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La historia del uruguayo que talla diamantes en el corazón de Tailandia

Carlos Ariel Blustein conoció el oficio en Israel y fundó una fábrica hace 20 años en Bangkok
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23 de enero de 2019 a las 05:00

Dicen que no hay fotografías más resistentes al paso del tiempo que las que son sacadas por la retina. Carlos Ariel Blustein ve a sus abuelos, a su primo y sus tíos llorando sin parar en una foto mental en en la que también se ve a sí mismo, un niño de 8 años que respondía con más llanto. El escenario era el aeropuerto de Carrasco y el viaje, uno sin fecha de regreso.

La imagen se le presenta 51 años después, al repasar su historia en una conversación telefónica con El Observador desde su apartamento en “el centro del centro” de Bangkok, capital de Tailandia. Desde allí dirige hace 20 años su fábrica de diamantes (LeoBlu), que creó en 1998 y que cuenta con 30 obreros.

Sus creaciones son comercializadas por empresas en todo el mundo, pero su nombre y el de su empresa no figuran en ninguna parte. En dos segundos explica el porqué: “Soy el artista, no el comerciante”.

Aquel viaje que Blustein no borra de su mente era hacia Israel, adonde su familia emigró impulsada por el sionismo -movimiento que propone la migración de los judíos hacia Israel- en 1968. Lo hicieron en parte para “ayudar” al país tras la Guerra de los Seis Días y, por otro lado, porque era allí donde creían que estaba su futuro. “Hubo una ola de inmigración de judíos en esos años. Muchos, después de la segunda guerra mundial, pensaban que era el país donde estarían más seguros”. Para el niño de ocho años aquella era una decisión difícil de entender. Para el empresario de 59, lo sigue siendo: “Estábamos muy cómodos en Uruguay. Yo jamás me hubiera ido”.

Pero fue en ese país donde Blustein conoció los entretelones del brillo de los diamantes, el oficio que lo acompaña hasta el día de hoy.

Llegada a los diamantes

Dice que siempre fue rebelde y que eso lo llevó a no querer estudiar en la universidad; en aquel momento, lo creía una pérdida de tiempo. Al terminar el servicio militar (obligatorio en Israel), compró parrilleros en Argentina y abrió en Tel Aviv junto a socios el restaurante El Gaucho, que posteriormente se transformó en una cadena, actualmente con varios locales en ese país.

A los tres años dejó el negocio. “No quería esa forma de vivir, de terminar tan tarde en la noche y empezar muy temprano en la mañana, los siete días de la semana”, recordó. Vendió su parte de la empresa y en ese interín se encontró, a través de un aviso en el diario, con la posibilidad de aprender a tallar diamantes.

Blustein junto a los obreros de LeoBlu en la fábrica de Suphan Buri, a 100 kilómetros de la oficina en la capital

La expectativa era aprender a tallar todo un diamante. Pero para su sorpresa, eso requería mucho más estudio del que pensaba. En aquel curso le enseñarían apenas una octava parte del trabajo que conlleva pulirlo en su totalidad. Para eso se necesitaban ocho obreros, cada uno especializado en diferentes caras del diamante (uno convencional tiene 57 fases o caras, y cuantas más caras, mayor es el brillo).

Entonces los años que podía llevarle una carrera en la universidad los dedicó a trabajar y aprender de todas las facetas del tallado, de todo tipo y diversas formas. Trabajó como empleado durante unos años hasta que se independizó y abrió una pequeña fábrica.

Rumbo a Bangkok

Un amigo que trabajaba en la industria le comentó que conocía a un japonés de la bolsa de diamantes de Tel Aviv (una de las más importantes) que buscaba a alguien con su especialización. Se trataba de una sociedad entre el japonés adinerado y la empresa Mitsubishi (de autos), que iba a incursionar en el ramo de los diamantes y a construir una fábrica en Bangkok (Mitsubishi significa tres diamantes en japonés).

En la conversación, el accionista lo invitó a Bangkok por un mes a cononocer de cerca el proyecto y ver si querría hacerse cargo de la producción. Entonces, capacitó a su ayudante de 75 años por si aceptaba la oferta, y partió a Tailandia. “Ví que era una operación muy grande e importante. Además me ofrecieron algo que no podía ganar en Israel. Por otra parte, yo ya trabajaba solo. Entonces, como era muy joven, pensé que al que le gustara trabajar conmigo lo iba a querer seguir haciendo cuando volviera, ya que el contrato era por un año, solo para levantarles la operación”, contó. Terminó trabajando para el joint venture durante siete años, hasta que la sociedad se separó y vendió la fábrica a un conglomerado de diamantes chino.

“Estoy muy orgulloso de ser uruguayo, siempre me presento como tal y hago lo posible para que la gente lo conozca. Veo como una de las misiones en mi vida el representar a Uruguay de la mejor manera posible”.

Cuando pensaba en volverse a Israel, el accionista le propuso enviarle diamantes para que se los talle. 

Fue así que buscó más clientes para armar la operación -que consiguió gracias a contactos generados por trabajar en Mitsubishi-, contrató a diez empleados y dio inicio a la fábrica LeoBlu, cuyo nombre es una mezcla entre su apellido y el nombre de su abuelo, León.

