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Lo que ocurrió con Evo Morales en Bolivia, ¿fue golpe o no?

Ni un tanque salió a las calles, ni un soldado empuñó un arma para derrocar al gobierno, ni una bala se disparó
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17 de noviembre de 2019 a las 05:00

La gran discusión que ha durado toda la semana es si la renuncia de Evo Morales en Bolivia fue un golpe o no fue un golpe. En esa dicotomía binaria, a menudo maniquea, que caracteriza hoy a la región, existen los que están seguros de que allí ha habido un golpe de Estado y los que están seguros de que no.

Para saberlo hay que contar la historia completa.

Evo se venía perpetuando en el poder desde 2009 de forma escandalosa: primero, cambiando la Constitución; luego, violando su propia Constitución; más tarde, desconociendo los resultados de un referéndum contra su tercera reelección; para lo cual utilizó al Tribunal Constitucional bajo su control, que le dio la razón en el ridículo argumento de que tiene “el derecho humano” a reelegirse indefinidamente.

Esto fue tomado por los bolivianos como un grotesco insulto a su inteligencia; y venía envenenando los ánimos desde febrero de 2016. A lo que Morales hacía caso omiso con gestos crecientemente autoritarios.

No contento con todo eso, el 20 de octubre, la noche de la elección, al ver que no podía evitar una segunda vuelta frente al opositor Carlos Mesa, Evo ordenó al Tribunal Electoral –que venía realizando el escrutinio de manera impecable-- perpetrar un fraude alevoso, con una caída del sistema de cómputos durante 24 horas, tiempo en el que, con total desfachatez, él mismo se declaró ganador en primera vuelta. 

Cuando el sistema por fin se restableció, Morales había ganado en primera vuelta, lo cual era matemáticamente imposible; para ello debió haber obtenido el 100% de los votos que quedaban por contar al momento de la caída del sistema. 

Estos abusos, sobre todo en combinación con la actitud autoritaria de Evo Morales, fue lo que desencadenó los 20 días de movilizaciones que terminaron el pasado domingo con su renuncia. Los medios llegamos el día 20 y dijimos: “¡golpe!”, pero parece un tanto más complejo.

Para empezar, ¿fue un golpe militar? Evo no lo ha caracterizado de esa manera, en ningún momento, ni una sola vez desde su renuncia. De entrada lo describió como “un golpe cívico, político y policial”. La precisión es pertinente. Ante la movilización de millones de bolivianos en las calles, la policía se acuarteló, la política presionó, los ministros de Evo renunciaron en desbandada; y en ese contexto, una parte del ejército se negó a reprimir a las masas, que fue la que finalmente prevaleció. 

De ese modo, dejaron a Morales sin mando alguno sobre las fuerzas de orden público y este renunció, cosa que además el general más leal a Evo le había sugerido. Pero ni un tanque salió a las calles, ni un soldado empuñó un arma para derrocar al gobierno, ni una bala se disparó. 

Más allá del carácter de la protesta, incluso de su líder más visible, el conservador ultramontano Luis Fernando Camacho, quien tras la renuncia de Evo dijo que Cristo había vuelto al Palacio de Gobierno --como si se tratara de un exorcismo--, parece evidente que Evo Morales cayó por la ira del pueblo boliviano, desatada por sus propios abusos. 

No deja de ser una pena porque, más allá de todo, su gobierno había tenido unos logros notables en materia económica y reducción de la pobreza. Pero fue demasiado lejos. Ya se había llevado puesta a la república, y ahora se quería llevar puesto al pueblo. Como era previsible, perdió. Si el colofón de esa caída fue un golpe o no fue un golpe, no parece ahora lo más relevante.

Lo más relevante es que se retome por fin el cauce constitucional y haya cuanto antes un llamado a elecciones.

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