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Mutualistas no cubren atención psiquiátrica en casas de medio camino

Las familias deben pagar decenas de miles de pesos para estabilizar a las personas con trastornos crónicos
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28 de octubre de 2018 a las 05:00

Susana tuvo que aceptar que su vida cambiaría para siempre el día en que se enteró que su hija sufría una enfermedad mental. Amigarse con esa idea no le resultó nada fácil: tuvo que aprender a convivir con la angustia que mostraba Camila casi todos los días, con recurrentes intentos de suicidio y episodios intensos de tristeza.

Además de todo esto Susana (su nombre y el de su hija son diferentes) asumió que para estabilizar esas crisis debía financiar prestaciones que cuestan como mínimo $50.000 al mes y como máximo $200.000. Son tratamientos que, según la normativa del Ministerio de Salud Pública (MSP), las mutualistas están exentas de ofrecer, pero los afiliados igualmente los necesitan.  

Camila sufre un trastorno de personalidad tipo límite, también conocido como borderline. Es un diagnóstico crónico que se manifiesta por primera vez en la adolescencia, desatado, generalmente, por dramas familiares no resueltos. Y se caracteriza por la idea constante de autoeliminación. Es un tipo de sufrimiento que no permite regular las emociones. Los pacientes suelen tener autoestima baja e intolerancia a la frustración y adoptan personajes disímiles dependiendo de la situación que atraviesan. Suelen ser individuos frágiles, impulsivos, manipuladores y con dificultades de interacción social. 

“En el último año Camila tuvo ocho intentos de autoeliminación. Unas veces se cortó con tajos muy profundos y otras tomó mucha medicación junta”, dijo la madre. Un día la hija llegó a ingerir más de setenta pastillas de analgésicos al mismo tiempo. No agarró los psicofármacos porque Susana los tenía escondidos. Pero otro día, la adolescente los encontró y se tomó de un trago quince antipsicóticos encerrada en el baño. Se salvó porque la madre la descubrió a tiempo y le hicieron un lavado de estómago antes de que fuera demasiado tarde. 

Escenas como estas hubo tantas que Susana ya no distingue una de la otra. Y el protocolo siempre fue el mismo: internación en el sanatorio de la mutualista y a los dos o tres días, Camila estaba afuera porque le daban el alta médica “demasiado rápido”, según la madre. Y una vez en casa aparecían de nuevo los intentos de suicidio. Susana recuerda que no podía controlar sola tal situación de inestabilidad. A Camila, incluso, le hicieron seis sesiones de electroshock que no arrojaron ningún resultado positivo. Y el ciclo, entonces, se repetía: de nuevo a la hospitalización y a los días, el alta. 

El problema es que la internación psiquiátrica que ofrecen las mutualistas solo ampara a los cuadros clínicos agudos, que corresponden a esos momentos de crisis máxima que atraviesa un paciente y no supera los pocos días de hospitalización. El servicio consiste en estabilizar al usuario y, posteriormente, darle el alta. No contempla, entonces, la atención a patologías crónicas. Según los médicos, para que Camila se sienta contenida de forma permanente y se rehabilite, lo ideal es que se aloje en una casa de medio camino, que es una propuesta intermedia entre la autonomía total del paciente y el seguimiento médico-psicológico regular. 

“No es recomendable prolongar demasiado las internaciones porque el paciente se confunde cada vez más. Por eso que la hospitalización a largo plazo debe realizarse en casas de medio camino y no en un sanatorio de agudos, porque son espacios con características diferentes a las de un sanatorio psiquiátrico como este”, diferenció el psiquiatra Freedy Pagnussat, uno de los cargos de alta dedicación que trabaja en el sanatorio mutual donde Camila estuvo internada reiteradas veces. 

“Son dos instancias bien distintas. Si la familia no puede dar un sostén permanente o el paciente tiene conductas incontrolables en la casa, el usuario debería recurrir a una casa de medio camino”, coincidió la psiquiatra María Mautone, médica de Camilia.

