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Mundo > Demolerán edificio Mónaco

Pablo Escobar se volvió un "ícono pop" y quieren derribar su casa

El alcalde se rebela contra las series y libros que pusieron al narcotraficante como foco de atención y al edificio Mónaco le queda corta vida
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24 de septiembre de 2018 a las 16:17

Por Nicholas Casey

New York Times Service

Cuando llegó el alcalde de Medellín, traía un martillo en la mano.

Se paró frente a uno de los antiguos hogares de Pablo Escobar, el narcotraficante cuyo imperio de la cocaína lo posicionó como uno de los hombres más ricos del mundo y como uno de los más buscados por las autoridades.

Durante años, Escobar vivió en el edificio Mónaco, un inmueble de seis pisos con un departamento tipo penthouse que aún tiene inscrito su apellido en el exterior. El edificio fue bombardeado en 1988 por el Cartel de Cali, los rivales de Escobar y, poco tiempo después, el capo lo abandonó. La maleza comenzó a crecer entre el cemento de la entrada, las hojas caídas se acumularon en la antena de televisión y, por un tiempo, Medellín pudo ignorar al Mónaco.

Sin embargo, el inmueble ha vuelto a ser objeto de atención por medio de libros, series televisivas, telenovelas y películas sobre Escobar.

Los turistas llegan constantemente a la reja del edificio para tomarse fotos y subirlas a Instagram. Hay un flujo de camionetas y guías turísticos en las que incluso aparece un sicario del Cartel de Medellín que se volvió estrella de YouTube y ofrece a la venta unos DVD en los que cuenta sus andanzas con Escobar y las anécdotas del día en el que atacaron el edificio.

Hasta que, en abril, el alcalde intervino.

“Lo que queremos hacer es derrumbarlo justamente en honor a las víctimas, pues es un símbolo de maldad, de ilegalidad”, dijo el alcalde, Federico Gutiérrez, quien prometió que el edificio será demolido para crear un parque en honor a las víctimas el próximo año.

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La transformación del Mónaco, de una atracción turística a uno de los proyectos de demolición más publicitados de Colombia, es muestra de la polémica relación que Medellín tiene con Escobar, su hijo más popular e infame. Hace veinticinco años fue abatido por la policía en el techo de una casa, pero la ciudad no ha podido olvidarlo sin importar lo mucho que quiera dejar atrás su legado.

Las reacciones al edificio —en parte una oportunidad para tomarse fotos y en parte una vergüenza municipal— también deja en evidencia cuánto Medellín batalla con la historia de Escobar. ¿A quién le corresponde contar la historia de su era de violencia? ¿Dónde es mejor contarla, en las calles o en los museos? Y ¿quiénes deben ser los protagonistas: los victimarios o las víctimas?

Llegué a vivir a esta ciudad hace ocho meses, pero la primera vez que me familiaricé con Medellín fue a principios de los años noventa, durante el auge de las campañas de terror con las que Escobar buscaba controlar su negocio multimillonario y cuyas sangrientas consecuencias eran reportadas en Estados Unidos. Décadas después me atrajo la idea de reportar cómo Medellín ha logrado cambiar su pasado violento.

Ahora es una ciudad próspera donde los arquitectos de renombre internacional compiten para construir proyectos y abundan las empresas emergentes de tecnología al lado de los restaurantes de moda. El metro recorre toda la ciudad con teleféricos que llegan hasta los barrios ubicados en las laderas del valle, cerca del centro.

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Los residentes de Medellín, los paisas, son los primeros que quieren presumir esos avances. Y también son los últimos que quieren discutir el pasado, la era de la cocaína en la que abundaban los terrores del cartel de Escobar y también los fondos con los que se construyó el paisaje urbano de la ciudad, incluido el Mónaco.

“Los paisas dicen que la ropa sucia se lava en casa”, me dijo el escritor Juan Mosquera durante un almuerzo en el que discutimos por qué los residentes locales evitan incluso mencionar el Mónaco. “Era la mansión del horror. Su familia no solo vivía ahí; torturaban, mataban y planearon los golpes más duros contra la ciudad”.

Aunque Medellín quisiera olvidar esa época, series como Narcos de Netflix —cuyas dos primeras temporadas contaron el ascenso y la caída de Escobar— las divulgaron ante millones de televidentes en todo el mundo.

 

Medellín se resistió al programa desde un principio. Los creadores de la serie tuvieron problemas para conseguir los permisos de grabación y varios vecinos se enfurecen con tan solo escuchar el nombre del programa.

