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El triunfo que el Frente Amplio no festejó

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02 de diciembre de 2019 a las 05:00

Así como hay una parte importante del electorado del Frente Amplio que cree que el cien por ciento de la bondad, la ética y la justicia social se concentra en ellos mismos, también hay una parte de los militantes de la “coalición multicolor” que tiene el mismo grado de maniqueísmo y cortedad de miras.

En ciertos extremos de los partidarios de la actual oposición (a partir del 1 de marzo, el nuevo gobierno) hubo quienes machacaron con la idea de que el Frente Amplio avanzaba paso a paso hacia un asalto de las instituciones, que había una dictadura en ciernes, que la elección nacional era entre Lacalle Pou o Venezuela.

“Hoy tenemos la gran posibilidad, dentro de cinco años yo no tengo la certeza de que podamos votar nuevamente, y yo no quiero una Cuba o una Venezuela en Uruguay”, dijo en campaña la senadora electa Irene Moreira, esposa del general Guido Manini Ríos.

Tales afirmaciones no tenían ni tienen ningún correlato en los hechos y la elección nacional fue la prueba definitiva de ello. Un proceso electoral con todas las garantías tradicionales en Uruguay, llevado a cabo en paz y calma, con un conteo de votos rodeado de las máximas garantías y que culminó con la derrota del oficialismo.

El radicalismo distorsiona la visión de la realidad.

Aquella militancia frenteamplista más pueril se pasó desde el domingo al jueves, insólitamente, festejando la derrota de Martínez e impidió que el foco se centrara en el verdadero triunfo del Frente Amplio: el haber completado 15 años de gobierno, desde la victoria electoral de 2004 hasta la derrota de 2019, habiéndole hecho honor pleno a la democracia uruguaya.

El Frente Amplio obtuvo en esta elección el último sello democrático que le faltaba: el de saber acatar el resultado de una elección cuando se está en el gobierno y la voluntad popular es adversa. Hasta ahora el Frente Amplio había perdido siendo oposición y luego solo había ganado. Nunca le había tocado caer siendo gobierno. Ahora cayó y lo aceptó.  El haber obtenido este sello democrático es que lo que le permitirá, sin ninguna duda, volver a ser gobierno del Uruguay, más tarde o más temprano.

Se dirá que no hay que felicitar al Frente Amplio por lo que es su obligación democrática y es cierto. Pero esta adhesión democrática se aquilata cuando se mira el panorama regional: la destrucción de la democracia en Venezuela, el fraude de Evo Morales en Bolivia, la desestabilización sistemática de gobiernos electos en otros países del continente.

Sin embargo, este verdadero triunfo del Frente Amplio quedó oculto por el festejo de la derrota y la actitud tomada por su candidato Daniel Martínez en la noche del domingo.

Martínez se perdió la oportunidad histórica de ser el líder que exhibiera, con tristeza claro, pero también con orgullo y honor, la prueba definitiva y absoluta de la altura democrática del Frente Amplio. Pudo ser el líder que le hablara con claridad a las masas frenteamplistas. Pudo ser Seregni en su balcón al salir de la cárcel en la dictadura, cuando instruyó a la multitud en que no habría venganza y sí una actitud constructiva para sacar el país adelante.

En cambio, eligió golpearse el pecho, cantar victoria en la derrota, y ni siquiera llamar por teléfono al presidente electo.

Incluso el saludo final de Martínez, cuatro días después y por Twitter, fue frío y lejano, sin siquiera felicitar al ganador. Solo saludándolo.

“La evolución del escrutinio de los votos observados no modifica la tendencia. Por lo tanto saludamos al presidente electo Luis Lacalle Pou, con quien mantendré una reunión mañana. Agradezco de corazón a quienes confiaron en nosotros con su voto”

Nótese en cambio qué distinto fue el mensaje del diputado Sebastián Sabini, del MPP:

“Qué bueno vivir en un país que respeta el voto de su ciudadanía. Cuidemos nuestra democracia. ¡Felicitaciones Luis Lacalle Pou y Beatriz Argimon y mucha suerte al nuevo gobierno que es la suerte de todos!  Nos encontraremos en la búsqueda de una sociedad más justa y solidaria”.

Podría decirse que Sabini entendió lo que estaba en juego.

Martínez -en un lugar de la batalla más tensionado- seguramente se dejó ganar por otras pasiones, presiones o cálculos. Se dice que temió la reacción de su electorado y las consecuencias de la frustración de sus partidarios. Justamente, era buena oportunidad para explicar que el mundo no se termina, que la vida no es blanco o negro, que no se viene el apocalipsis zombie.

La extraña conclusión de que la verdad no podía ser dicha, dice mucho sobre cierto electorado frenteamplista. Aun asumiéndola como el camino correcto, Martínez debió llamar por teléfono a Lacalle Pou, como sí hizo el presidente Tabaré Vázquez.

Para peor, cuando Martínez al fin visitó a Lacalle, cinco días después de la elección, se retiró sin hacer declaraciones, como si no hubiera pasado nada y no tuviera nada que explicar.

De todos modos, esta serie de equivocaciones en serie no mancha ni afecta la conquista lograda por todo el Frente Amplio, su verdadero motivo de orgullo, lo que debió resaltarse en lugar de festejar la derrota, el poder decir que han estado en todos los lugares posibles de la competencia política y siempre respondieron de la misma manera: con democracia.

Como debe ser.

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