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La sociedad y la apuesta de Pascal

Sin libertad no hay responsabilidad y por ende tampoco deberes morales; y sin deberes no puede haber derechos ni justicia.
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26 de febrero de 2019 a las 18:24

Blaise Pascal (1623-1662), gran matemático y físico francés que sentó las bases del cálculo de probabilidades, fue también un destacado filósofo cristiano. Su obra más famosa –Pensamientos– es una publicación póstuma de cientos de anotaciones fragmentarias destinadas a formar parte de una apología de la religión cristiana. Dicha obra contiene la célebre “apuesta de Pascal”. Cito una parte de ese pensamiento: “Dios existe o no existe. ¿De qué lado nos inclinamos? (…) Se juega una partida (…) donde resultará cara o cruz. ¿Quién ganará? (…) Es preciso apostar. (…) Pesemos la ganancia y la pérdida, apostando a cruz a que Dios existe. Tengamos en cuenta estos dos casos: si ganáis, ganáis todo; si perdéis, no perdéis nada. Apostad, pues, porque Dios existe, sin vacilar.”   

Pascal da por sentado que el apostador hace esta apuesta no sólo con su inteligencia, sino con su vida entera. Para él, “apostar por Dios” implica no sólo creer en Dios, sino también vivir según la Ley de Dios, la ley moral; e inversamente, “apostar contra Dios” implica no sólo no creer en Dios, sino también no respetar la Ley de Dios.

En mi opinión, todas las pruebas filosóficas válidas de la existencia de Dios (como las cinco vías de Santo Tomás de Aquino) son preferibles a la apuesta de Pascal; ésta debería ser considerada sólo como un último recurso. Empero, en esta ocasión la utilizaré como punto de partida para otra clase de reflexión, de índole social. En efecto, no sólo cada persona sino también, en cierto modo, cada sociedad tiene que "apostar" por Dios o contra Dios; y la decisión de aceptar o rechazar a Dios es de una importancia crucial, porque con Dios o sin Dios todo cambia.

Cambia, por ejemplo, la idea del amor. Los creyentes tienden a pensar que el amor es, en esencia, algo espiritual: la voluntad de hacer el bien al otro. En cambio, los no creyentes tienden a negar la existencia del amor desinteresado (altruista) y a concebir el amor como algo material o carnal: un mero fenómeno hormonal, bioquímico. Eso da pie a una antropología egocéntrica, triste y rastrera.

Las distintas visiones del amor inciden enormemente en las distintas visiones de la sociedad. Los creyentes tienden a ver la vida social como un combate moral personal y comunitario para construir una civilización basada en el amor verdadero (espiritual). En cambio, los no creyentes tienden fácilmente a ver la vida social como una lucha darwinista por la supervivencia del más apto o como una búsqueda del mayor placer para el mayor número.

Los primeros liberales todavía afirmaban que Dios es el fundamento del orden social. Véase, por ejemplo, la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América, de 1776:  "Sostenemos como evidentes estas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad…" Sin embargo los liberales actuales tienden cada vez más hacia un secularismo radical.

El secularismo puede ser definido como el intento de construir una sociedad que funcione como si Dios no existiera. El secularista, en cuanto individuo, puede ser creyente o no creyente, pero cree que, en el nivel social, lo mejor es "apostar contra Dios", procediendo como si Él y su Ley no existieran. Esta apuesta lleva a varios callejones sin salida. Intentaré presentar uno de ellos.

El secularismo occidental tiene como uno de sus pilares fundamentales la democracia liberal. Ésta busca maximizar la libertad de los miembros de la sociedad, considerando legítimo cualquier acto humano que no menoscabe los derechos de los demás (se parte de la falsa premisa individualista de que existen actos humanos buenos o malos que no repercuten en los demás). Pero la libertad humana supone la existencia del espíritu; en cambio el secularismo favorece el crecimiento de la increencia y los no creyentes tienden a negar el libre albedrío. Si el hombre, como piensan tantos materialistas, fuera sólo un animal más evolucionado o un mero conjunto de átomos, ¿cómo podría ser libre?

Algunos filósofos materialistas reconocen la existencia de este problema. Escuchemos a un representante de esa corriente: "Durante 300 años, los ideales liberales inspiraron un proyecto político que pretendía dar al mayor número posible de gente la capacidad de perseguir sus sueños y de hacer realidad sus deseos. Estamos cada vez más cerca de alcanzar ese objetivo, pero también de darnos cuenta de que, en realidad, es un engaño." (Yuval Noah Harari, Los cerebros 'hackeados' votan, en: El País, 06/01/2019). Pese a sostener que el proyecto liberal es un engaño porque el libre albedrío es un mito de la teología cristiana, Harari pretende salvar ese proyecto sin resolver la gruesa contradicción que está en su misma base.

Sin libertad no hay responsabilidad y por ende tampoco deberes morales; y sin deberes no puede haber derechos ni justicia. En esa perspectiva, para hacer funcionar la sociedad sólo queda la obligación jurídica de la ley positiva, fundada sobre las arenas movedizas de las mayorías circunstanciales y sobre el miedo a las penas que el Estado puede imponer a quienes violan esa ley. Que eso es muy insuficiente para lograr una sociedad sana está a la vista de todos, aunque, como en el cuento del rey que desfiló desnudo ante la multitud, tantos finjan ignorarlo.

 

 

 

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