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9 de diciembre 2023 - 5:05hs

Como imposible y como quimera, como fin y también como imperativo, la idea de la felicidad nos interpela más que nunca en los tiempos que corren. “¿Cómo ser felices?”, esa sentencia que nos sobrevuela como mandato del mundo moderno se impuso para encandilarnos y hacernos perder de vista aquella que debería ser la pregunta nodal: “¿Qué es la felicidad?”.

En su nuevo libro, Gabriel Rolón nos propone desandar el camino. Desarticular lugares comunes y preconceptos para poner en evidencia qué se esconde más allá de esa ilusión que se vende como panacea y no es más que una trampa. Entre el Psicoanálisis y el arte, entre la filosofía y la literatura, despliega entonces su hoja de ruta, un mapa de lecturas que van de la mitología clásica a Byung-Chul Han, pasando por Freud, Lacan, Borges, Nietzsche, Schopenhauer, Einstein, Alejandro Dolina, Ana Frank, Bertrand Russell y Comte-Sponville, entre muchas otras.

Una vez más, como en sus trabajos anteriores y fiel a ese estilo que lo llevó a ser uno de los autores más leídos de las últimas décadas, Rolón nos invita a pensar a contrapelo de las modas ligeras. Y es ahí, en esa zona incómoda y a la vez anhelante de vida, donde La felicidad se vuelve un ensayo indispensable, lúcido, humano. De todo esto, Rolón habló con El Observador

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Un psicoanalista hablando de felicidad es una contradicción casi biológica.

Si, total. Me costó mucho escribir este libro. Uno de mis temores era que el título llamara a la confusión de la autoayuda. Por eso elegí la bajada "más allá de la ilusión". 

Porque en realidad, el libro es como lo fue El Lado B del amor para el amor. Es hablemos del amor, pero hablemos desde un lugar de cuestionamiento, de pregunta. En aquel momento fue qué no es el amor: los celos no son amor, la posesión no amor, el hacer de dos uno no es el amor, la ilusión de la complitud no es el amor. Y esta vez también fue un poco la idea de decir "bueno, a ver ¿qué imaginarios nos recorren cuando pensamos en la felicidad?" 

Tenemos la sensación de una cierta nostalgia, como que éramos felices y no nos dimos cuenta, y también hay un culto a la felicidad en la niñez, que aparece en el libro con varios ejemplos.

Mis comienzos como psicólogo fueron en un geriátrico y allí me acostumbré a escuchar relatos de felicidades siempre pasadas. Porque una persona de 90 años hablaba de su felicidad y recordaba cuando se casó, cuando era chica, cuando le festejaron los 15, cuando tuvo su hijo. Pero nunca era aquí y ahora. 
Y también analizando mucho a esas personas y charlando con esas personas, advertía el esfuerzo casi "editorial" que hacían para transformar lo que había sido su pasado en una historia que fuera bella. El pasado y la historia son cosas bien distintas. El pasado implica hechos que ocurrieron que son inmodificables y la historia es la apropiación que cada quien hace de ese pasado. Lo que postulo es que  en ese intento de no haber pasado en vano por la vida, necesitamos encontrar algún punto en el que hayamos sido felices y la niñez nos abre la puerta para mentir, incluso para mentirnos, para generar felicidades que a lo mejor no lo fueron, pero que a la distancia se pueden resignificar, como si lo hubieran sido.

Es como la construcción de un relato de uno mismo, que se hace con la niñez, que se puede hacer con cualquier cosa que nostalgiemos, como puede ser una expareja, que a veces tratamos de ponerla en un lugar mejor, para poder también sentirnos mejor nosotros.

Para creer también. Hay muchas personas que establecen eso: "mi gran amor, fue...", y lo ubican en el pasado y uno se pregunta: ¿por qué no te quedaste si eran tan felices, era tan bueno, se llevaban tan bien y tenían tan buen sexo?, ¿en qué momento se golpearon la cabeza y se separaron?.

Me parece que es posible que hayan tenido momentos felices en el pasado y es una buena cosa recordarlos, pero se comete un grave error si uno queda melancolizado con esas historias del pasado, con esos momentos que a lo mejor fueron felices. Porque la melancolía te expulsa del presente y si me apurás mucho, creo que más importante que haber sido feliz es ser feliz.

