Hay algo en sus ojos, en la mirada que atraviesa cualquier papel fotográfico o digitalización. Algo que estremece. La locura está ahí, se puede ver, casi que se puede tocar o sentir. Sus facciones podrán disimularlo más o menos, la sonrisa pícara podrá engañar a más de un par de incautos –de hecho, ambos lo hicieron–, pero la verdad está ahí adentro, en esos pozos negros que a la vez son pupilas. Encerrado está el mal puro, en estado salvaje y natural.
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