La decisión del gobierno uruguayo de fundir el águila del Graf Spee causó sorpresa en algunos, alegría en otros, y molestia en ciertas personas. Es que destruir un símbolo histórico tiene sus divergencias a la hora de opinar cuál debería ser su destino. Si mantenerlo para recordar la historia y no volver a repetirla o si destruirlo para dejar atrás ese pasado.
Para el presidente del Comité Central Israelita del Uruguay, Roby Schindler, no hay dudas. "Lo tomo con sorpresa y alegría", dijo a El Observador, apenas se enteró de la noticia. Dice que si bien pensaba que el águila iba a ser subastada, esta decisión fue mejor que darla "al mejor postor". "Es un elemento de odio y de guerra que se transforma en un elemento de paz".
Si bien reconoce que el águila podría haber ido a algún museo para recordar esa etapa "oscura", cuando se subasta "no se sabe el destino". "Podía ser que la comprara alguien que la utilizara como un elemento de culto al nazismo", aseguró.
Por su parte, también aseguró que se siente "honrado" de que el símbolo sea fundido por el escultor Pablo Atchugarry y que el gobierno uruguayo haya tomado esta determinación.
En la misma línea se expresó el director de la Bnai Brith en Latinoamerica, Eduardo Kohn. "Es un anuncio afortunado, en este caso es un símbolo de la maldad, que si quedaba puesto en algún museo, podía ser utilizado como la apología nazi", dijo a El Observador.
Para Kohn este "era un símbolo tenebroso, que solo podía hacer daño" y le convence la idea de que se transforme en una paloma, en algo que "simbolice la paz".
Sin embargo, fuera de la colectividad judía, hay otras opiniones que no condicen con su destrucción. El presidente de la Comisión de Patrimonio, William Rey, aseguró que este bien cultural "no debería ser transformado". "Es una opinión personal. Es un testimonio de un momento muy álgido de la vida del siglo XX y son piezas que se deben conservar cómo están", dijo a El Observador.
"Hoy tenemos perspectiva y creo que el bien se debería quedar cómo está", agregó. De todos modos, señaló que la Comisión de Patrimonio, cuando se inició el rescate del águila en la década del 80, se autoexcluyó de participar en las decisiones sobre qué hacer con el monumento. "Yo no estoy de acuerdo con esa exclusión, siempre la vimos de afuera", aseguró.
Otro que se pronunció en contra fue Alfredo Etchegaray, la persona con la que el Estado tuvo el litigio por la propiedad del águila del Graf Spee. Según él, si bien considera que le corresponde opinar más a los historiadores y académicos, lo mejor hubiese sido conservarla o "transformarla de otra manera, a través de hologramas", dijo a El Observador.
Y por otro lado, se mostró en contra de que el Estado no compense económicamente a él y al grupo de rescate, liderado por Héctor Bado, que fueron quienes sacaron el águila del Rio de la Plata. "A los daños y perjuicios se suma el injusto enriquecimiento del Estado a expensas de décadas de trabajo e inversiones de ciudadanos. Los rescatistas trabajaron años. No es ni ético ni legal ser generoso con el trabajo y el dinero ajeno", señaló.
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