En un hospital de maternidad del noroeste de Siria, antes del martes 3, una alarma parpadea en la entrada principal para alertar al personal. Pero no son pacientes que van de camino al hospital... son aviones de guerra.
Hoy la situación es algo distinta por el reciente acuerdo del alto al fuego entre Rusia y Turquía. Pero los médicos continúan trabajando en un ambiente de guerra, en el que de un momento a otro pueden tener que atender a embarazadas, como es costumbre, en medio de un ataque del ejército sirio que pretende acabar en la provincia de Idlib con el último bastión de los rebeldes que luchan contra el presidente Bashar al-Assad.
El personal médico afirma que se dio un marcado aumento de abortos y nacimientos prematuros en los últimos dos meses. Algunas embarazadas llegan conmocionadas tras salir de casa asustadas por el bombardeo, y cada día cuatro o cinco bebés mueren en el útero, dijo un médico a Reuters.
“Para mí, la última etapa ha sido la más dura de todas”, comenta la doctora Ikram, de 37 años, embarazada de ocho meses.
Ikram, que habló en una pequeña sala abarrotada por una decena de pequeños bebés en incubadoras, dice que el último hospital en el que trabajó fue alcanzado por un ataque aéreo.
Recuerda que lo mismo pasó en casa de su suegro y que un cohete impactó sin explotar junto al jardín de infancia al que suelen asistir sus dos hijos pequeños, de 3 y 4 años.
Minutos después de que Ikram hablara con la agencia Reuters, antes del martes 3, sonó la alarma del hospital. Una luz ámbar parpadeó advirtiendo de la aproximación de un avión y una luz roja señaló el peligro de un ataque directo.
Aunque el centro de maternidad se salvó, la intensificación de los ataques aéreos y los bombardeos en el noroeste de Siria ha causado el mayor desplazamiento de sirios en los nueve años de conflicto, en el que han muerto cientos de miles de sirios.
Casi un millón de personas, niños en más de la mitad de los casos, han sido desplazados desde diciembre al tener que huir de la destrucción de sus ciudades y aldeas, lo que ha dado lugar a lo que, según las Naciones Unidas, podría ser la peor crisis humanitaria del conflicto.
Traumatizados por la guerra y tras varios desplazamientos en algunos casos debido a los combates, se encuentran ahora hacinados en una franja de tierra cada vez más pequeña entre las fuerzas gubernamentales sirias que avanzan desde el sur y el este y la frontera turca amurallada del norte.
El gobierno sirio, respaldado por Rusia, ha estado tratando en los últimos meses de retomar la provincia de Idlib, una región que se extiende unos 100 kilómetros hacia Siria desde su punto más septentrional en la frontera turca.
Damasco dice que su objetivo es expulsar de su territorio a los grupos terroristas, incluida Al Qaeda, y ha prometido recuperar “cada centímetro” de Siria. Turquía, que ha dicho que no puede hacer frente al número de personas que huyen de la guerra, está apoyando a las fuerzas rebeldes que luchan contra el presidente al-Assad.
Solo en febrero murieron más de 130 civiles, entre ellos al menos 44 niños, y entre las instalaciones afectadas por los ataques se encuentran decenas de hospitales y escuelas, según Naciones Unidas.
Los combates se habían intensificado bruscamente hasta hace pocos días, profundizando una guerra que parece no tener fin, con una contraofensiva de Turquía contra las fuerzas del gobierno sirio respaldadas por Rusia en la región después de que unos 50 soldados turcos murieran en los ataques aéreos sirios en Idlib la semana pasada.
Pero el jueves pasado, el presidente turco Tayyip Erdogan y su homólogo turco acordaron un alto al fueron en Idlib, luego de una reunión de seis horas en Moscú.
Ayer se supo que el acuerdo omite una de las preocupaciones de Turquía, el futuro de cientos de miles de desplazados frente a su frontera.
Y, además, no resuelve problemas claves, por ejemplo, el asunto de los puestos de observación turcos en zonas recientemente reconquistadas por el régimen sirio de Bashar al Asad. (ver recuadro)
“Creo que se trata de un acuerdo táctico que no resuelve todos los desacuerdos entre Ankara y Moscú”, opina el analista político Ali Bakeer.
Ikram, que pidió que no se publicara su apellido por motivos de seguridad, obtuvo el título hace 10 años, justo antes de que comenzara el levantamiento en 2011.
Decidió quedarse en Siria, pese a que otros médicos se fueron y trabajó en la ciudad de Maarat al Numan, donde había habido escasez de médicos, para luego trasladarse a un hospital en Idlib, su ciudad natal. “Quería hacer lo que pudiera”, dice Ikram, visiblemente emocionada.
El hospital de maternidad en el que trabaja actualmente lleva abierto unos cinco años, según cuenta, y añade que es uno de los tres únicos facultativos que quedan trabajando allí.
En el hospital central de Idlib, un misil se estrelló en la calle la semana pasada, dejando un gran cráter. El ataque, que hirió a cuatro miembros del personal médico y dañó las habitaciones del hospital y las viviendas de los empleados, fue el tercer caso de impacto cercano en los últimos meses, dijo el cirujano Mohammad Abrash.
El médico señala que el personal médico está en la primera línea de cuidado de las personas, pero que están sobrecargados, y que los medicamentos y el material médico son escasos.
“Es muy difícil para nosotros trabajar en estas condiciones”, añade Abrash, de 58 años, originario de la cercana ciudad de Saraqeb, antes de correr a un quirófano del sótano para tratar a un hombre herido que sangraba por su abdomen.
La tregua es una bendición para los civiles y, en particular, para quienes cumplen importantes tareas como Ikram o Abrash. Pero puede que el acuerdo mínimo sea una tranquilidad pasajera porque, como ya ocurrió en el pasado, puede estallar en mil pedazos . (En base a información de Reuters y AFP).
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