Si los niños comen mal, viven mal. Lo dice Henrietta Fore, la directora ejecutiva del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia, más conocido por sus siglas: UNICEF.
El número de menores que sufre las consecuencias de la mala alimentación y de un sistema alimentario que no tiene en cuenta sus necesidades es alarmante. Es una mancha, corrosiva, en el avance tecnológico, cultural y social que el mundo ha experimentado en las últimas décadas.
Unicef acaba de publicar El Estado Mundial de la Infancia 2019: Niños, alimentos y nutrición. ¿Habrá algo más importante? Es una mirada sombría del futuro que los gobiernos, las instituciones, las familias deben atender. Con prontitud.
En ese informe Japón está a la cabeza en lo bueno y para Uruguay se apuntan datos que preocupan, políticas que deben mantenerse y recomendaciones a seguir.
"El perfil de la malnutrición en los niños de Uruguay también está cambiando. Los niños desde muy pequeños consumen dietas muy poco diversas y con exceso de sal, azúcar y grasa que provocan la doble carga de enfermedad: retrasos en el crecimiento y sobrepeso u obesidad", es el apunte que destaca una nota de prensa de Unicef.
Y luego los datos y apreciaciones sobre la realidad local:
Unicef, destaca la nota, apoya las políticas públicas en Uruguay "que contribuyen a crear ambientes más saludables para el crecimiento y desarrollo de niños y adolescentes". Eso significa cosas tan sencillas como la preparación casera de alimentos, la identificación de los alimentos poco saludables, regular la publicidad dirigida a niños y generar entornos que favorezcan la alimentación saludable y la actividad física.
El Fondo de Naciones Unidas respalda el trabajo "realizado con los niños más vulnerables" y pide más acciones para disminuir "la proporción de niños con un crecimiento menor al esperado".
El informe de Unicef realiza la "más completa evaluación" de la malnutirición infantil en el mundo en lo que va de siglo y llama la atención sobre la triple carga de desnutrición, el hambre oculta —causada por la falta de nutrientes esenciales— y el sobrepeso entre los niños menores de 5 años
Y más datos:
Henrietta Fore, la voz de Unicef, dice que la manera en que "entendemos y respondemos a la malnutrición debe cambiar: no se trata sólo de conseguir que los niños coman lo suficiente; se trata sobre todo de conseguir que coman los alimentos adecuados". Y ese para ella es el "desafío de todos nosotros hoy en día".
El informe carga contra la publicidad y la comercialización inapropiadas, la abundancia de alimentos ultraprocesados, tanto en las ciudades como también en zonas remotas, y el aumento del acceso a la comida rápida y a las bebidas altamente edulcoradas.
Las consecuencias de esos señalamientos están documentadas: 42 % de los adolescentes que asisten a la escuela en los países de bajos y medianos ingresos consumen bebidas gaseosas azucaradas por lo menos una vez al día y 46 % ingieren comida rápida por lo menos una vez a la semana. Esas tasas ascienden a 62 % y a 49 %, respectivamente, en el caso de los adolescentes de los países de altos ingresos. Más riqueza, peor alimentación.
El resultado, ilustra el informe, es el aumento del sobrepeso y la obesidad en la infancia y la adolescencia en todo el mundo. Entre 2000 y 2016, la proporción de niños con sobrepeso de entre 5 y 19 años de edad se duplicó, pasando de 1 de cada 10 a casi 1 de cada 5. Hay 10 veces más niñas y 12 veces más niños de este grupo de edad que sufren de obesidad hoy en día que en 1975.
El informe del Fondo de la ONU para la Infancia coloca a Japón en el primer lugar para la salud infantil, con baja tasa de mortalidad y un muy pequeño número de niños con peso insuficiente.
El país también tiene la tasa de obesidad infantil más baja entre las 41 naciones desarrolladas de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) y la Unión Europea.
Según los expertos, varios factores entran en juego, entre ellos la atención particular que prestan los japoneses a la salud, los controles médicos regulares organizados para los niños y, sobre todo, el papel clave del almuerzo escolar.
"En todas las escuelas primarias y en la mayoría de los colegios de Japón se sirven almuerzos cuyo menú está decidido por nutricionistas", explica a la AFP Mitsuhiko Hara, pediatra y profesor en la universidad Tokyo Kasei Gakuin.
Los almuerzos son obligatorios, los platos o los bocadillos llevados de casa no están autorizados. La mayoría no son gratuitos pero están muy subvencionados.
Cada comida está preparada para incluir cerca de 600 0 700 kilocalorías repartida de manera equilibrada entre glúcidos, carnes y verduras.
"El almuerzo escolar está estudiado para brindar elementos nutricionales que suelen faltar en las comidas consumidas en casa", señala a la AFP una responsable del ministerio de Educación, Mayumi Ueda.
Estos almuerzos no solo sirven para alimentar a los niños, sino también para educarlos.
"Hay un anuncio audio diario difundido en la escuela para explicar los elementos nutritivos incluidos en el almuerzo del día. Es una buena forma de educar a los niños", según Hara.
En las escuelas primarias, los alumnos utilizaban imanes con imágenes de alimentos que colocan en diferentes categorías en un cuadro en blanco, aprendiendo así a distinguir, por ejemplo, las proteínas de los glúcidos.
"La ley dispone que el almuerzo escolar debe ser una parte integral de la educación", dice Ueda. "No se trata solamente de alimentar: los niños aprenden también a servir los alimentos y a levantar la mesa ellos mismos".
La práctica del almuerzo escolar se remonta en Japón a 1889, cuando se distribuían boles de arroz y pescado asado a los niños pobres de la prefectura de Yamagata, en el norte del archipiélago.
Otros factores desempeñan su papel, cuenta Hara.
"Como muchos japoneses prestan atención a su salud, se esfuerzan en comer de manera variada, lo que está bien", dice.
Los resultados aparecen con claridad en las estadísticas: Japón tiene una de las tasas de mortalidad infantil más bajas y el porcentaje de niños y adolescentes de 5 a 19 años con sobrepeso u obesos es de 14,42%, mucho menos que en la mayoría de los países desarrollados.
Fuente: Con información de AFP y de Unicef
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