Estilo de vida > DELICATESSEN / JAIME CLARA

Leer en el baño

¿Lee en el inodoro? ¿Ha leído en una bañera? ¿Confiesa públicamente que tiene libros y revistas en el baño?
Tiempo de lectura: -'
17 de julio de 2018 a las 05:00
Esta nota no pretende ser un espacio de confesiones ni mucho menos. Pero hay que reconocer que entre las costumbres humanas, la lectura en el baño es una de las más discutidas y, por qué no, de las más difundidas y menos confesadas. Hay quienes creen que se trata sólo de un momento utilitario, sentarse en el inodoro y nada más. Se hace lo que se tiene que hacer y a otra cosa. Sin embargo, los hay quienes hacen de "ir de cuerpo" como decía mi abuelo, toda una ceremonia y llevan lectura, desde la más liviana y frívola ya que es el único lugar donde se permiten determinadas publicaciones y revistas de la farándula, hasta las más profundas, porque se trata de un momento único, con uno mismo. El toilette entendido como un lugar donde el tiempo no corre, ya sea sobre el inodoro o bajo la ducha o frente al espejo tratando de reparar alguna imperfección o maquillándose. Conozco los que tienen en el baño un desordenado revistero y los que han construido ordenadísimos estantes con libros de géneros para todos los gustos. Para muchos puede ser un tema banal, pero este asunto ha sido una preocupación de varios periodistas, escritores e intelectuales.

El escritor norteamericano Henry Miller (1891-1980) confesó más de una vez que sólo "devoró", sentado en water, "los clásicos prohibidos", ya que sentía que ese "era un lugar reservado". A tal punto cultivó la costumbre, que el autor de Trópico de cáncer, Sexus y Trópico de capricornio, escribió un ensayo que tituló Leer en el retrete, (Editorial Navona, 2014). Si bien reconoce que ningún lugar es malo para leer, "incluso en el retrete donde no parecería demasiado necesario hacer ni pensar nada, donde al menos una vez al día uno puede estar a solas consigo mismo y donde lo que ha de ocurrir responde a un mero automatismo, incluso ese momento de bendición, porque se trata de una bendición por menor que parezca, debe romperse por medio de la concentración en el texto impreso".

En su libro, Miller agrega que "hay un asunto relacionado con la lectura de libros sobre el que, en mi opinión, merece la pena reflexionar, puesto que afecta a un hábito de práctica común y acerca del cual, hasta donde yo sé, se ha escrito poco. Me refiero a leer en el retrete. En mi juventud, en busca de un lugar reservado donde devorar los clásicos prohibidos, a veces recurría al retrete. Desde ese período juvenil, nunca he vuelto a leer allí. Si necesito paz y tranquilidad, agarro mi libro y me lo llevo al bosque. No conozco mejor lugar para leer un buen libro que el corazón de un bosque. A poder ser, junto a un arroyo. Oigo de inmediato las objeciones: "¡Es que no todos tenemos esa suerte! Hemos de ir a trabajar, viajamos de un lado a otro en tranvías, autobuses, metros atiborrados; no tenemos ni un minuto para nosotros!"

