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Los "milagros" y las "miserias" que ponen a Evo Morales a las puertas de un cuarto mandato presidencial

Apuntalado en el crecimiento económico y la reducción de la pobreza, más unas cuantas irregularidades, el presidente boliviano puede seguirlo siendo el domingo
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19 de octubre de 2019 a las 05:02

Evo Morales va el domingo 20 por su cuarto mandato presidencial en Bolivia; y si logra triunfar en esta primera vuelta de las elecciones, el lunes mismo ya quedaría todo encaminado para que, a fines del mandato en 2025, cumpla casi dos décadas en el poder, un récord absoluto entre los gobernantes de su país, que por cierto ya le pertenece y con creces con sus actuales 14 años de gobierno ininterrumpidos.

¿Cómo ha sido esto posible si la Constitución boliviana establece una limitante de dos mandatos para los cargos de elección popular? Con un férreo control de las instituciones del Estado, el desconocimiento de una consulta popular y una interpretación bastante caprichosa de la letra constitucional.

Elegido por primera vez en las elecciones de 2005, Evo cumplió su primer mandato presidencial a fines de 2009. Pero como había promovido una amplia reforma constitucional que había sido aprobada en enero de ese mismo año, al ganar las elecciones en diciembre, el Tribunal Constitucional –controlado por el Ejecutivo– no le computó ese primer período. Borrón y cuenta nueva, y Evo empezaba otra vez de cero como si nada hubiera pasado.

Por eso pudo postular sin problemas a las elecciones de 2014, en las que barrió con cerca del 64% de los votos para hacerse con un tercer mandato. 

Hasta ahí, empero, debía llegar su amor. Una vez finalizado este tercer período en enero de 2020, Evo debía entregar la banda presidencial a su sucesor e irse republicanamente para su casa.

Pero no. Su partido, el Movimiento al Socialismo (MAS), promovió otra modificación para permitirle una segunda reelección, que en rigor, sería la tercera, y acaso, la reelección indefinida de Evo. Una vez aprobada en la Asamblea Legislativa, la medida debía ser sometida a referéndum. Así se hizo; y en febrero de 2016, los bolivianos le dijeron no a Evo.

“Bolivia dice no” era el lema de papeleta en aquella consulta, una consigna que le han espetado varias veces al presidente y sus jerarcas de gobierno en actos públicos a lo largo de estos tres años: “¡Bolivia dijo no!”.

Sin embargo, no contento con la decisión del soberano, Evo acudió una vez más al Tribunal Constitucional. Estirando la argumentación al punto del ridículo, el presidente alegó que tenía el “derecho humano” a la reelección, planteando así un severo desafío intelectual al abundante corpus jurídico que se ha escrito sobre los derechos fundamentales desde la Revolución francesa.

Pero lo peor no fue eso. Lo peor fue que el tribunal otra vez le dio la razón. En diciembre del año pasado, Evo Morales y su vicepresidente, Álvaro García Linera, inscribían por cuarta vez su fórmula presidencial en unos comicios bolivianos, los que tendrán lugar este domingo. Morales no ve en ello ningún inconveniente, ni nada irregular.

“¿Cuál es el problema? –dice cada vez que se lo cuestiona al respecto–. Si el pueblo quiere al Evo, lo va a votar; si el pueblo no quiere al Evo, no lo vota y listo”.

Qué dicen las encuestas

Todos los sondeos dan hoy a Morales como seguro ganador, con una amplia ventaja sobre su inmediato seguidor, el expresidente Carlos Mesa, de centroizquierda. Aunque, de haber segunda vuelta, es posible que peligren sus chances. En Bolivia, si nadie obtiene el 50% de los votos, uno de los candidatos debe recibir al menos 40% pero con una ventaja de más de 10 puntos sobre el segundo. De lo contrario, habrá balotaje.

Casi todas las encuestas que cerraron el domingo antes de la veda ubicaban a Evo entre el 35% y el 37% de la intención de voto, y a Mesa entre el 25% y el 27%, con altas probabilidades de segunda vuelta. Y al estar tan fragmentaba la oposición, es posible que en ese escenario prevalezca Mesa, puesto que el tercero en discordia, el candidato conservador Óscar Ortiz, acapara el 10% de las preferencias, y el pastor evangélico de origen coreano Chi Hyjn Chung, otro 4%. El resto de las candidaturas no superan el 3%.