Mientras que dure. Porque nada dura para siempre y mucho menos la felicidad.

Va a durar poco, es cierto. Pero, a lo mejor, también tenemos que acostumbrarnos a romper una idealización que implica pretender que las cosas duren para siempre. ¿Qué dura para siempre? A veces me recorre una angustia existencial cuando veo a mi nieta. La veo con sus dos años, jugar aprendiendo las palabras y a veces pienso que un día no va  a estar, porque nada es para siempre. Creo que justamente el desafío de intentar un camino, que al menos aloje un poco de felicidad también tiene que ver con la posibilidad de aceptar esto. La posibilidad de no exigirle a las cosas que sean para siempre, la felicidad de disfrutar de aquello que dura apenas un rato, de lo perentorio. Creo que hay encuentros fugaces que a lo mejor justifican más una vida que 10 o 15 años de tormento, a los que a veces uno se somete por culpa, por costumbre, por miedo a la soledad.

Yo valoro mucho esos momentos en el que uno está presente aquí y ahora, y tengo el desafío cotidiano de no exigirle que se queden por toda la eternidad. A veces hago un chiste a las mañanas cuando me voy de casa, le doy un beso a mi mujer y le digo "¿sos capaz de prometerme que cuando vuelva esta noche me vas a seguir amando?" y me dice "por hoy, sí". Y es como un saludo cotidiano entre nosotros eso de decirnos "hoy nos seguimos amando y es hermoso".

Inés Guimaraens

 

Mencionás en elo libro una coherencia entre lo que uno que uno hace, lo que quiere hacer y que ese camino no lo lleve a una contradicción, decís “estoy siendo feliz cada vez que me acerco a aquello que soy y quiero ser y eso está alineado".

Uno de los problemas más graves de poder vivir momentos de felicidad es no saber quiénes somos y cuando uno no sabe quién es, no sabe qué desea y cuando uno no sabe qué desea, no sabe hacia dónde caminar, qué mundos habitar como para encontrar una felicidad posible.

El otro tema complejo es que nuestro concepto de la muerte, nuestra posibilidad de ser conscientes de la finitud, esto que nos hace humanos, que inventa el tiempo. La vaca no tiene ni pasado ni futuro, los humanos sí. Tenemos y anhelamos cosas, sentimos culpa y eso no ocurre en otras especies y genera un marco que dificulta la posibilidad de la felicidad. Porque es muy difícil no estar atormentándose. A lo mejor estás en un momento hermoso con alguien, y en ese momento recordás que para estar allí, hay alguien que está sufriendo y eso te da culpa. Y ya empieza a opacarte. O estás con alguien y decís ¿será la persona correcta? y ahí se mete el futuro. Entonces se mete el pasado, se mete el futuro y todo eso hace mucho ruido y la felicidad es un concepto que requiere de cierta calma para poder ser percibida.

No hay hechos en sí mismos felices o infelices, hay subjetividades que las registramos como felicidad o no. Imaginemos esto: un hombre X y yo amamos a la misma mujer, y esa mujer todavía no se decide. Los dos estamos ansiosos y angustiados sin saber qué va a pasar. Y la mujer se va con el X y esa noche él va a dormir y hacer el amor con la mujer que estuvo esperando y va a ser feliz, no lejos de allí yo voy a estar llorando toda la noche.  Es decir que el hecho de que la mujer se vaya con uno o con otro es un hecho sin importancia para la felicidad, la felicidad no tiene que ver con los hechos, tiene que ver con la manera en que subjetivamente podemos alojar o no esos hechos.

Hay varios ejemplos en el libro con casos concretos, gente exitosa con buen trabajo pero que no es feliz. Y decís que hay mucha gente capaz en puestos que no merece, gente que merece en lugares que no está. Y la presencia constante de la culpa; por ejemplo si tengo un puesto al que llegué y que dejó a alguien en el camino. 

Y que te perdonen los muertos de tu felicidad, como dice Silvio Rodríguez. Para ser feliz a lo mejor alguien sufre por eso y yo soy el muerto de la felicidad de otros en algunos lugares. Pero es la vida, de eso se trata. Cuando vos quedás capturado por el merecimiento: "tal premio se lo dieron a otro y me lo merecía yo", empezás a cargarte de resentimiento, de sensaciones de injusticia, de fracaso, de un enojo contra el mundo, contra la vida, contra Dios si es que creés.  Y todas esas cosas impiden que vos construyas un momento, que aloje la felicidad.

