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La vida de Jonathan Bragundi, el imputado por el triple asesinato de la Armada

A Jonathan Bragundi lo recuerdan como un buen muchacho, pero también dicen que tiene un retraso mental y patologías psiquiátricas
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27 de junio de 2020 a las 05:00

Carlos Ipar lloró cuando se enteró que el Guti, su amigo querido, era el acusado de asesinar a los tres infantes de Marina. 

Estaba en el trabajo y una compañera le dijo: 

-¿Viste quién mató a los militares? El Guti. 

-Mentira –respondió Carlos, tajante. 

Pero un muchacho que estaba allí aseguró que sí, que era cierto, que había sido el Guti, que estaba metido en la droga.

Ipar juntó fuerzas para seguir negando. “Me lagrimeaban los ojos. Igual les dije que no, que el Guti era incapaz de hacer algo así. Que es una excelente persona, humilde, de gran corazón. Me prestó plata para hacerle el cumpleaños a mi hijo, es especial, increíble. Me insistieron que sí, que había sido él. Me fui para mi casa llorando. No podía creer”.

El Guti

Todos en Rocha le dicen Guti a Jonathan Michel Bragundi González, el acusado de asesinar a los tres infantes de marina. Y uno tras otro repiten que no pueden creer que él haya cometido un crimen tan atroz.

Su historia corta podría resumirse así: se crió en esa ciudad en un hogar sustituto del INAU, hizo primaria y la escuela industrial, jugó al fútbol, trabajó en una panadería y se fue a Montevideo con la ilusión de mejorar. 

La historia larga, sin embargo, contiene muchos detalles que son importantes.

Los Bragundi vinieron de La Coruña. Julio César Bragundi, el abuelo de Jonathan, tiene 82 años y vive en Montevideo. Trabajó en bares toda la vida. Fue 25 años mozo de la confitería La Liguria.

Julio César y su esposa tuvieron una única hija, Lourdes Grisel. “La criamos entre algodones”, dice. A los 16 años Lourdes Grisel abandonó a sus padres y se fue con una pareja rumbo al este del país. “Nunca más quiso saber nada con nosotros. Tuvo cuatro hijos y los abandonó a todos. Es feo decir esto de mi única hija, pero fue una hija de puta”.

A uno de los hijos de Lourdes Grisel, hoy fallecida, lo criaron sus abuelos. Pero Jonathan y su hermano menor no tuvieron esa suerte. Hijos de padre desconocido, su madre los abandonó en Cebollatí, un pueblo que hoy tiene 1.500 habitantes donde Rocha se une con Treinta y Tres. Una vecina, soltera y pobre, los cobijó un tiempo.

“Los tuvo mientras pudo, porque eran muy pícaros. Cuando formó pareja y quiso tener sus propios hijos, los entregó al INAU”, recuerda la psicóloga Lilián Fonseca, que durante muchos años trabajó en la sede de Rocha de esa institución y conoció de cerca del caso de Jonathan y su hermano.

Los niños fueron acogidos en 2006 en el hogar de Julia Espel, una señora que durante 15 años se dedicó, en convenio con el INAU, a criar niños abandonados o separados de sus familias en la ciudad de Rocha.

“Pequeño retraso” 

Ante la fiscal Mirta Morales, Bragundi admitió haber cometido los tres homicidios de sus excompañeros de la Marina

“¡Ay, mijo, y usted me pregunta cómo me sentí cuando me enteré! ¡Qué voy a sentir! ¡Un chiquilín buenísimo!… Del hermano, lo hubiese creído, pero de él no. ¡De él no! Fue como que me pegaran una patada en el hígado”. Desde Rocha y por teléfono, Julia Espel repite que no puede creer lo que hizo Jonathan.

Espel y su marido criaban niños abandonados y a cambio recibían una paga mensual y dinero para la comida. Por su casa pasaron decenas de niños y adolescentes. “Éramos padre y madre sustitutos. Te dan los niños y los tienes que criar tú en tu casa, los tienes que mandar a la escuela y criarlos, como si fueran tus hijos. Yo tengo tres míos. Y los criaba a todos juntos y ellos se decían hermanos. A mí me decían mamá, a mi esposo papá y a mi madre, abuela”.

Jonathan tenía 12 años y su hermano 9 cuando fueron recibidos en el hogar de Espel, en el barrio La Alegría de la capital rochense. Ella nunca olvidó cómo llegaron: “Parecían unos indios, pobrecitos. El pelo largo, no sabían que había que lavarse las manos para sentarse a la mesa, creo que nunca habían usado una sábana en su cama. Venían de una pobreza extrema, extrema, extrema. El hermano menor ya era más problemático de chiquito, pero Jonathan era buenísimo”.

