En la antigua Roma eran un pedazo de pergamino que se intercambiaban entre colegas, amigos y familiares. No eran cartas. O sí, pero para nadie en particular; las leían todos. Algunos creen que fueron la génesis de los diarios. Eran pequeños boletines de noticias en las que alguien –por lo general un erudito más o menos confiable– volcaba todo lo que había pasado en el último tiempo y creía relevante compartir con el resto. Se escribía una y esa misma se pasaba de mano en mano para que todos los interesados pudieran leerla. Así, nadie que viviera en el pueblo, o formara parte de la comunidad o la ciudad quedaba sin saber qué era lo que había pasado con tal o cual referente, con los mercados, con los guerras, con la filosofía, con la cultura.
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