Crédito foto: AFP

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Las grullas de origami por la paz vuelven a volar en Hiroshima

Coincidentes con la reunión del grupo del G7 que se realiza desde este viernes en Japón, miles de grullas de papel son quemadas en el monasterio de Daisho-in para que sus cenizas logren los colores con que se pintan piezas de cerámica que recuerdan la tragedia desatada por la bomba atómica sobre Hiroshima.
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18 de mayo de 2023 a las 05:03

Este viernes 19 comienza una nueva cumbre de los países que integran el G7, es decir las siete grandes economías del mundo: los Estados Unidos, Canadá, el Reino Unido, Francia, Alemania, Italia y la Unión Europea. Japón es el anfitrión y, como tal, también es el encargado de garantizar la protección de los siete líderes invitados, a quienes se sumarán otros ocho de potencias regionales: Australia, Brasil, Comoras (presidente de la Unión Africana), Corea del Sur, India, Indonesia, Islas Cook (presidente del Foro de Islas del Pacífico) y Vietnam.

La reunión, que buscará influir para limar las asperezas entre Rusia y China, se va a llevar a cabo este fin de semana, del 19 al 21, en Hiroshima. La misma ciudad del oeste japonés destruida por la bomba atómica estadounidense del 6 de agosto de 1945.

Hoy, modernísima, la ciudad tiene cerca de 1.200.000 habitantes. Y, según informan los medios locales, hay cerca de 24.000 agentes de seguridad desplegados por sus calles, la mayoría llegados de otras partes del país. Muy preocupados todos en patrullar entre los grupos de turistas que visitan el Parque de la Paz y la costa del río que bordea el monumento de la Cúpula de la Bomba Atómica. Por ahora, hay algunas pequeñas manifestaciones contrarias a la cumbre que despliegan sus banderas y sus cantos aquí y allá, seguidos bien de cerca por los uniformados mientras decenas de helicópteros sobrevuelan la localidad y en los trenes se advierte a los pasajeros sobre el refuerzo de los controles.

Pero el operativo de seguridad montado no puede hacer nada contra los monjes del templo de Daisho-in, en la isla de Miyajima, frente a Hiroshima, donde desde 2015 se celebra el mismo ritual: quemar millones de grullas realizadas en origami, símbolo internacional de la paz, que la gente les envía desde todas partes del mundo. Las cenizas de las grullas quemadas se utilizan para esmaltar objetos de cerámica, similares a la pieza que el primer ministro japonés Fumio Kishida le llevó al presidente ucraniano Volodímir Zelensky en un viaje a Kiev.

Las grullas de papel están inspiradas en la historia de Sadako Sasaki, una chica que tenía dos años aquel agosto de 1945 cuando los Estados Unidos lanzó la bomba. Sadako, por efecto de las radiaciones, sufrió una leucemia y mientras estaba hospitalizada comenzó a hacer papiroflexia. La motivaba una leyenda que le habían contado sus padres: si alguien fabrica mil grullas de papel, sus deseos se vuelven realidad. Sadako no logró su deseo. Murió con 12 años, pero se convirtió en un indestructible símbolo contra la tragedia desatada por los Estados Unidos.

Con las cenizas de las grullas de papel quemadas se obtienen esmaltes para pintar piezas conmemorativas de la tragedia de la bomba atómica

Durante décadas y décadas, las grullas de papel enviadas a Hiroshima ornamentaban por unos días los memoriales para luego ser levantadas por el servicio de recolección de residuos. En 2012, la ciudad buscó una mejor forma de responder a estas ofrendas y Kinya Saito, de la ONG japonesa por la paz Nagomi Project, propuso quemarlas. "Así –dijo a la agencia de noticias AFP– las emociones de cada uno de nosotros serían liberadas con el humo y enviadas a las víctimas de la bomba atómica". Tres años después, nació el ritual.

Ahora, uno de los monjes budistas del monasterio de Daisho-in sopla una caracola y entona un cántico antes de comenzar la ceremonia de la quema de miles de grullas de papel donadas a la ciudad japonesa de Hiroshima.

La quema está a cargo del monje Yoyu Mimatsu, de 57 años, que explica a AFP que “la ceremonia busca que las plegarias por la paz contenidas en cada una de estas figuras alcancen el cielo”.

Cerca de allí hay un pequeño taller de cerámica, Taigendo, que utiliza, hace más de un siglo, arena sagrada de un santuario sintoísta para construir sus piezas. También mezcla cenizas de una llama eterna que arde en una montaña de Miyajima. Desde 2015, agrega las de las grullas de papel. Así lo confirma el artesano que lleva adelante el taller, Kosai Yamane, hijo de una superviviente del bombardeo.

"Mi madre tenía cicatrices de quemaduras en los codos; cuando era niña nunca utilizó ropa que no fuera de manga larga", cuenta Yamane a AFP. Y agrega: "Ella nunca habló del tema. Yo sentía que hacía todo lo posible para evitar llamar la atención, para evitar hablar de aquella tragedia".

En su taller, Yamane usa las cenizas para esmaltar quemadores de incienso y candelabros con la forma de la cúpula del Monumento a la Paz de los Niños de Hiroshima.

Y mientras los helicópteros siguen surcando el cielo de Hiroshima, nada pueden contra la decisión de cientos de miles de personas que enviaron las grullas de papel ni la de los monjes que las queman ni las de Yamane que hace con esas cenizas colores maravillosos.

Los líderes del G7 fueron invitados por el primer ministro japonés Kishida a visitar los memoriales como parte de sus esfuerzos a favor de un desarme nuclear.

Parece inevitable que el llamado de Kishida tenga pocas posibilidades de generar un avance concreto al respecto, pero esto no impide que Saito, pertinaz activista por la paz, mantenga sus esperanzas: "Los dirigentes del G7 deben entender lo que pasó en Hiroshima y escuchar lo que la gente tiene que contar".

Mientras tanto, los colores de Taigendo surgen imposibles de frenar y el humo de miles y miles de grullas de papel emanadas desde el monasterio de Daisho-in suben entre los helicópteros de custodia para llenar el cielo con el mismo mensaje: “Basta”.

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