Agrega que "según he podido atisbar en las charlas con los amigos íntimos, la mayor parte del tiempo que dedican a leer en el retrete se ocupa en lecturas intrascendentes. Almanaques, revistas ilustradas, series, historias de detectives, thrillers, meros flecos de la literatura, eso es lo que la gente se lleva al cuarto de baño para leer. Según me cuentan, algunos incluso tienen allí una estantería. El material de lectura les espera allí, por así decirlo, como en la sala de espera del dentista. Me parece asombrosa la avidez con que la gente repasa el "material de lectura", que así lo llaman, amontonado en altas pilas en las salas de espera de los distintos profesionales. ¿Será para mantener alejado de su mente el suplicio que se les avecina? ¿Para compensar el tiempo perdido? ¿Para ponerse al día, como suelen decir, con los asuntos públicos? O sea, con la guerra, los accidentes, la guerra de nuevo, los desastres, más guerra, asesinatos, guerra otra vez, suicidios, de nuevo guerra, atracos a bancos, guerra y más guerra, fría o caliente. Sin ninguna duda, se trata de los mismos individuos que dejan la radio encendida la mayor parte del día y de la noche, los que van con la mayor frecuencia posible al cine -donde se renuevan las noticias, los asuntos públicos-, los que compran televisores a sus hijos. ¡Todo por el bien de la información! Y sin embargo, ¿aprenden algo que de verdad merezca la pena saberse sobre esos asuntos de tan terrible importancia, esas noticias que sacuden al mundo? (...) Incluso en el retrete, donde no parecería demasiado necesario hacer ni pensar nada, donde al menos una vez al día uno puede estar a solas consigo mismo y donde lo que ha de ocurrir responde a un mero automatismo, incluso ese momento de bendición, porque se trata de una bendición por menor que parezca, debe romperse por medio de la concentración en el texto impreso. Cada uno, supongo, tendrá su material de lectura favorito para la intimidad del retrete. Hay quien se adentra en novelas largas, otros leerán tan sólo la basura más blandengue y ligera. Y otros, sin duda, se limitarán a pasar las páginas y soñar. Me pregunto qué soñará esa gente. ¿Qué matices tiñen sus sueños? Algunas madres afirmarán que sólo pueden leer en el retrete. ¡Pobres madres! Qué dura es la vida para vosotras en estos tiempos. Y sin embargo, comparadas con la que vivían las madres de hace cincuenta años, vuestras oportunidades para alcanzar un desarrollo propio se han multiplicado por mil."

De los libros que Miller leyó en el baño, según confesó, están La divina comedia de Dante Alighieri, La Biblia, Vida santa y Muerte santa, de Jeremy Taylor Lo que el viento se llevó, Margaret Mitchell, Catalina de Médicis de Balzac, La Naturaleza y el Hombre, de Paul Weiss, Fenomenología del espíritu, Hegel, Filosofía del como si, de Hans Vaihinger, Aeropagítica, de John Milton, Las noventa y cinco tesis, Martin Lutero, la Autobiografía, de John Stuart Mill, Las crónicas de Froissart, de Jean Froissart, La riqueza de las naciones, de Adam Smith, Guillermo Tell, de Schiller y Rabbi Ben Ezra, de Robert Browning.

El divulgador científico de Le Monde, Pierre Barthélémy, trata el tema en su libro Crónicas de ciencia improbable, (Blackie Books, 2014). "¿Es bueno para la salud leer en el retrete? La revista The Lancet se lo preguntó en 1984 y una cabecera especializada israelí en 2009. Del estudio de esta se derivaba que el 50% de la población de Israel leía asiduamente en el trono y que disminuía el estreñimiento, pero podía aumentar los casos de hemorroides."

En una nota publicada en la revista argentina Satiricón y luego publicado en el libro Lo corrieron de atrás: antología humorística de la cultura anal, (1974) Alejandro Dolina y Carlos Trillo, escribieron que "el movimiento de los intestinos fue, para los antiguos, objeto de especial consideración". Nadie se avergonzaba de hablar de un asunto tan público y notorio" debido a que "la vida montaraz y la ausencia de retretes en kilómetros y kilómetros le restaban privacidad al acto que estamos considerando". "Pero después las cosas cambiaron, sobrevinieron el confort, las obras sanitarias, el pudor, la higiene y otros tantos flagelos. Entonces el hombre cerró la puerta y se ruborizó cada vez que le tocaban el tema".

No sólo del retrete hablamos, cuando hablamos del baño. Por ejemplo, recordemos que el escritor Dalton Trumbo escribía sus guiones de cine hundido en el agua de su bañera.