Lacan tiene un término que desarrollo en el libro que es "extimidad", una mezcla de la intimidad con lo externo. Es decir algo que es mío pero no lo es y que no lo es pero sí lo es. Creo que la felicidad también tiene que ver con eso. Con la posibilidad de entender que es un momento que entra y sale, que nos pertenece y no. El otro día dejé a mi nieta en el jardín y cuando me iba me dijo "te quiero" y yo me di vuelta y ese te quiero ya no era más de ella, era mío. 

La felicidad es un concepto muy extraño, pero lo que sí requiere es de la inteligencia para disponerse a alojar una sensación momentánea pero intensa. Y si vos no estás en esa situación, te lo perdés. 

Por ejemplo ves una pareja que va cruzando un puente del Sena en París, discutiendo... ¿por qué no sos feliz? Bueno, no estás habilitando que esa cuestión mágica que está pasando en tu vida te produzca una felicidad.

 

Inés Guimaraens

Entonces, la felicidad tiene y no tiene que ver con nosotros. Depende del estado que nosotros podamos estar, depende de si caminamos o no hacia algo que nos acerca al deseo, depende de las condiciones externas que se generen para que eso sea posible y depende de ese otro nombre de Dios que nadie quiere nombrar que se llama azar.

La felicidad no depende de uno mismo, pero no puede suceder sin mí. Un poco combatiendo al "tú puedes" que implica que si además "no puedo" me frustro porque "tenía que poder y dependía de mí".

Claro, te sentís en falta. Habitamos un tiempo cruel. Que ha hecho un cambio de paradigma que parece pequeño pero no lo es. Este tiempo cambió el legítimo derecho que alguien tenía a pelear por ser un poco feliz, por la obligación de disfrutar. A nadie le importa desde la cultura como nos baja que seamos felices, lo que les importa es que disfrutemos. ¿Por qué? Porque el que disfruta, consume. Disfrutá de un trago más, disfrutá de salir con tus amigos, compráte el celular nuevo, date el gusto... y mientras disfrutás, consumís, y la sociedad actual y el mercado están bien con eso, que nada tiene que ver con la felicidad.

Yo me voy a morir recordaron ese "te quiero abuelo". Me voy a ir de esta vida, con algunos recuerdos, con algunos momentos, y espero que con un estado de felicidad.

Hace muy poco murió el papá de Cynthia, que además era muy amigo mío. Y cuando se estaba muriendo le pregunté cómo era. Estábamos conversando, decidió irse, nos despedimos, hablamos, nos dijimos que nos queríamos y le pregunté: "contame Jorge, cómo es morirse". Y me dijo "es horrible, pero es hermoso". Pero, "¿estás bien", le pregunté y dijo: "triste, pero feliz". Entonces, se puede ser feliz, estando triste. Se puede ser feliz en un momento horrible que se transforma en hermoso por algo. Porque estás de la mano de tu amigo, porque está tu familia que te ama, porque repasás en ese instante tu vida y ves que se ha parecido bastante a lo que hubiera elegido si me hubieran dejado escribir mi historia. Entonces es game over, listo. Este juego se termina. Y todos tenemos que saber que se termina, que no hay todo el tiempo del mundo para pedir perdón, para decir te quiero, para jugarse por sus sueños. Entonces, si sos consciente de eso, creo que las jugadas que hagas en la vida son las que van a definir tu posibilidad de felicidad. 

En lo personal, esta charla con mi suegro me quedó grabada casi como un ejemplo que se suma a un ímpetu y un ansia que siempre he tenido: que yo me quiero morir, viviendo. No sé si seré feliz mucho o poco, pero sí me quiero morir intentando ser una persona que es capaz de alojar la felicidad en los distintos momentos. 

Hablás del feliz cumpleaños como mandato, pero también del mandato de la resiliencia y decís que es una opción, pero no una obligación.

