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La posibilidad de lo improbable

Desdeñar lo improbable al confundirlo como imposible es lo que determina la suerte de muchos países y el bienestar de sus habitantes
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28 de octubre de 2019 a las 00:16

Damos por hecho que cuando salimos en auto de mañana, en la estación más cercana, y pago mediante, llenaremos el tanque, ya que los depósitos de la estación disponen de combustible. Sabemos que, al llegar al supermercado, allí estarán la leche y el pan, la fruta y la verdura, la carne para el asado. Quizás pensamos, que un desconocido se levantó de madrugada y ordeñó las vacas o faenó el novillo, o que otro cosechó lo que ahora es la “baguette” caliente en la mano, el café que nos terminará de despertar, o la fruta que nos dará un jugo. Sin dudarlo, abrimos la canilla de la que brotará el agua caliente para ducharnos y que la primera luz artificial al anochecer se encenderá con sólo apretar el interruptor. Confiamos en el flujo casi constante de la tecnología para el envío y entrega del primer “Whatsapp” o del correo electrónico. Aguardamos que el ómnibus pasará casi a la misma hora de ayer y de todos los días anteriores. Nos resulta natural que el hospital al que llegamos infartados dispondrá de todos los insumos necesarios para salvarnos y curarnos. A lo largo del día, percibimos lo posible como certezas eternamente infalibles. Sin embargo, en este hábito, se oculta una ilusión o un gran engaño. El de la frágil estabilidad de la vida diaria.

En el año 2007, Nassim Nicholas Taleb publicó el libro “El Cisne Negro: el impacto de lo altamente improbable”. Taleb, un profesor de Ciencias de la Incertidumbre de la Universidad de Massachusets, planteó una teoría a la que bautizó como esa “rara avis”, muy difícil de avistar por lo poco común de su existencia. Básicamente, un cisne negro en el contexto de las probabilidades, reúne tres características: es una rareza, habitando al margen de las “expectativas normales”, ya que, nada de lo conocido del pasado hasta ahora, nos permite asumir en forma convincente su posibilidad de existencia y ocurrencia como hecho. En segundo lugar, cuando éste ocurre, produce un impacto profundo y de extensas repercusiones. Finalmente, una vez manifestado, nuestra condición humana inventa explicaciones para convertirlo en algo conocido y predecible.

Los tiempos actuales parecen estar plagados de cisnes negros: el colapso del sistema comunista soviético, un fenómeno posible pero no probable en el corto plazo pero que, cuando ocurrió, la rareza estuvo en su velocidad y alcance. Al iniciar el siglo XXI, asistimos a una expresión paradigmática de un cisne negro, con los ataques del 11 de setiembre del 2001. A eso le siguieron diversas versiones con mayores o menores matices dentro de lo reducido de sus probabilidades, como la crisis financiera del 2007, la “Primavera Árabe” del 2011 –más por su rapidez de contagio que por sus secuelas– el brexit y la elección de Donald Trump.

Las ondas sísmicas de estos eventos continuarán sintiéndose en el mediano y largo plazo: caos político e institucional en Gran Bretaña, inestabilidades geopolíticas y económicas propagadas desde Washington y Beijing al resto del mundo, soluciones monetarias inéditas, aplicadas por las principales autoridades financieras del mundo, la emergencia de extremismos ideológicos, entre otros efectos secundarios. Estaríamos aun en la fase de perplejidad y adaptación, antes de ingresar, de acuerdo al modelo de Taleb, a la condición de estabilidad y previsibilidad. Un hecho de consecuencias aun imposibles de concebir, en sus verdaderas dimensiones, es el cambio climático. Se trata de un proceso de largo plazo tal como es considerado por la comunidad científica, aunque en su avance, aparentemente imparable, es factible que genere fenómenos en formas de cisnes negros, como ciclos abruptos de sequías inusuales, tormentas más intensas, deshielos cada vez más rápidos y extensos.

Cuando se analiza la dinámica electoral uruguaya, en sus discursos y programas de gobierno –la matriz de donde deberían surgir las visiones de los candidatos en sus dimensiones más amplias, precisas y profundas– y, a la vez, cuando se incorpora el horizonte de exigencias y expectativas de la sociedad, es notable la ausencia de grandes consideraciones acerca de estas incertidumbres, a través de las cuales, inexorablemente, deberá navegar el Uruguay, como un pequeño barco en medio de un océano muy inestable.

Pareciera que las soluciones a los problemas que agobian a la ciudadanía sólo descansan en las capacidades de la política, de sus elencos, diagnósticos y promesas de soluciones. Las miradas hacia el territorio de los cisnes negros que podrían afectar al Uruguay, como contingencias desestabilizadoras a enfrentar en un futuro no muy lejano, son casi inexistentes. Hay una cierta asunción de las capacidades resolutivas autárquicas del país, que políticos y sociedad asumen con cierta miopía y complacencia. ¿Qué efecto podría tener la evolución de las tensiones en Medio Oriente en el precio de la nafta? ¿Cómo nos podría afectar la instalación de un ciclo largo de sequía o de lluvias, dentro de un marco de clima inestable, en la diaria disponibilidad del pan y la leche? ¿O un escenario de conflicto entre una Argentina kirchnerista y el Brasil de Bolsonaro?

Los robos de turno, los déficits fiscales y educativos, o las rivalidades en las competencias de gobierno, son apenas minucias ante las grandes dinámicas que hoy sacuden los fundamentos mundiales de lo previsible. Su ignorancia como parte de los asuntos esenciales a considerar, evaluar y asumir como país, puede costarnos muy cara en los próximos años. Desdeñar lo improbable al confundirlo como imposible, es lo que determina la suerte de muchos países y el bienestar de sus habitantes. Como sociedad, tal vez debamos abrir un poco más nuestras mentes, enriqueciendo los debates y asumiendo, que la posibilidad de lo improbable excede, en su ocurrencia y consecuencias, lo que el sistema político uruguayo hoy anuncia y muestra, en materia de capacidades y fortalezas, para observar un escenario más amplio de la compleja realidad.

Mucho más compleja, que nuestros persistentes, pequeños e insalvables problemas.

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