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Empezar a reconstruir Venezuela
Al alcanzar los dos tercios de bancas en el Parlamento unicameral, la oposición venezolana quedó en condiciones de limitar en temas cruciales el incontrolado absolutismo con que gobernaba hasta ahora el presidente Nicolás Maduro. El cierre del escrutinio fue todavía más favorable a la Mesa de Unidad Democrática (MUD) que lo que indicaban las primeras cifras. El bloque opositor, si es que logra mantener unidad de acción en la Asamblea Nacional, podrá desde imponer correctivos a la desastrosa conducción económica del chavismo hasta cambiar la estructura institucional, incluyendo una posible reducción del mandato de Maduro para adelantar la próxima elección presidencial.
El MUD ya anunció que su primer acto legislativo, cuando asuman los nuevos parlamentarios el 5 de enero, será amnistiar a 75 dirigentes políticos presos. Encabeza la lista Leopoldo López, condenado arbitrariamente a 14 años de prisión y que, como líder de la facción más radical del MUD, comparte con Henrique Capriles la conducción del conglomerado opositor. Pero la abrumadora fuerza mayoritaria del MUD puede hacer mucho más. Se acaban los superpoderes y los decretos con que Maduro imponía su voluntad, con aprobación del sumiso bloque chavista que controlaba la legislatura y que ahora desaparece.
El MUD, si tiene la claridad de visión necesaria, podrá aprobar leyes que encarrilen la economía, colapsada por 16 años de despilfarro, corrupción y errores de gestión del chavismo. Podrá igualmente, mediante recambio de jerarcas, terminar con el control gubernamental de organismos cuya independencia es esencial para el buen funcionamiento de un estado de derecho, pero que se han convertido en meros sellos aprobatorios de las órdenes presidenciales. Esto se aplica, entre otras muchas instituciones, a todo el Poder Judicial, cuyos integrantes han apañado los desmanes de Maduro contra políticos opositores, los medios de comunicación y toda otra forma de expresión que no fuera sumisa al absolutismo instaurado en 1999 por Hugo Chávez.
La nueva mayoría parlamentaria designará también sus propias autoridades, lo que augura la salida del actual presidente de la Asamblea Nacional y número dos del régimen, Diosdado Cabello. Este oscuro personaje, acusado por un fiscal venezolano de encabezar una gigantesca red internacional de narcotráfico, tiene como base de su poder real sus estrechos lazos directos con un sector de las Fuerzas Armadas y su control sobre la estructura industrial, especialmente el vital sector petrolero. Pero la presidencia de la Asamblea Nacional ha sido su vidriera hacia el primer plano público. Perderla es un golpe que, para tratar de recuperar protagonismo, puede llevarlo a agudizar su rivalidad con Maduro por la conducción del chavismo, conocida pese a las proclamas públicas de unidad entre ambos líderes.
Ante el drástico vuelco político impuesto por el hartazgo de los venezolanos con la ruina en que el socialismo chavista hundió al país, es poco lo que Maduro puede hacer, excepto asimilar su fracaso y su derrota y aceptar que, con sus alas agudamente recortadas, debe corregir tanto su estilo como su forma de gobierno, a la espera de que termine su período en la presidencia. La otra opción que le queda es el autogolpe de Estado con que amenazó tiempo atrás, salida impensable porque llevaría a la exclusión de Venezuela de todos los organismos regionales que integra, acelerando el ocaso final del chavismo.