Para el que puede

Pagnussat destacó que en Uruguay todavía no existe una red de rehabilitación a nivel masivo que contemple el tipo de prestación que, por ejemplo, necesitan los pacientes como Camila. “Me refiero a la propuesta que le sigue a la internación aguda, que son todos esos escalones posteriores hasta llegar a la autonomía total del paciente”, apuntó el psiquiatra.

Una vez que se estabiliza al usuario, insistió el médico, lo correcto es deshospitalizarlo lo antes posible. Porque si se queda rodeado de gente descompensada puede comenzar a perder hábitos saludables y desconectarse del entorno, lo cual genera consecuencias desfavorables para la evolución clínica. “Cuando antes vuelva al medio, mejor. Y si por alguna razón no puede regresar su hogar con normalidad, la solución es la casa de medio camino o las viviendas asistidas”, remarcó Pagnussat. 

Pero dentro de las prestaciones que ofrecen las mutualistas, que son determinadas por MSP, no está la casa de medio camino. Y los pacientes que tengan esa indicación deben afrontar el gasto de forma particular.  

“A mí en la mutualista me lo dijeron muy clarito: ‘lo que nosotros tenemos a usted no le sirve, piense en una internación a largo plazo’”, recordó la madre de Camilia y mencionó que la opción más cara que encontró en el mercado costaba por encima de los $ 160.000 al mes por concepto de hotelería. Si se le suma el psiquiatra y la medicación, el monto puede acercarse a los $ 200.000. Algo imposible de pagar para esta familia monoparental.

Perspectiva a futuro 

“La idea es caminar hacia la desmanicomialización, pero todavía faltan implementar dispositivos destinados a atender a los usuarios que no son agudos”, explicó el psiquiatra Adrian Curbelo, integrante de la Comisión directiva de la Sociedad de Psiquiatra del Uruguay (SPU), en relación al enfoque que presenta actualmente la nueva ley de Salud Mental, que se encuentra en estado de reglamentación. 

La primera internación fuera de la mutualista que pagó Susana fue en una clínica privada del barrio Parque Batlle que costaba $50.000 más la terapia médica y farmacológica aparte, que disparaba el número hasta más de $65.000. La madre pudo abonarlo con la ayuda de sus familiares. “Todos colaboran con esto porque si no, o la llevo al Vilardebó o se queda sin asistencia”, apuntó. 

A nivel público, dijo Curbelo, hay más cantidad de casa de medio camino que en el ámbito privado, pero igualmente son experiencias “muy aisladas”. De hecho sobran los dedos de una mano para contarlas, y además suelen tener los cupos llenos. “Falta mucho por reglamentar sobre la nueva ley y la idea es avanzar en este sentido: que los pacientes crónicos se rehabiliten insertados en el medio y no aislados de la sociedad. Eso es el medio camino”, indicó el psiquiatra. 

Si bien el diagnóstico de Camila es crónico, dijo su madre, la intensidad de las crisis disminuye después de la adolescencia. Esta patología es capaz de estabilizarse significativamente en la adultez si se mantiene un seguimiento interdisciplinario. “Ahora Camila está en su peor momento. Lo único que estoy haciendo es ganar tiempo para asegurarme que sobreviva a esta etapa. Es una estrategia de supervivencia”, dijo su madre.
La adolescente está ingresada actualmente en una clínica del barrio de Sayago, porque es la opción más barata que encontró la madre.

Ahora paga cerca de $ 50.000. La hija puede salir a visitar a su familia esporádicamente y asistir a diferentes talleres artísticos para fomentar una evolución favorable. Y algo se consiguió: pasó de tomar 15 pastillas diarias a ingerir solo cinco, entre las que está la Clozapina, uno de los fármacos más potentes que existen. “Es como todo, si no tenés la plata, no tenes asistencia de calidad”, disparó Susana con resignación.

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