Las asignaciones familiares causan vergüenza, pero no humillación.

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La tarjeta del Mides aumenta la humillación de quienes la poseen, dice estudio

Una tesis de maestría de la Universidad de la República comprueba que seis de cada diez usuarios de la Tarjeta Uruguay Social se sintieron discriminados y el sentimiento de humillación crece frente a quienes no adquieren la prestación
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31 de agosto de 2023 a las 05:01

Una simple tarjeta magnética azul, con el escudo que identifica al gobierno de turno en el fondo, carga bastante más que el dinero que mes a mes deposita el Estado a quienes más lo necesitan. Carga con la “vergüenza” que sienten seis de cada diez beneficiarios de esta prestación, y con la “humillación” que, casi una misma cantidad, admite haber padecido.

El investigador Rodrigo Nicolau constató, en su reciente tesis de maestría del Instituto de Economía de la Universidad de la República, que la Tarjeta Uruguay Social (popularmente conocida como “la tarjeta del Mides”) aumenta la humillación. Dicho de otro modo: estos beneficiarios, que son parte de la población más pobre del país, dicen sentirse más discriminados o haber vivido más faltas de respeto en comparación con otros pobladores que, pese a estar en una condición similar a ellos, no cuentan con la tarjeta.

Que “no quieren laburar”, que “son pobres por su culpa”, que “hay que enseñarles a pescar y no darles el pescado”, que…

Los estigmas suelen acompañar el aumento en el gasto público que los países de América Latina vienen haciendo en los programas y transferencias que intentan reducir la pobreza. El problema, explica Nicolau, es que esa visión negativa puede a veces causar un efecto contrario al deseado por la política pública.

“Desde una visión utilitaria puede pensarse que darles dinero a los más pobres incluso cuando son humillados o avergonzados por eso, genera un bien mayor en ellos que el costo del estigma. Pero si esa humillación empieza a generar un efecto psicológico en las personas, si les implica cambiar de horarios al que van al almacén con la tarjeta para no ser vistos por otra gente, si empezás a aislarte por el ‘qué dirán’, esos sentimientos acaban perjudicando a lo que busca la política pública”, dice el investigador.

Supóngase que un usuario de la tarjeta del Mides va al supermercado —solo se pueden comprar alimentos y productos de higiene en una serie de comercios “solidarios”— a la tardecita, a esa hora en que la gente sale de trabajar, y es recriminado por el uso de su tarjeta, puede que la próxima vez vaya en otro horario que no le convenga tanto. Eso tiene un costo hasta económico para la persona.

Las asignaciones familiares, otra transferencia monetaria del Estado que está todavía más extendida y alcanza a cuatro de cada diez hogares con niños, también tienen una carga peyorativa. En promedio, existe el doble de chances de sentirse avergonzado si se es beneficiario. Pero, a diferencia de las tarjetas del Mides no causa, a priori, humillación.

¿Qué significa? La vergüenza es el conjunto de sentimientos que hacen al estigma personal: no haber cumplido con las normas propias. La humillación, en cambio, es el sentimiento externo generado por otros.

Como hipótesis, Nicolau plantea que la tarjeta, al ser un elemento físico, visible, y cuyo uso está restringido a una población muy específica genera la humillación. “De ser así, podría pensarse en soluciones sencillas: cambiar la apariencia de la tarjeta magnética o realizar una transferencia monetaria sin necesidad de contar una tarjeta física (acreditación bancaria o en redes de cobranza)”. Los técnicos le llaman “enmascarar” la tarjeta.

El Instituto de Economía de la Udelar, en acuerdo con el Mides, estudia los impactos de estas políticas públicas. Si bien buena parte de las discusiones suelen centrarse en la adhesión al programa, en quiénes son elegibles, en si se debe quitar una prestación a quien falta a clase o no asiste al médico, el reciente estudio de Nicolau añade una nueva evidencia que se pone sobre la mesa: ¿cómo impactar positivamente causando el menor daño posible?

Nicolau concluye: “Tener en cuenta los efectos del estigma asociado a la asistencia social puede servir para informar el diseño de políticas públicas y mejorar potencialmente el bienestar de los beneficiarios”.

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