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El apoyo popular al candidato de extrema derecha Jair Bolsonaro en Brasil, que estuvo a punto de ganar en la primera vuelta electoral el domingo 7, ha despertado múltiples reflexiones sobre los motivos que explican que un postulante presidencial tan radical haya sido un imán para los votantes y que esté a un paso de ganar en la segunda vuelta, el próximo domingo 27. Y son muy ciertas: la corrupción que involucra a todos los partidos políticos, y que se tragó a Luiz Inácio Lula da Silva y a otros referentes del Partido de los Trabajadores. Los graves problemas de inseguridad pública. Temores de que en la principal economía de América Latina estalle una crisis como la que sufre la vecina Venezuela.
Pero la realidad para comprender que Bolsonaro haya obtenido el 46,03% de los votos, el izquierdista Fernando Haddad (PT) 29,28%, y el centroizquierdista Ciro Gomes (Partido Democrático Laborista) 12,47%, es más compleja.
Muchos factores están influyendo en el panorama político latinoamericano y, obviamente, también en Brasil.
Desde 2016, los estudios del Latinobarómetro, y otros similares que se realizan en otras regiones del mundo, advierten acerca del retroceso de las democracias, en particular en países desarrollados. Los académicos coinciden en que los ejemplos de EEUU, Reino Unido, Francia, Alemania y Austria, muestran que los electores “toman cada día menos en cuenta el mundo que los rodea y basan su comportamiento en el mundo inmediato en el que viven sus experiencias a diario”.
Desde 2016, estudios de opinión pública advierten acerca del retroceso de las democracias, en particular en países desarrollados, una tendencia que también se refleja en Brasil
“El panorama político mundial cambió entre 2016 y 2017. Lo sucedido tiene consecuencias de largo aliento, el surgimiento de la extrema derecha como fuerza política en Europa, la llegada de ella al parlamento alemán son acontecimientos en Occidente que tienen implicancias mundiales”, analiza el último estudio del Latinobarómetro, publicado a principios de este año. Ese giro incluye un “debilitamiento de los valores democráticos en la región, pasando por el surgimiento de clases sociales medias más exigentes y el desencanto de la política por parte de la gente”.
El giro político mundial ha abierto la puerta a figuras como Donald Trump o ahora a un Bolsonaro que defiende las dictaduras militares, promueve el porte de armas y reivindica la tortura. Eso sin contar que asume una posición totalmente discriminatoria contra los negros, mujeres, homosexuales y otras minorías.
El Informe 2017 del Latinobarómetro señala textualmente: Es una democracia diabética que no alarma, con un lento y paulatino declive de múltiples indicadores, distintos según el país y el momento, que permite de alguna manera ignorarlos como fenómeno social. Sin embargo, vistos en conjunto, esos indicadores revelan el deterioro sistemático y creciente de las democracias de la región. No se observan indicadores de consolidación, sino, acaso, indicadores de des-consolidación”. Y Brasil es buen ejemplo de esa tendencia. Otro fenómeno es que se registran avances económicos, pero no así en los planos político y social. Esto da cuenta de una disociación entre el mundo de la economía y de la política.
La pérdida de valores democráticos no necesariamente va en contra del acto del sufragio, sino que se refleja en las preferencias electorales como muestra el caso de Brasil, pese a los “notables avances en la autoexpresión” de los ciudadanos.
El crecimiento económico de América Latina -hoy en declive- ha contribuido a que se desarrolle un comportamiento nuevo entre los electores, más representativo de las sociedades desarrolladas, como la disminución de las tasas de fertilidad, la atomización de las familias y el acceso a bienes de consumo por una parte significativa de la población.
Una conducta más materialista de la sociedad ha tenido un impacto en los valores porque, explica el estudio, “cuando los pueblos se preocupan de los asuntos más materiales que espirituales, con las consecuencias morales que ello implica: el relajo de los estándares éticos, el aumento de la corrupción, la violencia y la delincuencia”.