Como todos los niños del INAU, Jonathan fue periciado psicológicamente. El resultado fue revelador: “Me dijeron que si bien su edad era 12, su coeficiente era de 6 años. Como que tenía un pequeño retraso. Pero pudo terminar la escuela y hacer la escuela industrial”.

Que Jonathan tenía un menor desarrollo intelectual al correspondiente a su edad también lo atestigua Ipar, su amigo: “Se notaba que tenía un retraso: tenía 18 y pensaba como un chico de 13, 14. Pero siempre fue humilde y buen pibe”.

La psicóloga Fonseca hizo el seguimiento institucional de Jonathan mientras estuvo bajo la jurisdicción del INAU. Ella, que tampoco puede creer que haya matado a los tres infantes de marina, también recuerda que tenía cierto problema psiquiátrico.

“Yo le hacía el seguimiento, pero nunca le hice un psicodiagnóstico. Eso se lo hicieron en Montevideo. Era un chiquilín muy bueno, pero era evidente que tenía una patología, no sé exactamente cuál”, recuerda.

“Era raro, muy callado, le costaba hablar con los demás”.

La educadora social Marina Macedo, jubilada tras muchos años de trabajo en el INAU de Rocha, también trabajó con Jonathan. “Es un buen muchacho, para nada agresivo, pero con problemas mentales. No me animo a diagnosticar cuáles porque no soy psicóloga, pero los tenía. Tenía actitudes infantiles para su edad y un muy descendido nivel de aprendizaje. Tenía un nivel muy disminuido”.

En su trato con Jonathan, Macedo nunca tuvo problemas. Una vez lo encontró tomando cerveza en la plaza principal de Rocha a las ocho de la mañana. “Le tiré la cerveza y no dijo nada, ni hizo ningún problema. Tenía las travesuras normales de un adolescente”. 

La educadora social no estaba enterada de que Bragundi está imputado por un triple asesinato. “No sabe el disgusto que me dio con esta noticia. Jamás hubiera imaginado que algo así pudiera ocurrir”.

“Nunca tocó nada”

Al terminar la escuela Jonathan hizo un curso de panadería en la escuela industrial y también otro para hacer conservas de verduras. Con unos 16 años, consiguió trabajo en una panadería. Era serio y cumplidor. “Nunca se hizo la rabona, nunca faltaba. Y cuando empezó a trabajar, nunca nunca faltó…”, recuerda Julia Espel.

Gustavo Veiga, el dueño de la panadería, lo evoca como un empleado ejemplar. Empezó limpiando y terminó de panadero. “No tomaba, no fumaba, no le gustaba la noche, nunca tocó nada, nunca lo tuve que vigilar, nunca faltó. Era guapo para trabajar y respetuoso en el trato. Solo a veces le reprochaba a su madre, en voz alta, el haberlo dejado tirado”.

Jonathan jugaba al fútbol. Integró las inferiores de los clubes Plaza Congreso y Rocha FC. Incluso llegó a ser convocado a las selecciones juveniles del departamento. Martín Rodríguez, su director técnico en esos combinados juveniles, y Julio Dornel, su entrenador en el club Rocha, lo recuerdan con la misma frase: era tan callado que “pasaba desapercibido”.

Matías San Martín fue el capitán de la quinta división de Rocha. Bragundi, que era veloz, era uno de los delanteros. Tenían 16 años. San Martín lo había olvidado, pero lo recordó cuando lo vio en la televisión, imputado por el triple homicidio. “Era muy callado. No hablaba, no hacía comentarios. Era más introvertido que lo normal. No tenía afinidad con ningún otro del plantel”.

Carlos Ipar, el amigo que lloró al enterarse de la noticia, cuenta que Jonathan también practicó taekwondo. “Era bueno, compitió y ganó medallas”.

Jonathan y Carlos se conocieron en el hogar de Julia Espel, donde forjaron una amistad entrañable. Carlos también fue abandonado por su madre. “Jonathan –recuerda su amigo- era una persona muy especial, un chico sin maldad, un corazón enorme. Gracias a él aprendí un oficio, el de panadero, con el que hoy me gano la vida. Él me hizo entrar a la panadería donde trabajaba”.

Cuando los dos cumplieron 18, el dueño de la panadería les prestó una casa y los dos dejaron el INAU, se independizaron, y vivieron allí junto con otro compañero. En esos tiempos, conversaban mucho. 

