Por Sonia Berjman
Residimos en el departamento de Rocha pero el miércoles 26 de febrero a las 10 de la mañana nos dirigíamos a la Biblioteca Nacional en Montevideo y al llegar a Soriano y Paraguay mi esposo frenó ya que el semáforo estaba en rojo. De golpe pareció que una bomba cayó sobre nosotros: quedamos debajo de miles de vidriecitos y dos brazos me arrebataban la cartera con documentos, celulares, dinero, etcéteras.
Somos personas mayores y el shock fue mayúsculo. Todavía no nos habíamos repuesto de los hechos de inseguridad que vivimos en nuestra casa en noviembre pasado.
Sabemos que son millares las rapiñas, arrebatos, asesinatos y demás yerbas criminales que se producen en el país. Pero, permítanme unas reflexiones al respecto. Los jueces y políticos garantistas ¿de verdad creen que “benefician” a los delincuentes cuando los dejan sin castigo? Lamento contradecirlos: los condenan, generalmente desde niños, a vivir en el infierno de las drogas, la ilegalidad y la muerte al tiempo que también condenan a compartir ese infierno de violencia a la mayoría de la población honesta y trabajadora.
¿No sería mejor que los esfuerzos se canalizaran en construir más centros de reeducación y más cárceles dignas para los ya insertos en el mundo del delito? No me olvido de la falta de una verdadera educación integral para que desde pequeños aquellos desfavorecidos socialmente aprendan el buen camino de la vida y no caigan en falsas opciones. ¿Quién no necesita y desea la autosuperación? La solución no es nivelar para abajo sino al revés. Tampoco podemos ni debemos resignarnos a sobrevivir en este estado de cosas.
La contrapartida de un suceso lamentable: la solidaridad que recibimos de quienes pasaban por allí o que trabajan en las inmediaciones. Un ángel llamado Valentina, los funcionarios de un comercio de informática muy cercano (Gisselle, Julio, Nicolás, Ana) y otros nos refugiaron por el resto de la mañana en ese local, nos sacaron los vidrios que pudieron, nos desinfectaron, nos dieron agua, llamaron a la policía (varios miembros del GIR1 llegaron a los dos minutos), a Antel, al BROU, nos acompañaron a la comisaría a hacer la denuncia, contactaron a amigos nuestros. En fin, nos contuvieron, ayudaron, dieron cariño. Sentimos que eran familia.
También nos llegaron al corazón algunas caras compungidas que vimos por ahí, expresión de vergüenza ajena, al no poder explicar racionalmente lo que expresaban con sus actos reparadores: ¿qué podrían argumentar para que los “extranjeros” comprendiéramos la situación vivida?
Ah... me olvidaba... nuestro auto tiene patente argentina (blanco preferido de los chorros), somos vecinos del otro lado del charco que nos hemos mudado al querido paisito en busca de paz.
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