“El proceso de desarrollo en América Latina ha sido dispar, dejando el desarrollo de las culturas sin liderazgos que las guíen, mientras el liderazgo de los elementos materiales del desarrollo se han tomado todo el escenario”, dice el Latinobarómetro, otra señal muy presente en el Brasil actual.
El fastidio de los votantes explica que Brasil sea el país de América Latina con menos confianza en los partidos, lo que coincide con la atomización del Congreso y una crisis en la representación política.
El común denominador del escenario regional es un caldo de cultivo para el enojo de los votantes: alta desigualdad social; falta de confianza en las instituciones; hastío por las promesas no cumplidas; y una mayor exigencia de los votantes a los gobernantes, en particular de una creciente clase media que siente el temor de regresar a la pobreza.
Según el Latinobarómetro, las nuevas afinidades con gobiernos de derecha en la región no se deben a cambios de ideologías de los votantes, sino más bien al alejamiento de las mismas. “Hay más indiferencia en el tipo de régimen, menos personas se ubican en la escala izquierda-derecha”, señala el informe.
El estudio indica que la indiferencia ante el tipo de régimen aumentó en la región a 25% en el año 2017, habiendo sido del 23% en 2016. Porque lo que busca la ciudadanía de hoy en día son resultados o medidas políticas más efectivas, ya no importa tanto de dónde provengan. También han aumentado los “desencantados”, cuya falta de participación o compromiso está teniendo consecuencias en detrimento de la democracia.
En el caso de Brasil, la credibilidad de la democracia está bajo fuego porque necesita al mismo tiempo de un severo ajuste fiscal y que el crecimiento sea compartido, como aconseja el Banco Mundial, en el marco de un Estado que tiene una “dificultad creciente” para ofrecer servicios básicos.
En ese sentido, el economista Marcelo Neri, de la Fundación Getúlio Vargas, alertó, a principios de este mes, que una parte de la población brasileña “vive en el siglo XIX”: poco escolarizada, en aglomeraciones sin saneamiento básico y en un ambiente con “índices de violencia dignos de una guerra”.
Y las brechas sociales, que hoy se identifican como “las nuevas desigualdades de la prosperidad”, son un factor que afecta a la consolidación de la democracia.
Los gobiernos han fracaso en solucionar las dificultades de los segmentos vulnerables de la población, siendo los flagelos más resistentes el crimen organizado, las pandillas y la delincuencia común en las favelas. En 2017, 63.880 personas fueron asesinadas en todo el país, un 3% más que el año anterior, según un estudio del Foro Brasileño de Seguridad Pública, llevando el índice de homicidios a 30,8 por cada 100 mil habitantes.
En este contexto convulso, los temas del autoritarismo, xenofobia y populismo parecen activarse, lo que supone una derrota en el plano humanitario o moral de las sociedades.
Una de las causas principales del declive de la democracia en Brasil ha sido la corrupción, que tiene repercusiones sobre la imagen del sistema político
Brasil ocupa el primer lugar de América Latina, donde los habitantes opinan que allí “se gobierna para unos cuantos grupos poderosos en propio beneficio”. Los brasileños identifican a la corrupción como el problema más importante del país.La furia popular por un manejo inescrupuloso de los fondos públicos agrega presión a los gobiernos para que ejecuten respuestas a demandas sociales dejadas de lado o promesas electorales no cumplidas.
El fastidio de los votantes explica que Brasil sea el país de América Latina con menos confianza en los partidos (7%), lo que coincide con la atomización del Congreso en decenas de partidos -alrededor de 30-, así como con la crisis de representación política.
En ese contexto, la promesa de Bolsonaro de desmantelar la corrupción, como sea, es una bandera que quiere ser alzada por muchos ciudadanos, independientemente de lo que el candidato haga o diga en otros frentes de actuación. Parecería que ha prendido la idea de que “el fin justifica los medios”.
En este momento, los analistas coinciden en que en Brasil reina el desánimo por el declive del país que lo aleja del desarrollo con el que alguna vez soñó.
Por eso quizás es que Neri cree que el gigante Sudamericano necesita de un Nelson Mandela “que consiga perdonar y tener noción de futuro”, algo que no parece nada sencillo.
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