Martín Viggiano

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Escapada porteña

Me fui a Buenos Aires por el fin de semana y me recomendaron que la mejor relación calidad precio estaba en un super chino
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03 de septiembre de 2013 a las 00:00

POR VALENTÍN TRUJILLO

Buenos Aires, un fin de semana largo. Sin teatro, sin calle Corrientes, sin Plaza Serrano. Sí con café y charla íntima. Sí con caminata y sombra en el Jardín Botánico. Cambiar un poco de aires, recargar energías, ver familia y amigos, y sí, algunas inevitables compras.

En una librería del subsuelo de Galerías Pacífico, una novela de Graham Greene: Los comediantes. En una tienda de ropa, un pañuelo de cuello celeste (con acusación de metrosexualismo incluida).

A la noche, para aflojar las piernas y el alma, un poco de vino. En una picada con queso, salamín y pan de pita probé un vino artesanal mendocino, Monesiglio Malbec 2012. Suave en el paladar y bueno para acompañar embutidos, el vino

En un restorán de la calle Cabildo, para acompañar unos sorrentinos bastante encremados probé un Graffigna Centenario Cabernet Sauvignon. Este vino sanjuanino es bastante especiado y según me explicaron esto responde a la particularidad de los suelos de esa provincia. Limpió con taninos delicados la untuosidad de la crema y la pasta. La madera de la barrica no era tan notoria como en otros casos y se ensamblaba bien al resto de los sabores.

A la vuelta, ante una recomendación cercana de que la mejor relación calidad precio estaba en un supermercadito chino, acometí a uno de estos ubicado en la calle Paraguay y con los últimos pesos compré dos botellas que regresarían conmigo a Montevideo.

Uno fue un Marcus Malbec, de Humberto Canale, vino del Alto Valle del Río Negro, en la Patagonia. Se trata de una de las bodegas más antiguas y respetadas de Argentina, que ha tenido un proceso de reconversión muy importante en los últimos años. Del vino, que lo acompañé con un pastel de carne casero, destaco un carácter particular en cuanto al sabor: no posee el típico y concentrado gusto achocolatado de los malbecs argentinos que tuvieron más de un año de roble.

El otro fue un Álamos Sauvignon Blanc 2011, de Catena. El fuerte impacto en nariz de las frutas blancas se reproduce en boca. La sensación es extraña, porque es bastante ácido y a la vez se nota claramente su dulzura. Tiene un final de boca corto, que siempre invita a otra copa. Me acuerdo que lo tomamos con una ensalada césar estándar, con muy buenos resultados.

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