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Las dos caras de Johnny Marr

El exguitarrista de The Smiths se presentó en La Trastienda
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17 de junio de 2015 a las 05:00

Johnny Marr labró con su guitarra los caminos más fermentales del rock inglés de la década de 1980 y de ese surco musical vaya si germinaron ramas. Pero solo con verlo un segundo sobre el escenario de La Trastienda se entiende también la dimensión física y estética de su legado. Flaquito y desgarbado, con un saco apretado y una camisa negra con pequeños lunares blancos, su pelo de corte taza, sus dedos llenos de anillos, con elegante y cariñoso desafío frente al público: de allí abrevaron los hermanos Gallagher, Damon Albarn y la mayor parte de lo que se denominó brit pop en la década de 1990 y que se puede rastrear en grupos actuales como Arctic Monkeys o Miles Kane.

Parece que el hombre, hoy de 51 años, es vegetariano militante, abandonó el abuso de la bebida, lleva una sana vida de carreras y ejercicios, alejado de las drogas duras. El roquero se limpió, pero (rompiendo el molde y el cliché) mantiene toda su energía y su calidad.

Su forma de caminar por el escenario, de manejar la guitarra, de guiñar un ojo para las cámaras, de manejar un humor discreto y una simpatía por el público fiel fue lo que, en una noche helada de un lunes perdido de junio, formaron un ghetto de pals (amigos), como lo llamó Marr. Y pareció que el oriundo de Manchester la pasó muy bien. Agradeció y retribuyó esa calidez humana con un show que sonó filoso como un diamante y donde su guitarra, a un volumen notoriamente más alto que el resto de la banda, llevó la batuta de la progresión de canciones.

En el setlist fue donde Marr mostró las dos caras de su carrera, rostros que, como un actor consagrado por determinado papel, no podrá descolgar de su currículum ni de la memoria de los fanáticos. En 2013, Marr editó su primer álbum solista, The messenger, y este año lanzó el segundo, Playland.

En el marco de una gira sudamericana donde además de Montevideo ya lo escucharon el domingo en Santiago de Chile y que lo tuvo ayer en Buenos Aires, Marr encaja sus canciones solistas como si fueran los huesos del show. Estructuras sólidas, guitarras puras, líneas de batería y secuenciador que le dan autoridad y densidad tanto a baladas pop como New town velocity, a la discotequera Easy money, a Dynamo y Playland de su último disco homónimo.

Pero un cuerpo solo con huesos es esqueleto. Para que esté vivo ese mismo cuerpo necesita carne y esos condimentos llegaron en raciones suculentas cuando en la guitarra de Marr se cruzaron las acordes que compuso para The Smiths. Produce una extraña emoción escuchar temas emblemáticos suyos como Panic, Bigmouth strikes again, There is a light that never goes out, o una demoledora versión de How soon is now?, todos tan asociados a la voz de Morrissey, en la voz del pequeño Marr, quien en el eco del micrófono hizo contacto con un pasado de 30 años atrás.

El público que acudió a La Trastienda tuvo un claro predominio de hombres mayores de 40 años. Había nostalgias y ganas de recordar. Las pulsiones de la gente pasaban mucho más por el pasado que por las ansias de Marr de seguir construyendo una figura de rock and pop actual. El presente del guitarrista podrá tener canciones auténticas y dignas del oído, pero por siempre Marr será aquel muchachito de Manchester que, con una guitarra enorme que parecía quedarle grande, dictó cátedra en el rock.

Cuando su mano izquierda dibujó esas particulares escalas y esas distorsiones que por momentos simulan que sus cuerdas están desafinadas, y cuando su voz menos melosa y gangosa que la de Morrissey pronunció las letras sabidas por todos, el reloj y el almanaque se detuvieron y pusieron reversa: de pronto el 2015 era 1985. Thatcher era primera ministra y no se daba cuenta de lo bien que le hacía al rock de su país. ¡Long live, Iron lady!

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