Opinión > EDITORIAL

Excesiva tozudez

El legado de Bonomi
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28 de marzo de 2019 a las 05:04

Cuando finalmente el Observatorio Nacional sobre Violencia y Criminalidad del Ministerio del Interior presentó el lunes las cifras sobre la seguridad no hubo sorpresas. Confirmaron todo lo que la población padece todos los días: la inseguridad y la violencia en Uruguay siguen avanzando a velocidad crucero y los esfuerzos de la policía para frenarlas no alcanzan.

En 2018 hubo en Uruguay 414 homicidios, una cifra récord.  Supone un incremento de casi 46% con respecto a 2017, otro año récord en comparación con el anterior que registró 284 asesinatos. Con 223 casos, en Montevideo tuvo una variación al alza de 38%. Canelones, con 51 homicidios, y Cerro Largo, con 5, casi duplicaron sus números. El 2018 cierra con 11,8 asesinatos por cada 100 mil habitantes. 

Por otro lado, el año pasado registró 29.904 rapiñas, un incremento de 53,8% con respecto al 2017, cuando fueron 19.441. El 79% de las denuncias se concentró en Montevideo. En 14.800 casos, la víctima fue un transeúnte y en poco más de 3.000 fueron a comercios. Las rapiñas con armas de fuego se incrementaron 70% en relación al año anterior. 

Hay que reconocerle al ministro del Interior, Eduardo Bonomi, una tozudez que no es de envidiar. A esta altura es un capricho. Ser permanente portador de malas nuevas en algo tan sensible como la seguridad de los ciudadanos de un país que se jactó toda la vida de sus índices sanos de convivencia debe ser algo insoportable. Sobre todo siendo los resultados negativos de una gestión que tuvo todo lo que pidió: presupuesto, armas, tecnología y apoyo político.

Es cierto que el fracaso de las políticas de seguridad no es responsabilidad entera de la policía: es de un gobierno que no supo enfrentar el problema en su globalidad. A los infernales laboratorios especializados en generar delincuencia llena de odio y resentimiento como son las cárceles uruguayas; al fracaso estrepitoso de la educación pública; al derroche sin control del dinero que destina el Ministerio de Desarrollo Social en los sectores más vulnerables de la sociedad y a la deficiente aplicación inicial del nuevo Código del Proceso Penal hay que agregar otro condimento: la delincuencia en el mundo es más inteligente y tiene mayor poder de fuego. El licuado de la inseguridad está listo para ser bebido… con una pizca de cianuro. 

La explicación que dio Bonomi ante el fracaso evidente es un consuelo de tontos. “Eso es lo que dice la oposición cuando mide el trabajo solamente por los resultados. Nosotros lo medimos también por lo se ha logrado evitar”, sostuvo a la prensa luego de presentar las cifras y se preguntó: “qué hubiera pasado” sin las medidas implementadas, en momentos en que la delincuencia avanza en toda la región. 

Ya no tiene sentido pedir la renuncia del ministro Bonomi. Abandonará el ministerio con las botas puestas. Se lo recordará como el hombre que estuvo demasiados años al frente de una gestión con cifras tremendamente negativas. Todos los índices de violencia ciudadana continuaron trepando durante sus años en el ministerio. 

Quizá haya sembrado algunas cosas positivas de las que el tiempo dé buena cuenta, pero por lo visto  hasta ahora en casi nueve años de ejercicio del cargo, su legado será recordado como aquel en el que más creció la inseguridad ciudadana. 

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