Concluyó el servicio público de Carlos María Uriarte y comenzó el de Fernando Mattos.

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Ministros de bombacha

Debió decir adiós un ministro campero. Llega otro también acostumbrado a abrir y cerrar porteras, también más afecto a ensillar que a conducir un coche, forjado en el ruralismo
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02 de julio de 2021 a las 21:27

A rey muerto, rey puesto. El añejo refrán se revalidó en tiempos de nuevas normalidades, donde una no deja de sorprender, una que este gobierno solidifica: comunicar cambios de ministros a través de Twitter. Así pasó hace días con el mandamás en el Ministerio de Ganadería Agricultura y Pesca (MGAP). Concluyó el servicio público de Carlos María Uriarte y comenzó el de Fernando Mattos.

De talentos y capacidades del nuevo jerarca hay sobrados ejemplos, los más recientes en su corta trayectoria como presidente del Instituto Nacional de Carnes (INAC).

De los del ahora exministro, también. Pero más allá de la mayor o menor dosis de aciertos en su labor, quiero poner la mira en un aspecto: fue un gobernante que anduvo más de bombacha y botas que de traje y mocasines –no ha sido lo habitual–. Y en el campo, donde el MGAP debe hacer foco (no siempre sucedió), eso significa mucho y tiene un valor mayúsculo.

Uriarte, con corbata (y con tapaboca con el logo del ministerio), no dejó de ser un paisano. Por eso desde el gremialismo rural, aunque haya matices, hubo un espontáneo lamento cuando aquellos tuiteos del presidente de la República –Luis Lacalle Pou– y del ministro de Ambiente –Adrián Peña– sacudieron un domingo que estaba en modo “acá no pasa nada”.

Tanto se ha escrito sobre el motivo político del cambio como poco del modo en el que Uriarte se despidió: “Fue una decisión del partido Colorado que debemos respetar y acatar, y a la vez agradecer la confianza (...) Con la tranquilidad de haber aportado a la patria nuestro máximo esfuerzo (...) Solo me resta agradecer por el honor de haber sido parte de este gobierno que mucho me enorgullece”. Eso, que expresó a El Observador minutos tras los tuiteos del presidente y de su hasta entonces colega en el gabinete, lo definen.

Mattos despejó velozmente alguna duda cuando ese domingo, consultado sobre si había hablado con Uriarte, definió al ministro saliente como “mi amigo”. Y Uriarte refrendó eso y que primero está el país cuando 48 horas después en el inicio de la transición fue quien presentó al nuevo ministro a cada uno de los directores del MGAP.

Debió decir adiós un ministro campero. Llega otro también acostumbrado a abrir y cerrar porteras, también más afecto a ensillar que a conducir un coche, forjado en el ruralismo.

Esa similitud achica el fastidio que generó, aunque no se admita a viva voz, que lo político haya pesado más –una vez más– que el saldo entre lo que un gobernante logró y lo que faltó. Fastidio que siguió a la sensación inicial: sorpresa. No pocos visualizaban un cambio, pero no ya. Y lo mismo sintió Uriarte, quien sin éxito aún busca un error de porte tal que justifique su cese.

Mattos, tan campero como Uriarte, inició el camino y carga pesadas mochilas que urge alivianar: los perjuicios de adversidades sanitarias como la garrapata y la bichera; el drama de los crecientes daños por los ataques de perros a majadas y vacunos; y los persistentes problemas que alimentan la falta de competitividad en las empresas del sector son unos pocos ejemplos.

Cesó la era de un ministro que en su único discurso en la Expo Prado destacó: “El propósito es embarcar a la mayor proporción posible de productores en un proceso de crecimiento”. Se activó la de otro que ya expuso desde el palco de la Rural, como presidente de la Asociación Rural del Uruguay (ARU) hace 15 años, cuando expresó su preocupación por el incremento de costos productivos y marcó la necesidad de, pese al Mercosur, explorar otras integraciones. Dentro de un par de meses Mattos volverá a hablar desde allí, aunque desde el otro lado del mostrador. Salvo que antes ocurra algo. Habrá que estar atentos a la política. También a Twitter.

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