Opinión > EL HECHO DE LA SEMANA

La eterna plegaria por turistas argentinos

La temporada es floja, según la tendencia iniciada en 2018, pero aún valiosa
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04 de enero de 2020 a las 05:04

El nuevo gobierno argentino está a la pesca de dólares, y por ello penaliza los viajes de sus ciudadanos al exterior. En realidad, Alberto Fernández y los suyos han profundizado una cacería que retomó Mauricio Macri en 2018, y Cristina Fernández antes que él.

Las exacciones de los gobiernos argentinos con la moneda, y la huida de los ciudadanos de esos billetes, vienen desde la independencia. La carrera diabólica se inició en 1822, cuando se creó el primer banco emisor, el de Buenos Ayres, luego llamado de las Provincias Unidas o Banco Nacional, que provocó el primer incendio inflacionario. (Después de la batalla de Ituzaingó, en 1827, la tropa del victorioso Ejército Republicano, compuesto por argentinos y orientales, se amotinó cuando se le ofreció su paga en billetes del Banco de las Provincias Unidas).

El “cepo” cambiario de ahora, que significa un estricto control de la venta de divisas, al menos para personas condenadas a operar en el mercado formal, se completa con un “dólar turista” que recarga 30% las compras en el exterior.

La industria turística uruguaya, uno de los principales rubros de exportación, es profundamente dependiente de Argentina. De allí provienen dos de cada tres viajeros. Y si Uruguay ya era caro para los argentinos, ahora lo es mucho más, casi al doble.

Argentina padece escasez de dólares, como le ocurre demasiado a menudo, por la falta de confianza de ahorristas e inversores, que huyen despavoridos; por el perenne castigo a los exportadores mediante grandes impuestos (“retenciones” o detracciones); y por políticas internas que, aunque no se lo propongan, favorecen las chicanas y la especulación por sobre la producción.

Las medidas cambiarias y administrativas en Argentina para evitar las periódicas fugas de capitales llevan al menos 70 años. Nunca sirvieron para mucho, salvo para los agentes del mercado negro, para provocar enormes distorsiones productivas y larguísimos estancamientos, y para atormentar a la clase media, que ve en el dólar, una moneda mediocre, su último refugio y un medidor de su ánimo.

Las restricciones para turistas son una antigua cuestión en las relaciones uruguayo-argentinas. Juan Domingo Perón redujo de manera radical el número de viajeros hacia Uruguay entre 1950 y 1955. Pero, en realidad, el ingreso masivo de turistas argentinos se formalizó recién en las décadas de 1980 y 1990. El tipo de cambio ha sido uno de los elementos decisivos.

Uruguay, que siempre fue una potencia exportadora de alimentos, en las últimas tres o cuatro décadas también se convirtió en un pequeño gigante del turismo receptivo.

Los grandes picos de auge del ingreso de argentinos se registraron, por ejemplo, a fines de los ’70, hasta la devaluación de la “tablita” de Alfredo Martínez de Hoz en 1981; de nuevo en los’80 hasta la crisis hiperinflacionaria de 1987-1989, que acabó con el gobierno de Raúl Alfonsín; luego otra cima fabulosa en los ’90, hasta el abismo de 2001; y así sucesivamente.

En 2017, la temporada récord de la historia, Uruguay recibió casi cuatro millones de turistas, equivalentes al 117% de su propia población, que dejaron unos US$ 2.300 millones. En 2018 el porcentaje se redujo a 106% de la población, y el gasto total cayó a US$ 2.154 millones. No hay cifras definitivas sobre 2019, pero el declive continuó.

Uruguay es por lejos el primer país de América del Sur en número de turistas recibidos en proporción a su población. Le sigue Chile, a donde ingresa un número de turistas que equivale al 35% de sus habitantes; o Argentina, con 15%. Brasil, una potencia turística de renombre mundial, apenas recibe un flujo de visitantes que equivale al 3,3% de sus pobladores.

El caso de Uruguay es comparable al de Francia o España, países que reciben más turistas que el total de sus habitantes.

El turismo significa alrededor del 7% del producto bruto interno (PBI) de Uruguay y sostiene más de 100.000 puestos de trabajo, principalmente en restaurantes, bares, hoteles, medios de transporte y servicios por el estilo.

Según la cantidad de visitantes por año, el principal destino es Montevideo, aunque el que produce más dinero es Punta del Este (US$ 874,4 millones en 2018).

Dos de cada tres visitantes son argentinos, o uruguayos que residen en Argentina. Muchos de ellos son propietarios de viviendas en la costa, desde Colonia a Rocha. Los brasileños son 12,6% del total, y muestran un aumento lento pero consistente. Provienen en general del sur de Brasil, particularmente gaúchos.

En el verano de 2019 el ingreso de turistas cayó más de 30%, como consecuencia de la corrida cambiaria y el bajón económico general en Argentina. Luego el flujo tendió a elevarse. Entre el 20 y el 29 de diciembre último, el ingreso de argentinos disminuyó 12,3%, en tanto el número de brasileños aumentó 22,3%.

A la vez, entre el 20 y el 29 de diciembre casi 168.000 uruguayos salieron del país, 15,6% más que el año anterior. La gran mayoría de los uruguayos que viaja al exterior, alrededor del 66%, va a Argentina, el 20% a Brasil y solo el 4% se dirige a Europa.

En 2018 la balanza turística (la diferencia entre lo que deja el turismo receptivo y lo que gastan los uruguayos en el exterior) fue favorable al país en más de US$ 1.100 millones. En 2019 el superávit se redujo, pero siguió siendo muy significativo.

Las agroindustrias en general concentran cuatro de cada cinco dólares exportados desde Uruguay. Pero el turismo receptivo, una exportación de servicios por alrededor de US$ 2.000 millones en 2019, dejó casi tanto dinero como las colocaciones de carnes bovinas, ovinas y equinas, que sumaron más de US$ 2.100 millones; las ventas de celulosa desde zonas francas y otros productos de la industria forestal, por casi US$ 2.000 millones; y bastante más divisas que la soja, que produjo US$ 1.000 millones.

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