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Daniel Martínez: “Me digo ‘tranquilo con el ego, pelado’, porque siempre tuve mucha confianza en mí mismo”

Facundo Ponce de León entrevista al candidato a la Presidencia por el Frente Amplio, Daniel Martínez, en el ciclo De Cerca
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29 de septiembre de 2019 a las 22:05

 

Fue presidente de Ancap, ministro de Industria, intentó ser intendente de Montevideo y sus propios compañeros lo bajaron. Cinco años después lo consiguió, lo que lo catapultó a la máxima candidatura por el Frente Amplio en estas elecciones.

El quinto episodio de De Cerca, el ciclo de entrevistas conducido por Facundo Ponce de León, explora aspectos más íntimos de Daniel Martínez. Este es un resumen de la charla.

¿Cómo eras de niño? ¿Cómo estaba conformada tu familia? Ese padre que viene de Francia, esa educación católica.

Mi padre era agnóstico. La que era muy muy muy católica y de familia muy muy católica es mi madre, y aparte viene de herencia. Fui muy feliz de gurí. Me acuerdo de que pasé muy bien. Mi padre era más retraído, menos conversador, pero muy de hacer bromas, muy en la relación humana de meter bromas. Y madre, muy presente.

Eras de clase media acomodada sin zozobras.

Sin zozobra, exactamente. Mi padre trabajaba en Sadar. Se encargaba de la parte importación/exportación e importación de repuestos. Era francés y no tenía problemas para hablar con franceses.

¿Te hablaba en francés a vos?

No. A mí me pasa el día de hoy que los franceses y los canadienses todos me dicen “qué acento que tienes, qué bien hablas”. En realidad no tengo tanto vocabulario. Pero pasé buena parte de los domingos de mi niñez comiendo en casa de mi abuela y entre ellos hablaban en francés. Y lo que uno aprende de niño no lo olvida más. 

Cuando vos vas a Francia a visitar a familiares les decís, ¿“Uruguay es…?

El país más hermoso del mundo. 

Pero vos conocés Francia, has viajado mucho. ¿Te parece Uruguay el país más hermoso del mundo?

No tengo ninguna duda, y su gente también. Me encanta la gente y que se transmite el orgullo que tengo.

Le decís eso a tus familiares y supongamos que te dicen: “Te creo, pero decime los problemas”.

Falta emprendedurismo. Todavía no hemos logrado encontrar un modelo de desarrollo, si bien hoy tenemos lo básico que es 15 años de estabilidad macroeconómica, que es el punto de partida para cualquier cosa. Debemos avanzar hacia una mayor diversificación productiva, sobre todo lo que tienen los países que mandan en el mundo: ciencia, tecnología e innovación. Después, todavía mantiene mucho de solidaridad que para mí es un valor fundamental. Si bien somos a veces medio criticones y esas cosas que no sirven para nada.

Pálidas...

Pálidas, o de creernos bolazos y mentiras de las personas. Pero Uruguay es una nación que disfruto. Tuve una oferta muy interesante en la actividad privada para irme a Francia a ser gerente de toda Latinoamérica de una empresa de estas que éramos socios y dije no.

¿En qué momento de tu adolescencia empieza a encenderse la llama de la política e ingresás al Partido Socialista?

Lo mío fue muy poco racional. Me enamoré de un libro, El estado de la Revolución, y me hice de izquierda sin entender nada, cuando tenía 14 años. Fue una sucesión de hechos inexplicables, pero hechos al fin. Ahí me integré a una barra de gurises del liceo Suárez, en la que la mayor parte era frenteamplista. Era amistad, disfrutar, y la novia. Y ahí me empecé a decir de izquierda. Me gustó el Frente Amplio. 

¿No tenías a nadie de izquierda que fuera militante?

No, nadie. Ninguno de mis amigos que se decían de izquierda eran militantes. Mi hermana, cuatro años mayor que yo, trajo de Facultad de Derecho un artículo de El Oriental y leí sobre el socialismo en base a la democracia y la construcción en base a las características de cada país sin reconocer a ningún país guía, como la Unión Soviética. Me encantó, entonces empecé a decirme socialista. Quince años sin hablar con nadie.

¿Ni a tu mamá?

No, no sabía nada. Se entera en el 71.

¿Y qué le decís? ¿“Mamá, soy socialista”? 

No, no le dije nada. La única actividad política que hice en el 71 fue ir a la feria de las juventudes, que fue en el Parque Rodó. Ahí una vecina, que era frenteamplista, tenía una fiambrería a tres cuadras de casa y le dijo a mi madre: “Ay, qué divino, vi a tu nene, vi a tu nenito”. Era comunista ella. Mi madre... casi un infarto, llorando, un drama. Mi madre terminó con demencia senil, pero mientras tuve razonamiento me decía: “Siempre rezo por ti, porque tú eres comunista y te vas a ir al infierno”. Intenté explicárselo. Pero para mi madre, ser de izquierda....

