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El sueño del mormón

El juego de Ender pretende transformarse en una saga al estilo de Harry Potter, pero falla al pecar de abrurrida
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18 de enero de 2014 a las 16:08

Orson Scott Card es uno de los escritores del género ciencia ficción más importantes en activo y es El juego de Ender su más importante trabajo. El autor –reconocido además por ser integrante de la Iglesia de los Santos de los Últimos Días– llevó adelante una saga con el personaje de Andrew “Ender” Wiggin, un niño especialmente dotado para el combate espacial.

La saga se compone (por ahora) por seis libros, y hay mucho material para tratar de adaptar en una franquicia, de esas de mucho éxito, que pueda ser llevada al cine en numerosas y muy rentables películas.

Y el punto de partida, o de perspectiva, es ese mismo: transformar la saga de Ender en un concepto muy similar a Harry Potter (“Harry Potter en el espacio” fue el consenso de la crítica estadounidense).

La película dirigida por el impersonal Gavin Hood cuenta la historia del joven Ender y cómo es reclutado por La Escuela de Batalla para transformarlo en el mejor comandante espacial desde el héroe Mazer Rackham.

Para seguir con los paralelismos con la saga del joven mago, Ender es llevado a una escuela distante (una estación espacial en vez de una institución mágica), donde se hará de algunos amigos (pocos, al igual que el mago) y tendrá la supervisión de severos profesores. Incluso, jugará un juego de entrenamiento que bien podría ser el propio Quidditch. Y a medida que va progresando en su entrenamiento irá mejorando hasta transformarse en una suerte de “elegido” (como el mago, qué cosa) para lograr vencer a la mayor amenaza.

Al margen de esta transformación de una saga independiente en un material fácilmente digerible, hay algunos aspectos exitosos en la puesta de Hood. El visual es de ellos el más imponente. Tanto los diseños de naves, escenarios y las batallas que se muestran cumplen con acierto con su objetivo. Por el lado del elenco, es en los niños actores donde mejor resultado se logra. Asa Butterfield es un buen protagónico (como lo había sido en La invención de Hugo Cabret) y está bien secundado por Hailee Steinfeld y Abigail Breslin.

En cambio a los adultos les toca el material más flojo. Harrison Ford se sobra a la hora de su rígido Coronel Graff, pero el personaje nunca termina por decidirse si es un militar severo e inconmovible o una suerte de figura paterna. Lo mismo le pasa a Viola Davis y su Mayor Anderson, quien es prácticamente apenas una figura mínima de contención. Y al que le va peor de todos es al gran Ben Kingsley con mínimos minutos de metraje y la peregrina idea de qué tatuajes maorí en la cara alcanza para que construya algo. Ni siquiera él puede hacerlo.

Luego de un arranque entretenido, El juego de Ender se va diluyendo poco a poco en repetidas simulaciones, entrenamientos y juegos al parecer de poca importancia, hasta que de pronto parece recordar que tenía algo para contar y apresura todo en un anticlimático final. Es curioso cómo en estos tiempos donde libros poco extensos se adaptan hasta en tres películas la opción de El juego de Ender haya sido apresurar todo en una misma película y con ello, no lograr mantener siquiera un mínimo nivel de entretenimiento. Y hasta aquí llegan entonces las comparaciones con Harry Potter, porque si algo jamás se permitió la saga basada en J.K. Rowling fue ser aburrida.

Mucha polémica ha causado su estreno, ya sea por las declaraciones homofóbicas de Card o por su visión sobre niños siendo militarizados (y es un texto que las Fuerzas Armadas estadounidense recomiendan leer a todos sus cadetes). Se puede decir que las polémicas le resultaron favorables a un filme que en definitiva está condenado a pasar desapercibido entre mejores opciones. Fueron mucho ruido para tan pocas nueces.

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