“A veces me hablaba de su infancia en Cebollatí. Él sabía que su madre se había ido para Treinta y Tres. Mi madre me corrió cuando yo tenía 13 años, a mí y a todos mis hermanos. Cuando hablábamos de nuestras madres, yo en ese entonces tenía mucho rencor. Pero él tenía un gran corazón. Me decía: ‘tú tienes a tu madre acá en Rocha, pero yo a mi madre no la volví a ver nunca más. Yo si la viera, la perdonaría, la abrazaría y le diría que la quiero mucho’. Era un excelente gurí. No me hablaba mucho, pero las cosas que me decía me hacían reflexionar, era interesante hablar con él”.

Más de una vez Carlos vio como el hermano menor de Jonathan, que andaba en malos pasos, llegaba a la panadería a pedir plata. Jonathan siempre le decía: “Pan te doy, plata no”.

“Un disparo”

Antes de venir a Montevideo, Jonathan pasó un corto período de tiempo en Treinta y Tres, quizás buscando un reencuentro con su madre. 
Poco después, ya en Montevideo, ingresó en la Armada. 

“Cuando se fue a Montevideo nos contó que iba a entrar a ese trabajo. Y quedamos en contacto por Facebook. Siempre fue muy respetuoso, nunca tuvo ningún tipo de problemas mientras vivió acá. Jamás se drogó”, dijo una amiga del barrio La Alegría, que como muchos otros, pidió que no se publicara su nombre.

“Se fue de Rocha buscando un futuro mejor”, afirmó su amigo Ipar.

“Todos nos alegramos cuando nos enteramos que había entrado a la Armada”, dijo Veiga, el dueño de la panadería.

Ya como joven marino, en octubre de 2014 Bragundi recibió instrucción de códigos y reglamentos de la fuerza y en el manejo del fusil automático liviano FAL. 

Uno de sus colegas en el Fusna, el único que aceptó hablar de media docena que fue contactada, también pidió que su nombre no fuera publicado por no estar autorizado a hacer declaraciones. Dijo que Bragundi un buen compañero e infante de marina. “Era un chico bien, tranquilo, divertido, jodón. Salíamos a bailes y era el único que no tomaba alcohol. Él nos traía de los bailes”.

En cambio, un exintegrante del cuerpo que desertó de la Armada, manifestó: “Era un gurí tranquilo, muy jodón. Pero era medio bobo, aunque normal”. En su Facebook escribió que tenía “cara y personalidad de nabo”.

De acuerdo a su legajo, obtenido de fuentes vinculadas al caso, ya en 2015 Bragundi tuvo sanciones por no decir lo cierto a sus superiores respecto a su domicilio y su celular. 

En abril de 2016 faltó y lo justificó diciendo que su madre y su abuelo estaban internados, algo que no pudo certificar. Lo sancionaron con cinco días de arresto simple.

En julio de 2016 ocurrió un hecho más grave, que le valió cinco días de arresto a rigor, una sanción más dura.
Dice su legajo: “El citado tripulante se encontraba apostado de guardia en torre 4, cuando por causas personales decide efectuarse un disparo, no causándose ningún daño personal”.

El integrante del Fusna que habló a condición de mantener su nombre en reserva relató que Bragundi “se tiró al pie, pero erró y solo tuvo un raspón. Eso fue estando de guardia”. 

El disparo lo hizo con un arma de guerra, pero la bala solo le rozó el pie. Según consta en su legajo, un día después de ese incidente, Bragundi fue internado en la Sala 11 del Hospital Militar, destinada a los pacientes psiquiátricos. Permaneció allí seis días.

También recibió otras sanciones por mentir respecto al lugar donde había dejado parte de su uniforme, por dirigirse en forma incorrecta a un superior (‘Bórrese panzón, le falta conducción’), por llegar tarde, faltar sin justificación y por publicar en Facebook fotos de una práctica de tiro.

Aunque no está permitido, Bragundi divulgó en esa y otras redes sociales al menos una docena de fotos de actividades dentro del Fusna. El imputado por el triple asesinato tiene al menos 15 cuentas en Facebook con diferentes nombres, casi todos ellos formados por combinaciones que usan su primer nombre (Jonathan o Yonathan) o un derivado de su segundo nombre (Maicol), y como apellido o bien Bragundi o distintas maneras de escribir su segundo apellido (González, Gonsalez, Gonzales, etc). También tiene un par de perfiles en los que usa el nombre de su hermano y uno que dice ser compartido con una chica, que curiosamente tendría casi sus mismos apellidos: Braguendi González. Además, abrió al menos tres cuentas en Instagram y una en Twitter.