Pero la ciudad era un personaje clave de Narcos y los fanáticos empezaron a llegar a Medellín en masa en busca de más historias sobre la vida de Escobar. Algunas paradas obligatorias en esas giras incluyen la hacienda Nápoles, su residencia a las afueras de la ciudad, su tumba y la Catedral, la prisión que fue construida con sus especificaciones y diseños.

Daniel Vásquez, encargado de vínculos sociales para el Museo Casa de la Memoria de Medellín, lucía harto de hablar del tema cuando le pregunté por qué muchos visitantes están más interesados en la vida del mayor villano paisa que en visitar la institución dedicada a las víctimas de los conflictos armados.

Ícono pop

“Pablo Escobar se volvió el ícono pop de esta historia”, dijo Vásquez. “La ciudad no vio urgencia en contar su parte de esa historia, no fue prioridad para el gobierno hasta que se volvió un problema porque de repente había narcotours liderados por Popeye”.

Popeye, el alias de Jhon Jairo Velásquez, sicario de Escobar, comenzó a vender DVD y a realizar giras por la ciudad después de salir de prisión en 2016. También se volvió una personalidad de YouTube con su canal “Popeye arrepentido”.

En una ciudad que aún resiente las heridas causadas por Escobar, Popeye parece estar todo menos arrepentido. En una serie de videos de su canal, llamada “Tumbas famosas”, visita los sitios donde yacen sus víctimas y narra cómo las mató.

“Acá tenemos al doctor Carlos Mauro Hoyos, procurador de la República de Colombia. Nosotros lo secuestramos en el año de 1988”, dice Velásquez, quien incluso califica como “novedosa” a la operación en la que Hoyos resultó herido en una pierna y después fue asesinado.

Luis Hernando Mejía, quien representa a la asociación vecinal de la zona que incluye al Mónaco, donde Popeye empezaba sus giras, dijo que “es como si miembros de Al Qaeda dieran tours de Nueva York sobre cómo planearon el 11-S”. Popeye volvió a ser arrestado en mayo por cargos como extorsión.

Héctor Abad Faciolince, uno de los novelistas más populares del país, me contó durante una visita a su apartamento cómo su padre fue asesinado por un grupo paramilitar un año antes del ataque al Mónaco. Dijo que una novia suya alguna vez le mostró las cicatrices que tenía en la espalda por un bombardeo del Cartel de Medellín.

Y señaló a su propio hogar como evidencia de que ningún edificio en Medellín se libró de los delitos; poco después de comprar el departamento encontró lingotes de oro y dinero de contrabando escondidos en un muro. “Mueves un ladrillo y te encuentras un esqueleto”, dijo.

Desde su balcón volteó a ver hacia el Mónaco, que describió como un “edificio maldito”, y agregó: “Si alguien me lo diera, lo rechazo”.

Sobre el caos

Cuando hablé con Gutiérrez, el alcalde, le pregunté sobre el ataque al Mónaco.

“¿Qué sentí yo? Miedo”, dijo el funcionario, de 43 años. “No solo miedo por lo que pasó, sino temor porque ¿en qué nos vamos a convertir?”.

Luego tomó una pausa.

“¿Por qué decidí como alcalde destruir el Mónaco?”, se preguntó: para mostrar un renacimiento de la ciudad y que la ley triunfó sobre el caos.

Pero más que nada, dijo que quería demoler al Mónaco porque Medellín ya está cansado de contar la misma historia del mismo villano, una y otra vez.

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Una de las últimas personas a las que busqué para hablar sobre el edificio fue al hijo de Escobar, Juan Pablo Escobar. Salió de Colombia poco tiempo después del asesinato de su padre y se cambió el nombre a Sebastían Marroquín. Ahora trabaja como arquitecto en Buenos Aires. Marroquín fue la única persona que pude encontrar que estaba ese día del carro bomba en el Mónaco.

Primero dijo que estaba dispuesto a hablar, y después dejó de contestar los correos. Pensé en cómo habrá sido para un niño que era el hijo del hombre más rico del país tener los seis pisos enteros para él y su familia, al mismo tiempo que había tantas amenazas justo afuera del edificio.

Después de un tiempo Marroquín volvió a responder. Y abrí su correo pensando que estaría de acuerdo en dar una entrevista. Pero parece que él también siente que ya ha hablado suficiente sobre el tema.

“Gracias por la paciencia”, escribió. “He estado de viaje por más de un mes. Creo que deberíamos dejar esto para otro momento”.

 

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