El columnista del New York Times, Henry Alford, no sólo admite leer en el baño, sino que en 2006, redecoró los baños de su casa e instaló casi cincuenta libros sobre el tanque del inodoro. Según cuentan algunas crónicas, "seguía un criterio estético pues buscaba que las portadas combinaran con el color del techo y, en conjunto, generasen una buena impresión en los invitados de casa. Todo entra por los ojos. Cuando hubo terminado y contemplaba su obra, Alford se preguntó qué demonios había hecho. ¿Había un síntoma oculto detrás de esa simple banalidad de hombre culto? El periodista convirtió esta inquietud en un asunto profesional y envió correos electrónicos a amigos suyos pidiéndoles que lo dejaran husmear en sus cuartos de baño en busca de la repuesta. ¿Por qué algunas personas llevan libros al baño y otras no? ¿Qué ideas nos guían cuando ponemos libros en el baño? ¿Son los libros que dejamos allí una reflexión sobre nuestro más profundo ser? La aparente futilidad de esta interrogante encierra un saber fundamental. Todo baño ofrece un paréntesis de soledad en un mundo superpoblado y cargado de obligaciones. Entrar en esa habitación es salir por un momento de la vida. El individuo deja fuera a los demás y se queda consigo mismo y sin espías para lo que quiera hacer, ya sea planificar un crimen, soñar un rato con esa chica o hundirse en las páginas y harenes de Las mil y una noches. Pocos encierros ofrecen tal libertad", escribió el periodista Marco Avilés en un artículo que tituló Leer en el baño es cultura.

vilés agrega que "en el baño, el niño que sabe mirar más allá de las paredes pronto aprende las reglas del juego. La puerta cerrada de le toilet es un campo de fuerza. Un tabú que ahuyenta. Si estás afuera, golpear o tratar de correr el pestillo es un acto de muy mal gusto. Genera rechazo en la víctima de la intrusión, y cargo de conciencia en el victimario. Los padres se impacientan con los hijos que entran al baño y se demoran en salir: están en una región donde ya no pueden controlarlos. A veces gritan y el niño, desde el interior, disfruta del espectáculo de un adulto que pierde la compostura. Cuando papá o mamá irrumpen usando la llave y su autoridad, sólo descubren a un inocente con los pantalones abajo. Si el pequeño aún no sabe leer, estará absorto con sus juguetes. Si sabe leer, estará encerrado en un libro. Libros y juguetes son ventanas al país de la fantasía. Los padres, por el contrario, son agentes del mundo real. Apúrate, dicen, tienes tareas,una cita con el médico, la cena que se enfría."

El novelista francés Georges Perec creía que el baño es una región interior, que involucra tanto lo corporal como lo mental. «Entre el vientre que se alivia y el texto se instaura una relación profunda, algo así como una intensa disponibilidad, una receptividad amplificada, una felicidad de lectura: un encuentro entre lo visceral y lo sensitivo».

Y remata "mucha gente siente esa intensa disponibilidad, esa felicidad de la lectura en el baño. Las entrevistas a escritores que publica el blog de la editorial Eterna Cadencia, de Buenos Aires, suelen incluir la pregunta: ¿qué libro es ideal para leer en el baño? Da lugar a respuestas muy interesantes. Como la de Martín Kohan, por ejemplo: "En épocas de mi vida de cohabitación intensa, fingía descomposturas para encerrarme en el baño a leer. Pero no alguna clase de libro ideal, sino el libro que estuviera leyendo cada vez. Como el baño me resulta ideal para leer (baja dosis de interrupción, refuerzo acústico, intimidad) ahí puedo leer cualquier cosa".

Comentarios

Registrate gratis y seguí navegando.

¿Ya estás registrado? iniciá sesión aquí.

Pasá de informarte a formar tu opinión.

Suscribite desde US$ 345 / mes

Elegí tu plan

Estás por alcanzar el límite de notas.

Suscribite ahora a

Te quedan 3 notas gratuitas.

Accedé ilimitado desde US$ 345 / mes

Esta es tu última nota gratuita.

Se parte de desde US$ 345 / mes

Alcanzaste el límite de notas gratuitas.

Elegí tu plan y accedé sin límites.

Ver planes

Contenido exclusivo de

Sé parte, pasá de informarte a formar tu opinión.

Si ya sos suscriptor Member, iniciá sesión acá

Cargando...