Eduardo Espina

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Lo irreal de la boda real

Todos los ojos en la ficción del Castillo de Windsor
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18 de mayo de 2018 a las 05:00

Salvo dos justas deportivas que se disputan cada cuatro años –el mundial de fútbol y los juegos olímpicos–, pocos son los acontecimientos capaces de despertar interés generalizado en todas partes del planeta y convocar al periodismo en su totalidad.

Muy de vez en cuando, en ocasiones en que la casualidad o la imprevista conducta humana tienen participación, surgen hechos que congregan la atención colectiva y hacen historia con la complicidad de la televisión, la cual trasmite en vivo y en directo de manera simultánea los hechos mientras ocurren. Dos con efecto histórico acumulado vienen enseguida a la mente: la llegada del hombre a la Luna (1969) y el ataque terrorista del 11 de setiembre (2001). A ese tipo de hecho fuera de la rutina hay que agregar otro que, de manera insólita, hace parar a las rotativas. Es de tanta importancia, por los ratings que genera y por aumentar las ventas de diarios y revistas, que los medios informativos invierten fortunas para cubrir el acontecimiento enviando decenas de periodistas, camarógrafos y productores, tal como se verá mañana.

Ese otro gran benefactor de los medios informativos, es el amor ante el altar cuando atañe a algún miembro de la nobleza británica. Si alguno de ellos se casa, el mundo se detiene para seguir los acontecimientos con desaforada curiosidad. ¿Por qué? Quizá alguno de ustedes tenga la respuesta, yo no. Desde hace varios días, las principales y más prestigiosas televisoras mundiales anuncian con bombos y platillos la trasmisión de la boda del año. Porque mañana sábado se casan Meghan y Harry, y para celebrarlo tiran la casa por la ventana, mejor dicho, el palacio.

La boda costará US$ 41 millones. Leyó bien. ¿Qué no habrá para comer en la fiesta? Meghan, muchacha de apariencia desabrida, actriz de televisión clase B, divorciada, y con sonrisa de ladrón atrapado in fraganti, ha despertado la imaginación de la masa, la cual quiere saber sobre ella todo lo que sea posible, incluso si ha sido fabricado para la ocasión pues, como en todas las bodas de la realeza británica, la ficción toma control de la realidad y hace que al menos por un día el mundo se sienta invitado a la fiesta. Aunque tenga que verla de fuera, de muy lejos.

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