Pero lo más probable es que la más acertada sea la encuesta de Ipsos, que lo da a Evo ganando en primera vuelta con el 40% de los votos, sobre el 22% de Mesa. Parece la foto más cercana a lo que por fin se verá el domingo; pero nada está dicho.

Las razones para ello habría que buscarlas en múltiples factores. Mesa es un intelectual, un hombre de izquierda moderada y un candidato muy solvente, pero ni se le acerca al carisma de Evo. Y en un país donde más del 60% de la población es indígena, Mesa se parece mucho a esa clase política que durante casi dos siglos gobernó Bolivia postergando precisamente a los indígenas. Evo, en cambio, indígena aimara, hizo una mejor distribución y transferencia de recursos hacia los sectores populares, les aumentó los salarios, redujo la pobreza y, sobre todo, les devolvió el orgullo. 

De hecho, Mesa fue vicepresidente durante el segundo gobierno de Gonzalo Sánchez de Lozada, quien debió renunciar en 2003 en medio de una violenta revuelta popular y movilizaciones en su contra lideradas por el entonces dirigente cocalero Evo Morales. Poco más de un año y medio después, lo hacía también Mesa, ante un nuevo estallido social encabezado por el hoy presidente.

Por el lado de la derecha, la principal razón por la que Mesa no logra aglutinar el voto conservador que respalda la candidatura de Ortiz –ese 10% con el cual el expresidente forzaría sin problemas una segunda vuelta— es que ha sido demasiado funcional al gobierno de Evo. Desde 2013, Mesa empezó a tener un mayor acercamiento con el presidente, y llegó a vérselos juntos en público en más de una oportunidad. Y ya a partir de 2014 directamente se convirtió en el vocero del gobierno para la demanda marítima contra Chile, una fantochada populista en la que se embarcó con Evo, que terminó en un rotundo fracaso el año pasado en La Haya y por la que, según el diario Página Siete, recibió del gobierno US$ 500 mil.

Por todas esas cosas, los sectores más duros de la oposición empezaron a percibir a Mesa, primero, como un socio de Morales, y, a partir de 2016, incluso como un legitimador de su inverosímil candidatura a una tercera reelección. Así, un sector nada desdeñable del electorado jamás votaría por Mesa en primera vuelta; y es muy probable que en esa larga sinecura que hizo para el gobierno de Evo haya empeñado sus chances de volver a ser presidente.

Keynesianismo a la boliviana

Pero la principal fortaleza de Evo Morales es sin duda la economía. A diferencia de los demás países del eje bolivariano, a Evo le cierran los números: desde hace más de 10 años, la economía boliviana crece por encima del 4% anual; la inflación en 2018 fue del 1,5%, una de las más bajas de la región; y la pobreza cayó del 37% en 2005 al 17% el año pasado. Es difícil competir contra esos números en una elección.

Para colmo, desde hace al menos una década líderes opositores, prestigiosos economistas, analistas internacionales y prensa especializada vaticinan cada año que a Evo se le acabó la vuelta, que “game over”, que ese ritmo de gasto es insostenible y que en algún momento va a tener que ajustar. Pero pasan los años y Bolivia sigue con la misma política económica y sigue creciendo, creando empleo y sacando gente de la pobreza.

Tal parece que la economía boliviana es bastante más compleja y heterodoxa de lo que cualquier economista convencional podría imaginar.

Según ha explicado Luis Alberto Arce, el gran artífice del modelo económico de Evo Morales, la boliviana es una economía con un fortísimo apoyo en el mercado interno, más que cualquier otra de la región. De hecho Bolivia no se compara con nada. Es el único país del mundo donde se fundió McDonald’s, que se instaló en el altiplano en 1998 y en 2002 debió marcharse para siempre. Eso ya debería dar una pauta de lo sui géneris de su mercado.

El modelo de Evo se basa en el control estatal de sectores estratégicos de la economía, como los hidrocarburos y la minería, para, a partir de sus excedentes, apuntalar esa demanda interna que es vital. Y es esa suerte de keynesianismo a la boliviana lo que le ha funcionado todo este tiempo. Y lo que hoy tiene a Evo Morales a las puertas de un impensado cuarto mandato consecutivo. 

 

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