Era ir al infierno. 

Pero era un acto de amor; siempre lo valoré. Al principio, de gurí, discutía más con ella. Cuando estaba casado, con 19 años, ya me sentía el hombre más grande del mundo, el más serio, más maduro del mundo. Pero después preferí valorar el amor que había de ella hacia mí. Ella trabajaba en la Asociación Uruguaya de Protección, Aupi. Tejía para niños pobres. Y me contaba: “Hago rezar a todas mis amigas por ti”. Divino, un acto de amor.

¿Y tu papá?

Mi padre me relajó un día que sintieron balazos y eran para mí. Nos agarraron de pintada cerca de la cárcel en el año 74. Estábamos con compañeros comunistas y socialistas pintando a una cuadra de casa. Con un amigo, el Catula, estábamos haciendo de campana y no nos dimos cuenta. Estábamos hablando, embromando, y los que estaban pintando nos gritan: “Pelotudos, la cana”. Salimos corriendo y mis padres sintieron los tiros. No aparecí como hasta las tres de la mañana. El Catula y yo parecíamos Flash. Terminamos en su casa, en la que ahora es la calle Zorrilla, antes era Ellauri, en un apartamento. Mis padres me esperaban y cuando llegué él me dijo: “¿Esos tiros eran para vos?”. “Sí”. “Sos un estúpido, tú sos brillante, tenés un futuro, una carrera, estás arriesgando”. Fue la única vez que mi padre me dijo algo de militancia política. Nunca más. Él era un hombre de respeto, decía que cada individuo tiene que construir su futuro. Me empujó a empezar a trabajar haciendo changas. Mientras mi madre era la gallina protectora, mi padre era “lárgate a la vida”.

Uno escucha estos primeros años de adolescencia y de militancia y piensa: “Este joven va a ser político, va a ser historiador, va a ser sociólogo”, y sin embargo te metiste en la facultad de ingeniería.

A los ocho años sabía que iba a ser ingeniero.

¿Y cuál es la vocación de un ingeniero?

Creo que nace de mi padre. Él cumplió los 20 en el barco entre Europa y América, pero él estaba en un politécnico de ingeniería. Aparte, era un hombre con el que recuerdo haber hecho muebles, arreglar el auto, el lavarropas, el tocadiscos, la enceradora. La instalación eléctrica de casa. Me crié con mi padre. Fui siempre muy bueno en matemáticas, no había quién me ganara. Mi suegra me conoció así porque era la psicóloga de los Maristas y cuando me arreglé con Laura (Motta) me dijo: “Tú eres el que el cura decía que era el más brillante en matemática”. El cura era el director.

Toda esa vocación que me acabás de contar no tiene ninguna relación con la política.

Pero es que en aquel momento nadie militaba en política por un cargo. Ahí te jugabas la vida.

Pero no te jugabas la vida, Daniel.

Perdón, te puedo decir de amigos que terminaron haciendo el submarino en materias fecales y amigos que me podían haber cantado y no me cantaron.

Supongamos que tu vida fue normal. Capaz que no fue, pero: los Maristas, ingeniero, te va bien en matemáticas, te enamoraste, te casás. ¿Tendrías más validez como líder político si te hubiesen hecho un submarino? Hay un discurso como que hay que mostrar que uno la pasó mal.

Siempre fui un tipo feliz y miré con esperanza, pero a su vez recuerdo eso y me conmuevo. Nunca pensé que me iba pasar nada, jamás.

Pero es como que a veces en la política está la necesidad de que haya una cosa heroica en la vida, y capaz que no la hay. Y no pasa nada si no la hay.

No sé si fui héroe, porque fui responsable. Porque parte de cierta responsabilidad y cierto convencimiento de que pasara lo que pasara uno tenía que seguir adelante porque luchábamos por un mundo mejor y solidario. A veces hasta con cierta inocencia, demasiada utopía. Que tocaran el timbre a las 12 de la noche en tu casa y uno temblara, y un montón de historias, no importa, ya pasaron. Yo no lo viví. Ahora bien, estoy agradecido a los que aguantaron la tortura y no dieron mi nombre, que fueron unos cuantos. Por suerte fui haciendo la terapia a lo largo de la vida, contando mil veces este relato, y eso te permite digerirlo.

En el imaginario colectivo el ingeniero es alguien cuadrado. La política es todo lo contrario; es ese arte de negociar, de que las cosas no son 2+2. ¿Cómo compatibilizar estos dos mundos?

