Opinión > ANÁLISIS / OSCAR A. BOTTINELLI

Lo que dejan la celeste y Tabárez

Un compromiso con los valores varelianos
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08 de julio de 2018 a las 05:00
En toda actividad humana, en forma explícita o implícita, de manera verbal o gestual, se exteriorizan valores. Ello es mucho más notorio en el fútbol y más relumbrante en un Campeonato del Mundo. Se exhiben valores en la cancha y fuera de ella. Oscar Washington Tabárez expresa la impronta de maestro de escuela, de los maestros de la vieja escuela pública, del modelo trazado por José Pedro Varela. Eso se ve desde la forma de presentación del propio técnico, la forma de presentación de los jugadores y la forma de actuar en la cancha. Es muy importante resaltar que el director técnico lo que trasmite no es solo técnica futbolística sino que además, quizás lo más importante, es que trasmite valores. Exhibe lecciones de compañerismo y sentido de equipo, de prevalencia de lo colectivo sobre lo individual, de asunción de los propios errores sin caer en la autocrítica masoquista, de justipreciar al otro, de no solo no exaltar el divismo, sino de pregonar el igualitarismo en el equipo. También el valor de la disciplina, del esfuerzo, del compromiso con el trabajo.

Quizás el momento más significativo no lo es cuando la victoria sino en la derrota. Tras la eliminación en Sudáfrica en semifinales ante Países Bajos (dicho vulgarmente, Holanda), el Maestro no se escudó en que el segundo y decisivo gol adversario hubiese sido en off-side, sino que dijo sencillamente: "Los holandeses fueron mejores". Ahora, caídos ante Francia en cuartos de final reconoció lisa y llanamente que se cometieron errores, que son inevitables en el fútbol, y que los franceses fueron mejores. Así de sencillo.

Pero muy especialmente exaltar e imponer el valor del juego limpio; no en vano fue la selección –de entre 32– que terminó la primera fase mundialista con menos tarjetas amarillas, tan solo una, y culmina el Mundial sin ninguna expulsión, ninguna roja. El concepto de buscar la victoria pero nunca a costa de violar las reglas; no comprometer la propia conducta a cambio de un resultado obtenido de mala fe. Los uruguayos adultos de túnica y moña en la tribuna, expresan el tributo de un segmento del pueblo uruguayo a esos valores y a la expresión de esos valores. Porque el director técnico lo que trasmitió no solo fue técnica futbolística sino valores. No en vano el 92% de los uruguayos aprueba su gestión.

Es probable que esos valores fuesen un reflejo más extendido de la sociedad hace algún tiempo que ahora, y que hoy muchos de esos valores aparezcan cuestionados desde algún ángulo o de otro. Entre esos valores que pueden estar en duda en alguna parte de la sociedad: lo colectivo sobre lo individual, la disciplina, el igualitarismo efectivo en que uno mismo no se pone por encima del otro, el compromiso con el trabajo, el poner todo de sí para la obtención de un resultado, el respeto sagrado de las reglas.

Tabárez sustituye al modelo impuesto por otros directos técnicos por los años ochenta y nuevamente desde mediados de los noventa. En esos tiempos el Uruguay futbolístico gozó de mala fama en términos de conducta deportiva. No lo fue por casualidad. Hubo durante mucho tiempo la exaltación del juego brusco, el "meter la pierna", el considerar que el fútbol debe ser cosa de machos y de vivos, y el hombre para ser hombre debe demostrar ser un macho y como tal violento. El despreciar el respeto al rival, el despreciar el respeto a las reglas. Como símbolo: la tarjeta roja a José Alberto "Charly" Batista el 13 de junio de 1986, a los 56 segundos de juego, antes de cumplirse un minuto, contra Escocia. Se vio también mucho en baby fútbol, por parte de entrenadores y de padres, la concepción del juego exclusivamente como búsqueda de resultados deportivos sin importar métodos ni costos; el enseñar a los chicos a aplicar la viveza, jugar sucio, hacer trampa sin que fuese visto por el árbitro. Esa fue también una expresión de valores de una parte de la sociedad uruguaya. Esta celeste fue la antítesis de esa concepción.

Un fenómeno que cabe resaltar es la forma en que toda una sociedad se vio reflejada en la selección, expresó todo su cariño por la comarca y su pueblo, pero hecho de tal manera que estuvo lejos de cualquier chauvinismo. La gente sintió algo que es parte de la lucha permanente de Uruguay ante el mundo, en lo futbolístico y lo deportivo en general, pero también en lo político, lo económico, lo comercial, lo financiero, lo académico: la pequeñez y la lejanía. Porque Uruguay es una comarca pequeña y lejana, rodeada casi totalmente por dos grandes colosos y con una reducida ventana que mira al Polo Sur a través de la inmensidad del Atlántico Austral. Como dijo hace mucho Jaime Roos, el país está en un suburbio del mundo lejos de cualquier avenida. La población de la República Oriental es la mitad del uno por mil de la humanidad, el 0,05%, cifra que en cualquier estadística se desecha por insignificante. Con la excepción de Islandia (diez veces más pequeño que Uruguay en términos demográficos), presente en un Mundial en un verdadera hazaña, es el país con menor población en el Campeonato y ni hablar en los cuartos de final. Como ha dicho muchas veces el Maestro Tabárez, Alemania tiene tres veces más futbolistas que lo que Uruguay tiene de población. Esa visión del pequeño país buscando su lugar en el mundo es algo que se reflejó en la lucha de la celeste y en el apoyo de la gente. Y además lejano.

En definitiva, los valores que la celeste expresa y que deberá discutirse cuánto se mantienen y cuánto están cuestionados en el Uruguay: lo colectivo por sobre lo individual, el igualitarismo (el naides es más que naides), justipreciar las propias fuerzas y las fuerzas de los adversarios, asumir los propios errores y no poner la culpa afuera, ser autocríticos sin utilizar la autocrítica como masoquismo destructivo, no comprometer la propia conducta a cambio de un resultado obtenido de mala fe, humildad, compromiso con el trabajo, disciplina.

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