jamás se quedó atrás. 

Sin embargo, toda esa vitalidad arrolladora dejó un cráter de silencio en el segundo tiempo de Almagro en la OEA. El uruguayo ya no es tan vocal en la crítica, que ha disminuido de forma sustantiva a nivel cuantitativo y cualitativo. No es que Almagro hubiese cambiado su forma de pensar, dicen quienes lo acompañan de cerca en la tarea. Sigue creyendo que Venezuela es una dictadura que viola sistemáticamente los derechos humanos, que Cuba es una “revolución jinetera” y un estado parasitario y que en Nicaragua también falta el oxígeno de la democracia. 

Pero Almagro ha tendido a la moderación pública. En su círculo íntimo reconocen que ese comportamiento se acompasó al viento de cambio en la región: el más visible y singular para los intereses de la Secretaría General ocurrió en Washington. 

La administración demócrata de Joe Biden procuró un nuevo rumbo en materia de política exterior para la región. La más significativa fue la edificación de nuevos puentes con el Palacio de Miraflores, a quien le relajó sanciones y explora una nueva colaboración petrolífera. La pandemia del Covid 19 y la guerra en Ucrania le había comprado tiempo al régimen venezolano, pero el acercamiento estadounidense terminó por resetear la situación

Estados Unidos también tomó nota del nuevo mapa político en América Latina, que cambió principalmente con las elecciones en Chile, Perú y Colombia, aunque el cimbronazo aún puede ser más importante si Lula gana el último domingo de octubre en Brasil. De ahí que en el Departamento de Estado comenzaron a repensar su vínculo con la región en un modo que se diferencie y aleje lo más posible de su antecesor.

De hecho, hay quienes vieron el escándalo que derivó en la salida del cubano-americano Mauricio Claver Carone de la presidencia del Banco Interamericano de Desarrollo como un movimiento orquestado desde las entrañas del poder estadounidense para desprenderse de un elemento de Trump.

Para una organización tan dependiente de Washington en lo presupuestal son todos elementos importantes a considerar. Y si bien es verdad que Almagro mantiene su trinchera con una postura menos confortativa, también es un hecho que supo reformular su espacio vital.

La semana pasada en Lima le sacaron la foto de su abrazo con el secretario de Estado, Anthony Blinken, en el mismo momento en que explotaba la noticia de la investigación que lo involucra por mantener una relación con una funcionaria de la organización. En su equipo de trabajo hay tranquilidad por los posibles efectos que pueda tener esa investigación: descartan que el hecho vaya a derivar en la salida anticipada de Almagro porque entienden que no hay ambiente para ello y porque el mecanismo de destitución tiene una alta complejidad.

El giro político e ideológico en Chile y Colombia, dos país relevantes en el hemisferio, no afectó el vínculo con la Secretaría General. Además Almagro se volcó decididamente hacia la cooperación con varios países de El Caribe y volvió a ganar simpatías en esa región. El mar revuelto del eje La Paz-Caracas-Managua-La Habana no luce tan embravecido en la medida que Almagro no agita esas aguas, entre otras cosas porque sus acciones no han logrado cambiar radicalmente esas realidades. Quizás también haya algo de resignación ahí.

Así, el secretario general transita su segundo término lejos del conflicto en la OEA, con algunas resistencias visibles que desde hace un tiempo se anclan en México y Argentina, pero con la tranquilidad de haber leído a tiempo, una vez más, el vaivén político. Parecería que los dos años y cinco meses que le quedan transcurrirá sin los terremotos de la primera hora. 

En cualquier caso, la pregunta para él sigue siendo la de su futuro desembarco. ¿Se canaleteará -como él dice- definitivamente por la lógica una vida zen en algún think tank o alguna universidad estadounidense o, como dice en el libro mencionado, volverá a bajar al barro para morir haciendo política en Uruguay?

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