Luis Suárez, el mejor latinoamericano de la Liga
Gabriel Pereyra

Gabriel Pereyra

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Luis Suárez y el país de los sueños rotos

¿No se nos habrá ido por la alcantarilla el hombre que iba a curar el cáncer?
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24 de noviembre de 2015 a las 00:00

Si me pusieran al comienzo del camino y me dijeran que puedo elegir ser lo que quiero, elegiría ser periodista. Pero si me dieran una segunda opción, hubiera querido ser futbolista. Y si es posible, tan bueno como lo es ahora Suárez. ¡Qué vivo!, pero en tren de soñar… Advierto al lector que esta no es una columna de fútbol (los que quieran pueden abandonar acá) aunque si no dejan de leer les puedo decir que también es de fútbol.

Suárez nació en una familia muy humilde y para llegar a donde llegó seguro bebió un cóctel de aprendizaje, condiciones innatas, mucho esfuerzo, perseverancia y una dosis de suerte que, sola, no habría servido para nada sin todo lo anterior.

Los uruguayos sentimos que tenemos un número uno a nivel mundial y no solo lo hacemos nuestro, porque de alguna forma lo es, pero lo hacemos nuestro de tal forma que nos hace sentir que somos los número uno, todos, al menos en eso. Como cuando la selección uruguaya, que es un equipo privado, canta el himno antes de una final y cuando la gana, no son ellos solos los campeones, aunque en realidad lo sean, sino que todos decimos: "Somos campeones de América”. Todos.

Como el fútbol es el deporte más hermoso y el más multitudinario, el deporte nacional por muerte, y los futbolistas, además de millonarios, son los nuevos guerreros, patentizamos en ellos parte de nuestro ser nacional.

Pero hay otros Suárez, o casi, en otras ramas de actividad. Hay arquitectos uruguayos entre los mejores del mundo, ingenieros y emprendedores que fundaron empresas y diseñaron programas que son elogiados a nivel mundial, artistas reconocidos y premiados, músicos que tocaron con todos, científicos que con escasos recursos hicieron descubrimientos y otros lograron avances sobre el cáncer y otras enfermedades. Tan largo es el alcance de la inteligencia local que llegó a los confines del sistema solar y los uruguayos, todos aunque sea solo uno, le bajamos el copete de planeta a Plutón.

Es posible, no lo sé, que algunos de estos otros cracks locales hayan tenido una niñez difícil; lo que no hay duda es que para llegar a donde quisieron llegar y lograr lo que lograron, tuvieron que trabajar mucho, poner mucho empeño y contar con esa dosis de suerte, y a veces sin ella.

Pero así como reivindicamos en plural los goles que otros hacen también debemos hacerlo –por honestidad intelectual- cuando le pegamos con la canilla y la pelota va a la tribuna. Contra lo que dicen los políticos -quizás convencidos, quizás por necesidad de ser queridos- que somos un paisito que lo mejor que tiene es su gente, en realidad somos un país tremendo, con condiciones climáticas y de riquezas naturales magníficas, pero con una población que cada vez deja más que desear.

Estamos entre los últimos en la tabla de países con mayor abandono educativo, los que más mujeres mueren a manos de sus parejas, los índices de desempleo entre la juventud son aún altísimos, los presos son casi todos jóvenes y, cuando nos acordamos de los adolescentes es para darles más responsabilidades y no tanto derechos.

En todas estas generaciones de niños que estamos perdiendo, ¿cuántos Suarez habrá?, ¿cuántos ingenieros o médicos? ¿No se nos habrá ido por la alcantarilla de esta situación al hombre que descubriría la cura contra el cáncer? ¿Cuántos ingenieros y desarrolladores se pierden en la noche de la pobreza? ¿Cuántas vidas se perderán porque antes se perdieron otras vidas de quienes pudieron ser las eminencias del futuro?

No hay manera de medir la pérdida de cracks que Uruguay está dejando escapar por la desidia y la falta de coraje de las actuales generaciones.

Es común caer en la fácil de criticar a los padres que llevan a sus hijos a las canchas de los barrios buscando un pase a Europa y salvarse el futuro. De 100 (o mil, dicen los que saben) con suerte llega uno. Bueno, en la educación de cada 100 pobres 6 la terminan. Y nos puede parecer que esos 6 son una buena noticia, pero hay suficiente evidencia para decir que de esos que luego de terminar el secundario siguen hacia la universidad, abundan los que no comprenden el contenido de un texto.

¿Seis en 100? ¿Y ninguno de los seis integrarían la selección? Llevar al pibe a la canchita es al menos un tiro en la rueda de la fortuna.

Cuando la falta de fundamentos futbolísticos es patente, no hemos podido seducir a los jóvenes en general y a los jóvenes pobres en particular, para que intenten ser los Suárez en otras áreas.

Acá se está hablando de liceos rotos, de horas docentes, de dinero y otros asuntos así y no de cómo hacer para que los niños aprendan a ser felices, o al menos lo intenten, en un lugar que en muchísimos casos es un palacio al lado del rancho al que regresan cada día.

Un lugar donde, al menos, se cultive la tolerancia y no necesitemos de un gol de Luis para abrazar al de al lado.

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