La casa del vecino

Alcanza con tener un solo amigo argentino para saber que los uruguayos no estamos solos en el universo, para comprender que la rivalidad es una fantasía, para decirse que, llegado el caso, hay una segunda casa posible. Solo con un argentino se puede ver un partido de fútbol, compartir un mate y unos bizcochos, reírse de un chiste negro. En el caso del porteño, basta con acostumbrarse al acento.

Pero Buenos Aires es otra cosa. No es una ciudad, es una entidad en sí misma, un monstruo capaz de devorar personas, de masticarlas para después digerirlas, como expresa Fernanda Trías en un párrafo revelador de La ciudad invencible, su último libro.

No es la primera persona en notarlo. Escritores como Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Isidoro Blaisten, César Aira, Elvio Gandolfo y un largo etcétera, han dedicado tinta y esfuerzo a intentar desentrañar el misterio.

Justamente por eso, por ser un asunto mil veces tratado, el libro de Trías tiene un valor doble. La novela cuenta desde una perspectiva original la peripecia vital de una uruguaya que lucha contra sus demonios interiores, una expareja vengativa y una ciudad ajena que puede salvarla por la mañana y asesinarla por la noche.

Pero en el fondo es un libro sobre el miedo y la soledad del alma, que tiene la virtud de lograr un clima surrealista sin recurrir nunca al fenómeno sobrenatural. Trías desplaza la realidad de su eje basado en palabras aparentemente inocentes, frases sucintas y momentos de contemplación que se transforman en metáforas.

Un ejemplo es cuando la protagonista encuentra un momento de paz observando las azoteas de Buenos Aires. Ve ropa seca tendida al sol que no se recoge, que se moja nuevamente por una lluvia puntual, que se vuelve a secar y sigue allí, como un símbolo del olvido, como medida de un tiempo relativo, como suceso ajeno a los hombres hecho de puro tiempo y espacio.

Pasajes tan sugestivos como el anterior se superponen con otros más directos, donde la autora dice lo que piensa sobre una variedad de temas, entre ellos la desolada vida de otros inmigrantes de Sudamérica que sobreviven como pueden en la capital argentina. Ese crisol de vidas extrañas resulta conmovedor y es imposible no ponerse en la piel del vendedor de flores, de la mujer con una pierna ortopédica abandonada por su marido, de la loca no tan loca que vive tirada en la calle.

Acosada por la Rata, una expareja que la persigue, la protagonista cambia de casa constantemente y se refugia en la droga y el alcohol para escapar de un miedo que lleva metido dentro. "El miedo era esa costra negra que se acumula entre los azulejos del baño, era la mugre endurecida dentro de mí, mis propias articulaciones, de modo que no se podía vivir sin él".

Ese temor se manifiesta en los paseos restringidos por la ciudad (un circuito de siete u ocho calles), la toma de un solo ómnibus, la imposibilidad de generar un nuevo vínculo afectivo profundo o la visita a una psicóloga que somete a su paciente a mil tests, a cual más absurdo e inútil.

A veces la protagonista logra romper el cerco y consigue un trabajo puntual que la lleva a otra parte de la ciudad. O, forzada por un cambio de domicilio, disfruta un poco más de su libertad pero nunca logra despegarse de sus obsesiones, de sus constantes cambios interiores que hacen que quede siempre a merced de sus impulsos.

Hay también un intento de suicidio, experiencias lésbicas, un paseo decepcionante a la casa de Borges y una búsqueda constante de la identidad propia en un lugar mágico que es un personaje más. La ciudad invencible es una novela valiosa, que se lee con placer.