Salvo que es hincha de Nacional, sus publicaciones públicas no aportan mucha información. La mayoría de estos perfiles han tenido poca actividad. Jonathan se ha limitado a subir fotos de sí mismo, casi siempre solo. En cuanto a escribir, casi no lo hace. Hay una foto de 2017 en la que se ve un fajo de muchos billetes de 1.000 y 2.000 pesos con el comentario: “saqué la lotería” (en la cuenta de Yonathan Maicol Bragundi). Hay fotos de febrero de 2018 en las que se lo ve internado en un hospital, y con un aparato que parece ser un holter en el pecho (Jonathan Bragundi). Hay una inquietante foto de 2019 de la misma cabaña de la guardia del Cerro, donde ocurrieron los tres asesinatos (Maicol González). Es una vista exterior de la vivienda, sin ningún comentario.

Pocas imágenes lo muestran en compañía de amigos o de chicas. Hay una foto casual con Chris Namús en la entrada a una tienda de vestimenta.  

En general, se repiten dos tipos de fotografías. Selfies, muchas de ellas con el torso desnudo. Y fotos dentro de la Armada, luciendo el uniforme o exhibiendo armas de fuego.

Este tipo de imágenes hizo que su amiga del barrio La Alegría lo borrara de sus redes sociales: “Su conducta en Facebook no era agradable por sus fotos inapropiadas. Ponía fotos sin ropa en que las armas tapaban su parte. Cosas así. El cambió después que entró en la marina”.

En febrero de 2018, y coincidiendo con las fotos que lo muestran internado, dejó constancia en Facebook de sentirse triste. Escribió: “Y bueno la cosa no se da como uno quiere me párese no se que ago mal no tiendo nada deseo la cosa bien nada mas”.

En 2019 Jonathan se inscribió en el curso para transformarse en integrante de las fuerzas especiales de la Armada. 

-Él quiso meter un curso que es el mejor que tenemos, pero no aguantó -dijo su colega anónimo entrevistado.

-¿Eso lo deprimió?

-No, seguía tan jodón como siempre.

-¿Alguna vez dijo que quería dejar la Armada?

-No. ¡Él era un convencido!

-Pero hay una contradicción. Si quería seguir, ¿por qué faltó hasta desertar?

-La verdad, no sé qué pensar.

“Frío y distante”

En marzo de 2020, Bragundi faltó más de seis días consecutivos, lo que determinó que se lo considerara desertor y quedara fuera de la fuerza.

“Es lo único que puedo confirmarle, que se fue como desertor luego de pasar el límite de faltas”, dijo el jefe de relaciones públicas de la Armada, el capitán de navío Pablo González.

Cuando un integrante del cuerpo comienza a faltar sin aviso, el procedimiento habitual es que se lo conctacte, que se lo intime a regresar, que se lo advierta que puede ser considerado desertor. González no pudo confirmar si eso ocurrió en este caso, ni tampoco se existían registros de faltas de conducta o problemas psicológicos en el historial de Bragundi. Otros oficiales que fueron consultados, declinaron hacer declaraciones.

Desde que fue dado de baja, su colega dentro de la fuerza solo volvió a verlo una vez. “Me lo encontré en la rambla y lo vi bien”, relató. “Sinceramente, no entiendo cómo hizo lo que hizo. No sé si después probó las drogas y le gustó. Algo tiene que haber ocurrido, pero la verdad no le sé decir”.

Pocos días después de dejar la marina de guerra y según relataron fuentes policiales, Bragundi fue indagado por un episodio de violencia doméstica, aunque no derivó en una acusación en su contra. El siguiente rastro sobre su vida lo ubica otra vez en la ciudad de Treinta y Tres.

Volvió allí, aunque su madre ya había fallecido tiempo atrás. Vivió unos días con el hombre que fue la última pareja de Lourdes Grisel, confirmó una fuente policial de ese departamento. El 10 de mayo, el hombre murió de un infarto en presencia de Bragundi. 

Jonathan volvió a Montevideo. Tres semanas después de ese episodio, en la madrugada del 31 de mayo, y según lo ha imputado la fiscal Mirta Morales, Bragundi llegó a la cabaña del Cerro, donde antes había montado guardia, la misma cuya foto publicó en su Facebook.

Según ha declarado la fiscal, sus excompañeros lo dejaron entrar, conversaron, dijo que se quedaría a dormir allí. Con sangre fría se apropió de la pistola de uno de ellos y con ella, uno tras otro asesinó a sus tres excolegas: Juan Manuel Escobar, Alex Guillenea y Alan Rodríguez. Y se llevó las tres pistolas para venderlas. En una primera instancia Bragundi se negó a declarar. Pero finalmente habló ante la fiscal Morales.