También tiene que ver como un mandato de la época. Sé resiliente, dale, no importa si yo cultura te golpeo, si te pago poco, si no tenés trabajo... sé resiliente. O sea la responsabilidad siempre es tuya. Esa es la crueldad de esta época. Yo explico en el libro que la resiliencia es un término que viene de la física y se refiere a los metales. Metales que mejoran cuanto peor se los trata. Pongo el ejemplo de la espada. La capacidad de esos metales es la resiliencia y la psicología ha querido caprichosamente tomar eso como para hablar de las personas que se vuelven "mejores", más fuertes o más nobles cuando peor se las trata. Salgo al cruce diciendo que ninguna persona merece ser maltratada y que no es cierto que los golpes de la vida están para aprender. Los golpes de la vida están porque la vida es injusta, después uno con esos golpes puede aprender o puede volverse un resentido, depende de cada quien. Pero además hay que entender que como hay gente que canta bien y otra que no, gente que juega bien al fútbol y otra que no tanto, hay gente que es resiliente y gente que no lo es. Y no tenemos derecho a condenar a cada uno que no sepa pegarle a una pelota o que no afine, porque son seres humanos con otras capacidades. Entonces pretender que vos deberías ser resiliente. Pero tengo lo que tengo... me hubiera gustado la rubiez y los ojos claros, no lo sé, no me lo pidas. Tengo lo que tengo, y es lo que hay. Sartre decía: "somos lo que hacemos con lo que hicieron de nosotros". Entonces hacer con esto que somos y la realidad que nos toca, la mejor versión de nosotros mismos, porque es la única que en definitiva nos puede brindar la capacidad de atravesar un estado de felicidad. 

Decís en el libro que nadie llega a tu consultorio diciendo "soy feliz y quiero empezar terapia" y toda tu historia es casi tu responsabilidad de que tus pacientes, lectores, oyentes, tengan herramientas para hablar de la felicidad.

Una vez, me protestó un paciente con este argumento: "yo no estoy mejor desde que vengo a verte a vos y no siento que por este camino yo vaya a ser feliz". Mi respuesta fue: "nunca planteamos que yo iba a trabajar para tu bienestar y jamás te dije que vos venías acá a ser una persona feliz. Te dije que te iba a ayudar a pensar quién sos y qué deseás. Y si con eso podés ser feliz o no, es un problema que es ajeno a mi".

O sea la diferencia entre ir a terapia para ser feliz e ir a preguntarse qué necesito, qué deseo para ser feliz y no lo encuentro. Porque la cura analítica no promueve la felicidad, promueve el surgimiento de un ser diferente al que era. Y vos si te analizás vas a ser una persona que no hubieras sido nunca si no te hubieras analizado. Es lo que el análisis propone. Yo te propongo que seas una persona distinta, si esa persona distinta va a ser o no feliz, no es mi responsabilidad.

Yo creo que el libro trata en definitiva de romper una idealización de la felicidad. Es decir que si la felicidad existe no es con todo. Si alguna felicidad existe es con ausencias, con heridas, con faltas, con dolores, porque eso somos nosotros. 

Lo bueno, lo malo lo que falta, lo que está. Esto es lo que soy. Si mi felicidad no puede abarcar también mis faltas, no será mi felicidad, será un engaño.

 

Como imposible y como quimera, como fin y también como imperativo, la idea de la felicidad nos interpela más que nunca en los tiempos que corren. “¿Cómo ser felices?”, esa sentencia que nos sobrevuela como mandato del mundo moderno se impuso para encandilarnos y hacernos perder de vista aquella que debería ser la pregunta nodal: “¿Qué es la felicidad?”.

En su nuevo libro, Gabriel Rolón nos propone desandar el camino. Desarticular lugares comunes y preconceptos para poner en evidencia qué se esconde más allá de esa ilusión que se vende como panacea y no es más que una trampa. Entre el Psicoanálisis y el arte, entre la filosofía y la literatura, despliega entonces su hoja de ruta, un mapa de lecturas que van de la mitología clásica a Byung-Chul Han, pasando por Freud, Lacan, Borges, Nietzsche, Schopenhauer, Einstein, Alejandro Dolina, Ana Frank, Bertrand Russell y Comte-Sponville, entre muchas otras.

Una vez más, como en sus trabajos anteriores y fiel a ese estilo que lo llevó a ser uno de los autores más leídos de las últimas décadas, Rolón nos invita a pensar a contrapelo de las modas ligeras. Y es ahí, en esa zona incómoda y a la vez anhelante de vida, donde La felicidad se vuelve un ensayo indispensable, lúcido, humano.

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