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La rebelión de las expectativas

La violencia en Chile alegró a muchos líderes de izquierda de América Latina que no toman nota de los éxitos del país trasandino
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27 de octubre de 2019 a las 05:00

Los violentos sucesos ocurridos en Chile la semana pasada llenaron de regocijo al autócrata Nicolás Maduro y a muchos líderes de izquierda de América Latina: por fin, después de muchos años, el exitoso modelo de economía de mercado del país trasandino mostraba importantes fisuras. Ya no sería un modelo que, con ocasión o sin ella, se podría mostrar como un desiderátum para los países de la región. El Foro de San Pablo volvía a hacerse atractivo, el de Puebla retomaría vigor y Maduro proclamaba a diestra y siniestra el fracaso del mercado y el triunfo de su penoso socialismo del siglo XXI, aunque Venezuela esté sumida en una terrible crisis económica y social.

Por fin, habrán pensado muchos líderes de izquierda, no nos hablarán ni darán lecciones de apertura comercial al mundo mediante TLC, de la defensa de los equilibrios fiscales, de la importancia de la baja inflación, del fomento de la competencia y del clima favorable a la inversión privada, del libre movimiento de capitales, de la libertad de importaciones, etc. Ahora, para entenderlo mejor, son válidas todas las políticas que pueda aplicar la fórmula Fernández-Fernández en Argentina: gastar sin restricciones, poner impuestos, reírse del FMI y del investment grade, festejar defaults, etc.

Pero no olvidemos que Chile comenzó a ser la “niña bonita” de América Latina porque su PIB per cápita superó a todos los países de la región en 2012, incluyendo a Argentina. Y redujo su índice de pobreza de 40% hace 30 años a 10% hoy día. Y si bien sus problemas de desigualdad no eran desconocidos, y vienen del siglo XIX, en las ultimas dos décadas estuvo mejorando significativamente.

Pero, por cierto, tiene mucho para mejorar, no solo para compararse con los demás países de América Latina sino con los de la OCDE, la cual integra desde 2010. Es significativa en ese sentido la visión de Ricardo Lagos, expresidente por el Partido Socialista. En charla con el periodista Andrés Oppenheimer, reconoció dos cosas. Una, que “la ciudadanía siente que, aunque la pobreza ha disminuido sustancialmente, hay una concentración muy alta del ingreso, y una desigualdad que no se ha atacado adecuadamente”. Otra, que las expectativas después de años de crecimiento son distintas. Lagos le refirió a Oppenheimer que hace poco visitó un complejo de viviendas que había sido construida durante su gobierno, hace casi dos décadas, para gente que vivía en casas prefabricadas. Durante la visita, quedó sorprendido por el nivel de descontento entre sus residentes. “Me dijeron, ‘¿Cómo pudieron construir estas viviendas sin lugares para estacionar el auto?’ “, recordó Lagos. “Yo les respondí: ‘¿Usted pensó hace 20 años que tendría un auto? Y cuando me dijeron que jamás lo habían pensado, les dije, ‘Bueno, yo tampoco lo pensé’ “.

Y concluye Andrés Oppenheimer, que las protestas sociales de Chile son más parecidas a las del Primer Mundo que a las del resto de América Latina. Son, en sus palabras, “una crisis de expectativas incumplidas”. Y eso es lo que explica lo que le ocurrió a Lagos con los habitantes de las viviendas que el construyó hace 20 años: en aquel momento eran un gran paso adelante respecto a las casas prefabricadas en las que vivían; hoy, son percibidas como algo vetusto, que no admite ni siquiera el automóvil que hace 20 años no tenían ni soñaban tener.

Eso no quita que haya que resolver el problema de la desigualdad y que haya que mejorar los servicios públicos, la salud pública y el acceso a la educación pública. Pero quiere decir que las expectativas han cambiado. Y han cambiado para bien. La gente vive mejor y quiere mantener ese nivel de vida. Algo que ni los gobiernos de centro izquierda y de centro derecha que gobernaron después de la recuperación democrática han tomado nota.

Y es necesario que tomen nota, porque la gente no vive solo de realidades sino también de expectativas de mejora para sí y para las futuras generaciones.

Chile ha aplicado un modelo económico exitoso que lo sacó del caos y del atraso. Ahora está a la cabeza de América Latina en crecimiento sustentable. Ha mejorado los indicadores sociales, pero debe seguir luchando para ofrecer mejores perspectivas a todos sus habitantes sin excepción. Y debe comprender que la violencia, como la exhibida estos días, no conduce a ninguna parte salvo al precipicio.

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