Keiko Fujimori logró captar los votos del sur, donde viven los más pobres del país. <br>

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Elecciones y algunas asignaturas pendientes del "modelo" peruano

Transparencia electoral, reparar la brecha social y fortalecer los partidos políticos
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14 de abril de 2016 a las 05:00
Las élites limeñas —y acaso también la mayoría de los peruanos— respiraron aliviados el domingo a las ocho de la noche, cuando el Jurado Nacional de Elecciones anunció los primeros resultados de los comicios presidenciales, que ya marcaban con claridad quiénes serían los dos candidatos en segunda vuelta. Estaba a salvo lo que en Perú llaman "el modelo".

El modelo es el sistema liberal pro mercado que ha imperado en el país durante los últimos 25 años, y que a pesar de los rezagos, los terremotos políticos, con un autogolpe incluido, y el traumatismo colectivo (en un país que nunca ha resuelto bien sus históricas tensiones sociales y étnicas), ha llevado al Perú por la senda del crecimiento y ha logrado reducir significativamente la pobreza.

Esto puede llamar la atención porque la ganadora en primera vuelta, y por paliza, resultó ser Keiko Fujimori, la hija del expresidente Alberto Fujimori, quien gobernó el Perú entre 1990 y 2000 a la cabeza de una dictadura popular que sumió al país en el autoritarismo y una corrupción institucionalizada que horadó todos los estamentos de la sociedad peruana, y que terminó con el propio Fujimori huyendo al Japón para evitar ser juzgado.

El candidato que disputará la segunda vuelta el 5 de junio con Keiko Fujimori es Pedro Pablo Kuczynski, conocido como PPK, un economista y exbanquero de 77 años de edad que representa a una derecha más atildada, más dilecta de los mercados, de los inversores internacionales y, sobre todo, del antifujimorismo, que parece ser claramente una mayoría de los peruanos que abarca todo el espectro político. Tal vez solo decir que PPK es el candidato de Mario Vargas Llosa resuma todo lo anterior.

Y es que el aclamado Nobel peruano, nunca cohibido a la hora de expresar sin tapujos sus preferencias políticas en ninguna parte del mundo —mucho menos en su país—, no solo es un acérrimo defensor del liberalismo y del libre mercado, sino también un enconado enemigo del fujimorismo y la derecha populista.

Tal vez en ese centro derecha de Vargas Llosa, hoy representado en la figura de PPK, no se ubique la mayoría de los peruanos; sin embargo parece ser la opción con la que todos están dispuestos a transigir. El tan socorrido mal menor.

Es por ello que, aun con esas divisiones, y hasta rencores, en la derecha, muchos en Perú decían aliviadamente el domingo que el modelo estaba a salvo. Por mucho antifujimorismo y opiniones negativas que coseche, nadie sospecha que Keiko va a cambiar el rumbo de la economía peruana. Después de todo, su padre, a pesar del golpe que se autoinfligió en 1992 y de haber llegado al poder con el apoyo de la izquierda y del sur empobrecido, gobernó con el plan económico del propio Vargas Llosa, a quien había derrotado en las elecciones de 1990.

La desconfianza respecto de un eventual gobierno de Keiko transita por otros carriles: políticos, no económicos. El temor de algunos es que libere a su padre —encarcelado desde el año 2007 en Perú— y que luego sea este quien gobierne en la sombra, con sus antiguos aliados que tanto daño y devastación causaron a la democracia peruana.

Pero entonces ¿cuál era el miedo de esos mismo el domingo? ¿Y cuál la amenaza para "el modelo"?

Quien peleaba palmo a palmo el segundo lugar con Kuczynski era Verónika Mendoza, candidata del Frente Amplio, una coalición de izquierda radical de reciente formación y escasa tradición, entre una izquierda peruana que nunca ha contado con cuadros sólidos para aspirar al poder por la vía democrática.

Mendoza no se supo desmarcar a tiempo del chavismo y otras posturas radicales para que su sorprendente ascenso fuera aun más vertiginoso; pero su crecimiento fue tal que hasta último momento tuvo en ascuas a las élites peruanas, y estuvo a escasos dos puntos de darles un verdadero susto en las urnas. De algún modo, le pasó lo mismo que a Ollanta Humala en las elecciones de 2006, cuando no se desprendió de sus postulados más antisistema y de sus vínculos con Hugo Chávez y perdió en segunda vuelta a manos de Alan García. Luego rectificó y ganó en 2011, ya con la bendición de Vargas Llosa, el empresariado y el compromiso de una "hoja de ruta" que daba garantías al modelo.

Sin embargo, hay algo que otra vez dejó en evidencia el ascenso de Mendoza y que no se puede perder de vista: la pronunciada brecha social y geográfica que existe en el Perú. La candidata de izquierda arrasó en el sur andino, donde se ubican los departamentos más pobres del país, con poblaciones de mayorías indígenas largamente postergadas. Fue la misma región que constituyó la base del advenimiento de Humala, y antes de Fujimori.

Al parecer el crecimiento y la prosperidad que el Perú muestra hoy al mundo —y que se asientan en el modelo— no ha llegado a esas regiones que siguen votando a quienquiera que proponga cambiar precisamente ese modelo.

Luego está el problema de un país que no ha logrado conformar un sistema de partidos vigoroso. Allí los partidos son meros rejuntados para llegar al poder. Una vez allí, se disuelven para dar lugar a un gaseoso esquema de alianzas y contraalianzas sin estructura ni poder de contralor. Esto siempre termina favoreciendo los caudillismos y los cacicazgos políticos. Incluso los dos partidos tradicionales, el APRA y Acción Popular (que en la votación del domingo no salieron de un dígito), se desdibujaron al borde de la extinción tras la muerte de sus dos grandes líderes, Víctor Raúl Haya de la Torre y Fernando Belaúnde Terry respectivamente. Por su parte, Alan García (que merecería capítulo aparte) ha hecho del APRA una amalgama gelatinosa en torno a su figura, muy similar a los demás partidos de ocasión.

Y por último cabe destacar las dudas que despertaron en esta elección las exclusiones —dispuestas por la autoridad electoral— de dos candidatos con muy buenas posibilidades; en particular, la de Julio Guzmán, obligado a retirarse de la contienda por un dudoso tecnicismo cuando ocupaba un sólido segundo lugar en las encuestas y parecía no tener techo. Lo cual desembocó en un entredicho con el secretario general de la OEA, el excanciller uruguayo Luis Almagro.

Quizá esas sean las tres grandes asignaturas pendientes, no solo del tan cacareado modelo, sino —y tal vez más importante— de la propia democracia peruana: subsanar la brecha social, lograr un robusto sistema de partidos políticos y una mayor transparencia y equidad en la aplicación de la ley electoral.

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