Carlos Blustein junto a uno de sus ayudantes en el taller de Bangkok

Para el artesano de los diamantes, la clave del éxito en su trabajo tiene que ver con el tipo de operación y la materia prima en la que se especializa. Su fábrica no produce de forma masiva, sino que apunta a la calidad. “En India hay fábricas de diez mil empleados, y en la mía hay 30”, señaló. Además, dijo que lo que más le importa no es ganar plata en los buenos tiempos, sino que no perder en los malos, “porque en la industria de diamantes podés ganar muy bien, o perder muy bien”.

En la primera ola

“Quedé traumatizado de irme de Uruguay”, admitió Blustein con un acento uruguayo que conserva -gracias a leer los diarios uruguayos todos los días- pese a que hace 15 años que no visita el país. “Me siento en deuda con Uruguay, un país tan chico pero que me ha dado algo tan grande como la base humana necesaria para poder tener éxito en cualquier parte del mundo, con diferentes culturas y costumbres”.

Pero dijo tener claro que vive en “la primera ola” de la industria de los diamantes, donde su consumo, según cuenta, no tiene comparación con el que se puede lograr en cualquier otra parte del mundo. Es que a diferencia de los demás continentes, en los que los diamantes son una joya prácticamente inalcanzable, en Asia son una inversión. “Es como comprar oro, porque cuando uno compra un diamante le garantizan que lo puede devolver en cualquier momento y lo puede vender a un 10% o 15% más del valor por el que lo compró”, comentó.

Infinito

Un cuadro, una construcción, un ventilador o hasta caligrafías que no entiende son para el tallador, además de formas, fuentes de inspiración. “Mucha gente puede mirar un ventilador, pero yo me fijo en su diseño, en sus alas, el hierro que lo cubre. Las letras de diferentes idiomas para mi son formas, y cuando uno no las entiende, son el infinito”.

Eso, sumado a su tendencia a cuestionarse todo e ir contra las reglas, fue lo que lo llevó a inventar diamantes que hoy se comercializan por todo el mundo. Uno de ellos es el diamante peonia (con la forma de esta flor), que tiene 88 fases. “Un diamante redondo tiene que tener 57 fases y yo naturalmente quería que mis diamantes fueran más brillosos”, dijo. Contó que en Asia es “muy importante” la cantidad de caras de un diamante, por lo que lograr uno de más de 80 “es infinidad”.

Blustein crea y talla en silencio, ya que todo el marketing de sus diamantes es manejado por las grandes empresas para las que produce, que son las que venden a clientes finales.

En Asian Film Awards (equivalente a los Oscar de Asia), en donde Peonia Diamond (una de la las empresas para las que produce) fue sponsor

Hoy sus clientes (empresas) están en todo el mundo gracias a Internet, que “cambió la forma de vender diamantes por completo”. “Pero por esta razón los márgenes también bajaron mucho y se tornó todo más complicado. Por eso trato de dedicarme a mis inventos, porque ahí uno paga por el arte. Si no el diamante pasa a ser un commoditie”.

Blustein describe a Tailandia como “el Brasil de Asia”: “Son considerados los más alegres, los más bonachones, viven el momento sin pensar tanto en el futuro”. Destacó también que el desempleo no llega al 1% y que, si bien hay pobreza, “no existe miseria”. Además, considera que el tailandés “es una persona muy buena, que juzga por como es uno como ser humano y acepta todo”.

“Es muy cómodo trabajar con gente de acá. Es muy fácil hacer amistades y todo marcha. Entrego algo para limpiar y me llega planchado e impecable, son muy perfeccionistas y tienen mucho orgullo por el producto final, no corres atrás de la plata. Ver a un cliente contento les da mucho orgullo”, agregó.

Volver a Uruguay

La prioridad de visitar a sus padres, hermanos, primos y sobrinos en Israel le impide por el momento realizar el viaje que tanto ansía a su país natal, donde le quedan pocos familiares. “Mi necesidad es volver a Israel pero el corazón está 100% en Uruguay”. Cada tanto viaja a su infancia a través de sabores; hace dulce de leche o salsa carusso y no pierde oportunidad de enseñar estas recetas a los tailandeses. “Es un problema. Me quedé en la infancia”, dijo entre risas.

Confesó que si bien es su sueño volver y siempre mira propiedades, no lo ve factible en el corto plazo: “Mientras disfrute del trabajo, esté sano y no me sienta solo, voy a quedarme acá”, concluyó.

El tallador de diamantes vive solo y es soltero, lo que atribuye -tras meditarlo unos segundos- a su espíritu aventurero. “No sé qué mujer podría pasar conmigo por todo lo que pasé. Fueron muy grandes todos los riesgos que tomé. Estar en un país ajeno y no saber si las cosas van a marchar o no. Cuando uno no tiene familia todas estas decisiones son más fáciles”.

Sin embargo, dice nunca sentirse solo. Aunque trasladó la fábrica a Suphan Buri -a 100 kilómetros de Bangkok- conserva el taller donde todo comenzó, en el apartamento pegado a su casa, donde trabajan diariamente tres obreros. 

Tiene un jardín y le apasionan las plantas tropicales. “Siempre digo que soy un jardinero antes que tallador de diamantes”, bromeó. Además está aprendiendo a tocar el piano, uno de los deseos que llevaba consigo desde la niñez.

 

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