En una barra de veintipico de ingenieros nos llamábamos los “normales”. No éramos los nerds, no peleábamos por sentarnos en primera fila en la facultad. Éramos como 300 en mi generación y la lucha por los primeros lugares era brutal. Había gente que iba temprano y entraba corriendo. 

Cuando uno tiene esa edad y vive ese mundo turbulento, ¿cuál era la diferencia entre ser socialista, comunista, del MLN o del PDC?

A mí me había gustado el MLN, pero cuando el golpe de Estado estaba muy desarticulado, habían sido presos o exiliados todos. 

¿Qué aprendiste en la vida?

La tolerancia. Saber que hay buenos y malos en todos lados, que no hay nadie dueño de la verdad y que uno tiene que tratar de cultivarse en lo personal para ser cada día mejor y, con humildad, saber que nadie es más que nadie. Cuando salimos de la dictadura me llevaba el mundo por delante. En buena medida fuimos la generación determinante para la caída del gobierno militar, y la vida nos fue enseñando a porrazos más adelante. El trabajar el tema del ego, siempre fui muy seguro de mí mismo, demasiado a veces.

¿Hay una frase, “tranquilo con el ego, pelado”, que te la decís a ti mismo?

Me la digo porque siempre tuve mucha confianza en mí mismo. No me fue mal, en todos los aspectos de mi vida.

¿Cuándo fue la última vez que dañaste a alguien? 

En política a veces uno toma decisiones que dañan. Eso es permanente. En la visión empresarial también cuando tú diriges. Nunca fui un líder autoritario, siempre que fui un gerente o líder por consenso, de formar grupos humanos que meten para adelante, buena onda y mucha risa. Siempre trato de ver si me equivoqué o no, y no me gusta herir gente.

También destacás el valor de la humildad, el valor de los equipos y acá hay un mix raro con lo anterior, ¿no?

¿Por qué? No, es tolerancia ante todo. Saber que uno no es dueño de la verdad. Eso me costó, lo aprendí después la dictadura. Por eso en el 91 dejé de ser dirigente. Me quemé un poco. Me fui a la actividad privada y me fui a militar en el Partido Socialista. Decidí que quería seguir luchando con mis ideas, pero que nunca más en mi vida iba a ser dirigente político de nada.

Algo que volvés a decir después en 2010.

Ahí lo pensé, pero la resiliencia y la rebeldía...

¿Vos como ingeniero hiciste dinero?

Sí, problema de dinero nunca tuve porque me sobraba laburo. Por suerte tengo muchos amigos que confían en mí, y mi experiencia como ingeniero es buena.

¿Y ahora sentís que la vida política absorbió esa vocación de ingeniero o mañana volverías a la actividad?

Volvería sin ningún problema y seguiría disfrutándola como la disfrutaba cuando con 24 años me recibí.

¿Qué errores cometés?

Muchísimos.

Sin embargo, uno escucha siempre: “soy muy buen ingeniero”, “siempre construí equipos”, “soy un buen líder”, “soy muy bueno escuchando”... 

Yo no digo que sea bueno escuchando. Meto mucho la pata porque a veces me apuro. Para mí pesan mucho las emociones, demasiado a veces, y no que esté mal. Sé que tengo que lograr que las emociones no me dominen y que no me hagan perder la objetividad. A veces me baso demasiado en mi olfato. Si una persona me parece que le veo el alma ya empiezo confiando en ella, ¿entiendes? Realmente no me ha ido mal, pero muchas veces le he errado y le puedo errar. Pero es importantísimo quererse a uno mismo, en política o cualquier actividad en la vida. Si tú no te quieres, no logras nada.

Pero no hay que quererse demasiado.

No hay que quererse demasiado. Obviamente es un tema que debo controlar. Además, hay veces que me cuesta entender que uno no puede hacer todo y que tiene que tener paz de espíritu y tranquilidad para tomar decisiones. Y cada vez más en la medida de la responsabilidad que uno tiene. 

¿Cuáles son tus mezquindades?

La autorreferencia, que la tengo controlada. Hay algo dentro mío que durante mucho tiempo hizo que fuera demasiado autorreferente, aunque también era eso del enamoramiento o de lo que uno sintió que era el papel jugado en determinado momento histórico. Después he logrado, sobre todo por amor a la familia, controlar muchas veces mis reacciones. Era muy calentón. Lo he dominado pila, sobre todo entender que eso hace daño. Como cosa positiva que tengo, no me gusta hacerle daño a nadie, y cuando lo hago, lo hago porque estoy convencido de que no tengo otro remedio, en todo caso, y porque esa persona está equivocada.

Aquí podés ver todos los contenidos del ciclo De Cerca

De Cerca es producido por Mueca Films y presentado por TV Ciudad, El Observador y WILD Fi.

Otros fragmentos de la entrevista a Martínez en De Cerca

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