El mandato de Joe Biden se ve asediado por una sucesión de crisis

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Las crisis se multiplican para Biden, que intenta sostener sus grandes proyectos

Afganistán, submarinos, pandemia, refugiados haitianos: Joe Biden, que busca ser el arquitecto de Estados Unidos para el siglo XXI, apaga incendios mientras trata de salvar sus reformas de un naufragio parlamentario
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23 de septiembre de 2021 a las 17:21

El mandatario debe hacer frente a un escenario complejo con una cota de popularidad a la baja.

El presidente demócrata de 78 años se ubicaba en enero por encima de 50% de aprobación, un nivel al que su antecesor, Donald Trump, jamás llegó. Pero comenzó a caer a mediados de agosto, cuando el retiro de las tropas estadounidenses de Afganistán se convirtió en un sálvese quien pueda. Ahora, después de un período tormentoso, el sitio FiveThirtyEight le da 46,3% de opiniones favorables.

Biden se autopercibe como un gran reformador, arquitecto de la transformación económica y social de Estados Unidos y constructor de alianzas para hacer frente a China. Pero desde la caída de Kabul, su gran visión se ve erosionada por una sucesión de crisis.

Para ejemplo, el viernes 17 de setiembre. El presidente dejó temprano la Casa Blanca, donde no se encontraba cómodo, y se dirigió a su casa de playa, a 200 kilómetros de Washington. Pero apenas llegó, las malas noticias comenzaron a llover.

En una hora, el Pentágono reconoció haber matado por error a civiles en un ataque dirigido contra un yihadista en Kabul. Francia, furiosa desde que Estados Unidos y Australia concluyeron a sus espaldas un acuerdo sobre submarinos, llamó a consultas a su embajador en Estados Unidos. Y las autoridades sanitarias cuestionaron la campaña de refuerzo de vacunas contra el covid anunciada por la Casa Blanca.

Migrantes haitianos 

Biden se encontró entonces fragilizado en relación a tres promesas esenciales de campaña, que hubieran marcado la ruptura con la era Trump: serenar las relaciones internacionales, humanismo en cuestiones de seguridad y competencia en la respuesta a la pandemia.

Esta semana, el escenario se repitió.

El presidente estadounidense se congratuló de un "regreso a la normalidad" luego de una llamada con su par francés, Emmanuel Macron. Anunció donaciones históricas de vacunas contra el coronavirus a los países pobres, y se preparó para recibir a los primeros ministros de India, Australia y Japón para consolidar su política exterior.

Pero la crisis migratoria en la frontera sur hizo descarrilar su programa.

El miércoles, el emisario estadounidense en Haití, Daniel Foote, renunció ruidosamente para denunciar las expulsiones "inhumanas" de miles de inmigrantes por parte de Estados Unidos. Las imágenes de los haitianos en la frontera de Texas dieron la vuelta al mundo y desataron una ola de críticas contra la administración Biden: la izquierda le reprochó su brutalidad en el trato a los migrantes, y la derecha más conspicua denunció su supuesta laxitud.

Además el gran plan de reformas de Biden, compuesto de inversión en infraestructura y gastos sociales, también está amenazado.

Los acuerdos legislativos sobre este proyecto, que totaliza unos US$ 5 billones sobre varios años de inversión, son extremadamente complicados.

El ala más a la izquierda del Congreso quiere votar al mismo tiempo sobre puentes y salud, sobre redes eléctricas y cuidado de niños. Los demócratas de centro quieren disociar los dos aspectos, el social y el económico, votando primero el plan de infraestructura menos costoso, por US$ 1,2 billones y que reúne más consenso.

El miércoles, Biden recibió por separado a representantes de cada tendencia, para jugar su papel favorito: el del viejo senador pragmático y conciliador, que comienza cada una de sus intervenciones con un comprometido "Escuchen, muchachos" ("Listen, folks").

Peligros financieros 

¿Pero será suficiente, cuando la oposición republicana alista sus armas para las elecciones parlamentarias de 2022, en las que el presidente se jugará su exigua mayoría en el Congreso?

Los republicanos ya hicieron saber que los demócratas deberán arreglárselas solos ante dos amenazas financieras: la posibilidad de un default de Estados Unidos si no se aumenta o suspende el tope de endeudameinto, y una parálisis del gobierno federal si no recibe fondos presupuestales.

Estos asuntos implican maniobras con el presupuesto para las cuales, en años pasados, demócratas y republicanos encontraron, bien o mal, un terreno de entendimiento.

Pero hoy, el escenario político no es propicio para ese esfuerzo conjunto, en particular cuando la influencia de Trump en el lado conservador se extiende.

"He visto problemas, crisis y guerras, pero todo esto es el más grande embrollo desde que estoy aquí", dijo Peter DeFazio, veterano del Congreso y representante demócrata por el estado de Oregón, a la cadena NBC. 

AFP

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