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14 de diciembre 2016 - 6:49hs

Suprimir alimentos o pertenecer a una tribu alimentaria, responde más a un fanatismo que a la salud.

Así lo afirma la Doctora Mónica Katz, especialista en nutrición, autora de múltiples libros y fundadora del Equipo de Trastornos Alimentarios del Hospital Durand. Hace muchos años la médica recibe en su consultorio mujeres con una misma obsesión: la del cuerpo perfecto, lo que en casi todos los casos significa delgadez. Sin embargo, hacer dieta es una guerra perdida: "El problema es que transitamos una vida de dietas rotas, comenzamos una dieta extrema y, al no poder sostenerla, la dejamos. Así se produce el rebote de peso y comenzamos otra. Está comprobado científicamente, hacer dieta engorda".

La privación de calorías es interpretada por el cerebro como una situación peligrosa, por lo cual éste comienza a funcionar en modo ahorro. Por ello una persona que vive a régimen tiene más chances de engordar, y así lo comprueba la evidencia científica.

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Katz resalta que inevitablemente, siembre existirá una tensión entre el acto de comer y el malestar con el cuerpo. El problema radica en el modo en que se coloque la cultura, los expertos, los agentes de salud, el gobierno ante ello: ¿Estos agentes aumentan el malestar o tienden puentes entre la alimentación y el placer?

En los últimos años ha aumentado el consumo de alimentos disparado por emociones, lo cual se conoce como hambre emocional. Diversos estudios han demostrado que emociones como la ansiedad, la tristeza, la depresión, el cansancio y el enojo aumentan la ingesta. Según Katz, la mayoría de los tratamientos ignoran este factor y centran su atención en la mejora de la alimentación y la práctica de actividad física.

La Doctora reconoce que la sociedad ha construido un estereotipo de belleza basado en la delgadez. Según ella, es necesario construir un modelo más democrático, amplio y basado en el cuerpo como instrumento y no como objeto.

En general, señala, las personas se preocupan por su físico para gustarle a todos menos a uno mismo, para pertenecer, para no desentonar con el grupo de pares. Es un ideal tirano: tener un cuerpo flaco, eternamente joven, perfecto, sin huellas de lo vivido y no basado en las propias aptitudes o habilidades. Y, en cierta forma también, el hecho de "someterse a dietas de hambre, a cirugías que extirpen lo que uno no puede aceptar, exponerse a camas solares cancerígenas, bótox repetidos que borran la expresión de emociones, ropas que torturan. Intentar mostrarse por fuera perfectas siempre, mientras por dentro hay un ser sufriente que padece la tortura, la pérdida de tiempo, de dinero, el riesgo quirúrgico innecesario, los fármacos con efectos adversos, todo eso es violencia simbólica de género."

Mónica Katz también define las dietas détox, paleolítica y vegana como fundamentalismos alimentarios ya que considera no cumplen con las cuatro leyes de Escudero, el padre de la nutrición. No cumplen con la ley de armonía. Por el contrario, estas dietas, dice, no son balanceadas, sino extremas. La ley de calidad implica obtener toda la variedad de nutrientes, y estas dietas excluyen alimentos o grupos de alimentos. La ley de cantidad debe cumplirse en términos de calorías. La ley de adecuación según edad, economía, nivel de ejercicio, etc. tampoco se cumple. La dieta vegana, menciona, no es adecuada para niños, ancianos ni deportistas, así como tampoco para pobres, pues ¿cuánta almendra puede comprar un pobre para obtener una "leche" que solo posee un 20% de biodisponibilidad?".

Fuente: La Nación

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