Quiero empezar esta edición de febrero admitiendo mi fracaso. Para quienes vivimos de teclear palabras todos los días, hay veces que es más fácil, y hay veces que no. No sé bien cómo trabaja el mecanismo, pero casi siempre funciona solo, sin pensarlo demasiado: las ideas se procesan en alguna zona grisácea y difusa de la cabeza, se sacuden en la coctelera de la creatividad y uno, como mero vehículo, lo único que tiene que hacer es sentarse frente a la pantalla, estirar las falanges y dejar que corran por el teclado. Los dedos suelen encontrar el camino. Yo suelo confiar en que lo van a hacer.
Esta vez no pasó. Un bloqueo imposible me impidió planificar un Epígrafe más o menos competente, los temas se me escaparon de las manos y nunca alcancé a capturarlos. Le echo la culpa al covid. No sé a cuántos puede importarle el trasfondo de lo que se lee acá, pero este jueves, día de la publicación de la newsletter, tengo el alta después de una semana de convivencia con el bicho. Hasta ahora no me había contagiado y para mí fue una novedad. Sé que para el resto mundo ya no lo es. Mejor así. De todas formas, no me pasó nada. A excepción de un par de días de fiebre y de la tos porfiada, es como si no lo hubiese tenido. Pero eso es lo que siento en el plano físico: en el rubro de la concentración, en cambio, me destruyó. Omicrón me borró de un plumazo la capacidad de abstracción de la que siempre me jacto. Me dejó con la mente vacía e incapaz de volver a llenarla, no al menos a tiempo para cumplir con este mail.
Así que, de nuevo, le echo la culpa al covid. Este Epígrafe será un recuento de fracasos y, sin embargo, en el medio supongo que habrá algo para encontrar. Confío en que podrán sacar algo en limpio de todo esto.
Así que, para empezar, en la lista lo primero son los fracasos temáticos. Como saben, suelo apuntalar mis recomendaciones en base a temas que propongo mes a mes. Nada original, nada nuevo, pero creo que es algo que le da cierta música a estos envíos. Es algo de lo que agarrarme. En fin. Primero pensé que podría aprovechar mi convalecencia para hablar de libros sobre la enfermedad. Enseguida descarté la idea: ¿quién querría, después de dos años en los que la enfermedad tuvo más espacio vital en nuestro orden del día que cualquier otra cosa, volver a eso? Nadie. Ni yo. A otra cosa.
Esta nota es exclusiva para suscriptores.
Accedé ahora y sin límites a toda la información.
¿Ya sos suscriptor?
iniciá sesión aquí
Inicio de sesión
¿Todavía no tenés cuenta? Registrate ahora.
Para continuar con tu compra,
es necesario loguearse.
o iniciá sesión con tu cuenta de:
Disfrutá El Observador. Accedé a noticias desde cualquier dispositivo y recibí titulares por e-mail según los intereses que elijas.
Crear Cuenta
¿Ya tenés una cuenta? Iniciá sesión.
Gracias por registrarte.
Nombre
Contenido exclusivo de
Sé parte, pasá de informarte a formar tu opinión.
Si ya sos suscriptor Member, iniciá sesión acá