Cuando Javier Milei derrotó por un contundente y hasta sorprendente margen al ministro de Economía, Sergio Massa, el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, cuyas violaciones a los derechos humanos y a elecciones libres han sido constatadas por la propia ONU, se atrevió a asegurar con prontitud: “Ganó la extrema derecha neonazi en la Argentina. A los argentinos y a las argentinas les decimos: ustedes eligieron, pero nosotros no vamos a callar, porque es una tremenda amenaza la llegada de un extremista de derecha con un proyecto colonial, absolutamente colonial, arrodillado al imperialismo norteamericano”.
El presidente de Colombia, Gustavo Petro, que suele hacer frecuentes incursiones twiteras sobre asuntos internos de otros países, estuvo un poco más moderado, aunque igualmente tajante: “El neoliberalismo ya no tiene propuesta para la sociedad, no puede responder a los problemas actuales de la humanidad”, empero “las relaciones de Colombia y Argentina, los vínculos entre sus pueblos se mantendrán en el respeto mutuo. Felicito a Milei”.
La prensa internacional y algunas agencias, sobre todo las europeas que siguen viendo el mundo con la mirada eurocéntrica del siglo XVIII, transmiten una idea distorsionada de Milei. Hay un intento en etiquetarlo como un ultraderechista, o un candidato de extrema derecha neonazi. Una forma de descalificarlo de inicio, sin importar lo que diga o haga. En ello tiene razón la diputada del Partido Popular de España Cayetana Álvarez de Toledo. Cayetana, un espíritu libre por sobre todo, que dijo recientemente en una visita a Chile que las etiquetas políticas -derecha, centro o izquierda- las pone a su arbitrio el diario El País de Madrid, gran pope periodístico de lengua hispana. Es algo que reconoció hace poco la directora del diario español, Pepa Bueno. En efecto, en su diálogo semanal con los lectores, Bueno reconoció el domingo 26 de noviembre que los asuntos más leídos en El País habían sido las elecciones argentinas del domingo, “que ganó el ultra Javier Milei, y el anuncio de nuevo Gobierno de Pedro Sánchez en España”. También interesó mucho “el resultado electoral en Países Bajos del jueves, donde la ultraderecha venció con contundencia”.
Y continúa la directora de El País: “La ola ultra que recorre el mundo tiene distintos matices y causas locales en cada país. Por eso, nos enfrentamos con frecuencia al debate y a que a los periodistas se nos acuse de caer en la simplificación cuando agrupamos a estas formaciones bajo el paraguas de ultraderechistas. Se los define y se autodefinen con diferentes matices: anarcocapitalistas, ultraliberales, patriotas, ultranacionalistas, supremacistas, y un largo etcétera. Todos tienen en común un repliegue sobre las fronteras nacionales y la elección de un chivo expiatorio de los males de la patria; sean los inmigrantes, el adversario político, una religión, las políticas públicas o el globalismo. Y en torno a ese chivo expiatorio construyen discursos cosificadores de las personas, excluyentes y apocalípticos”.
Más hete aquí que Javier Milei no entra en estas características, o entra con suma dificultad, como bien lo señaló el diario norteamericano The Wall Street Journal, al distinguirlo de las políticas aislacionistas y proteccionista de Trump, y del propio Biden. Trump quiere un muro con México, elevar aranceles, elevar el gasto público. Milei, por lo que se sabe, está a favor de abrir la economía, liberar el decadente Mercosur de sus actuales ataduras, dejar de proteger a la industria nacional y recortar el gasto público en 15 puntos del PBI para llevarlo a los tiempos del pre-kirchnerismo.
Nada de eso se tiene en cuenta a la hora de colocar etiquetas. ¿Será que los medios europeos se quedaron con un par de estereotipos de Milei que ven en YouTube sin profundizar en su análisis? ¿O será que solo miran el mundo a través de los prismáticos de la Unión Europea y no ven nada que allí no entre?
Es lo que parece si leemos el análisis de Andrea Rizzi, publicado en el propio País de Madrid un día después de la victoria de Milei, titulado “Milei y la ira que impulsa al nacional populismo global”. Allí mete en la misma bolsa al Brexit, Trump, Bolsonaro, Melloni y ahora a Milei. ¿No se da cuenta el articulista de las muy diversas causas de cada resultado electoral?
Sin necesidad de salir al orbe, uno mira la región y percibe que lo que hubiera requerido mucha explicación sociológica y de etiquetas periodísticas hubiera sido el triunfo del ministro de Economía de un gobierno que tiene al país al borde de la hiperinflación y con casi la mitad de la población bajo la línea de pobreza. Y que ha tenido estas crisis en forma recurrente. No una vez en un siglo y como consecuencia de una guerra. Argentina vivió dos hiperinflaciones en 50 años y ninguna de ellas por guerra. Sería bueno para algunos jueces externos recordar una experiencia del fin de la época de Alfonsín. Me la contó un amigo. Decía que era terrorífico entrar a un supermercado y escuchar de vez en cuando por los altavoces: “a partir de este momento, todos los precios se incrementan un 20% sobre el precio de lo etiquetado”.
Hace bien la directora de El País en continuar su carta señalando: “el periódico no es la academia de ciencia política, aunque la use como fuente de conocimiento. Tratamos de clarificarnos y de ser útiles, situando en el espectro ideológico a las nuevas o antiguas formaciones políticas, vengan con el ropaje contemporáneo que vengan. Este debate es a veces pertinente, porque efectivamente se cometen errores de simplificación, pero, en la mayoría de las ocasiones, constituye un trampantojo para presentar como novedad la vieja mercancía suficientemente testada en la historia”. Un claro reconocimiento que no se preocupa demasiado por el rigor de las definiciones -lo deja para la academia- y reconoce errores de simplificaciones.
La verdad es que vivimos en mundos distintos. Porque si en Europa preocupa la unidad europea, la inmigración, los problemas del globalismo, el avance del Islam, etc., en estos lares nos preocupan los Maduros, los Ortegas, la manifiesta incompetencia para gobernar, la decadencia de las libertades individuales, la pobreza endémica y la rampante corrupción.
A muchos latinoamericanos nos preocupa más la real y actual dictadura de Maduro que un posible nacionalpopulismo de Milei. Que si algo ha dejado claro es su definición de liberal y del liberalismo como “El liberalismo es el respeto irrestricto del proyecto de vida del prójimo, basado en el PRINCIPIO DE NO AGRESIÓN y en defensa del derecho a la vida, a la libertad y a la propiedad”. No son muchos los que lo dicen. Ni en nuestro continente ni en otros.