“Corroboró casi todo lo que pensábamos cuando lo formalizamos, salvo unos pequeños detalles que se irán puliendo, pero en nada afectan a su imputación inicial”, dijo la representante del ministerio público. En su entrevista con Morales, Bragundi se mostró educado y colaborador. Ella lo sintió “una persona fría y distante”. La experiencia le resultó horrible.

En cuanto al móvil de su crimen, el imputado se limitó a declarar que necesitaba dinero. No dijo para qué.

Al momento de ser consultada, Morales no tenía noticia de los testimonios que hablan de que Bragundi podría padecer un retraso mental leve. Sin embargo, informó que la defensoría de oficio se aprestaba a pedir una pericia psiquiátrica del imputado.

Lo mismo que la educadora social Macedo, Julio César Bragundi, el abuelo de Jonathan, no sabía que su nieto está preso y acusado de matar a los tres marinos. Se enteró con mi llamada. Se hizo un silencio al otro lado de la línea. “Esta noticia –afirmó- parece una película de ficción de lo más desagradable”.

El exmozo de La Liguria apenas vio a su nieto tres o cuatro veces en toda su vida. Una vez lo vino a visitar desde Rocha, cuando estaba en el hogar de la señora Espel. “Lo llevamos a una feria de ropa de segunda mano y lo vestimos de arriba abajo. ¡Quedó chocho de la vida! ¡Las necesidades que habrá pasado!”.

Carlos Ipar está triste. Recuerda la última vez que habló con su amigo hace ya un par de años, quizás más. “Me dijo que estaba bien en la Armada, que estaba contento, que lo ayudaban mucho. Incluso me quiso llevar para ahí. Yo le agradecí, pero le dije que estaba bien acá en Rocha, con mi señora”. 

Ipar no encuentra explicación para lo que ocurrió. “Yo sé que a veces las personas cambian, pero hasta el día de hoy no puedo creer que haya hecho eso. Era una persona sana, una excelente persona. Con los compañeros de trabajo lo primero que se nos vino en mente es que algo le hicieron, algo le provocó que él llegara a hacer eso, él era incapaz de hacerte algo malo”.

Para la policía, ese algo, sin dudas, fueron las drogas. “Estaba con la mente desquiciada. Y el lugar donde lo apresamos, era una boca de pasta base”, dijo un oficial que participó en la investigación. “Él estaba viviendo ahí”.  

Peores respuestas ante el estrés o la adversidad
Cuando una persona tiene un retraso en su desarrollo mental en la infancia y en la adolescencia lo mantiene toda la vida, dijeron dos psiquiatras consultados.

Pablo Fielitz, dejando constancia que no habla del caso de Jonathan Bragundi por desconocerlo y que sus declaraciones son a título personal y no por su cargo de director de salud mental de ASSE, dijo que cuando hay un déficit intelectual este dura toda la vida. El especialista explicó que el retraso mental puede ser grave, moderado o leve.

“El retraso mental grave o moderado no le permitiría a nadie ingresar a un lugar como la Armada. Pero cuando el retraso mental es leve, la persona puede trabajar, terminar estudios secundarios, incluso entrar a la universidad. Sin embargo, su psiquis es más débil que la de una persona normal. Entonces ante una situación de estrés, un contexto difícil, las frustraciones y las adversidades, su capacidad de respuesta es de menor calidad, porque sus herramientas para procesarlas son más débiles que las de una persona común”.

El psiquiatra Pablo Trelles, también hablando en términos generales y no del caso Bragundi en particular, ya que tampoco lo conoce, dijo que el retraso mental o discapacidad intelectual afecta a alrededor del 2% de la población mundial y se caracteriza por una deficiencia intelectual que se diagnostica antes de los 18 años.

“Su causa es variada. Puede ser genética, traumática, infecciosa, puede deberse a la desnutrición, a la exposición a las drogas durante el embarazo, entre otras”, dijo. “Los más leves, con apoyo y asistencia pueden acceder a actividades sin mayores exigencias. Los más graves necesitan de cuidados durante toda la vida”.

“Algunos de estos pacientes pueden ser fácilmente sugestionables o manejables por lo que pueden ser víctimas de abuso o por el contrario cometer acciones riesgosas sin mayor conciencia de riesgo”, afirmó Trelles.

En cuanto al efecto que las drogas pueden tener en alguien con retraso mental, el especialista indicó que “Seguramente influyen mucho más en las alteraciones comportamentales, deshinibiendo el pobre control de conciencia que algunos de ellos pueden tener. En particular esto se da cuando el consumo es de cocaína o pasta base de cocaína”.  

 

 

 

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